¿Debemos interferir en las vidas de otros animales libres —que no están bajo nuestra tutela ni son moralmente conscientes de sus actos— con el fin de evitar que se hagan daño entre ellos o que no padezcan las consecuencias de inevitables accidentes y enfermedades, llegando incluso a someterlos a todos a nuestro dominio? Ésta es la cuestión que pretendo responder brevemente aquí.
Lo que voy a exponer aquí de manera concisa es mi postura moral al respecto. Porque mi opinión emocional es que siempre me desagrada y me entristece que un individuo mate o agreda a otro, sea quien sea y por el motivo que sea. Sin embargo, mi postura moral está siempre basada en la razón, no en las emociones. Las emociones nada nos dicen acerca de la moralidad. Algunas emociones puede ser moralmente correctas y coincidir con las normas morales, y otras no. Pero igualmente las emociones no establecen lo que está bien o lo que está mal. Es la razón lo que nos permite éticamente discernir entre lo bueno y lo malo.
Alguien podría alegar que no considera que esté mal explotar o matar a, por ejemplo, las serpientes, porque no siente ningún tipo de emoción favorable hacia las serpientes, es decir, no siente empatía debido al desagrado que les provoca su aspecto. Pero si las serpientes son seres sintientes entonces merecen el mismo respeto básico que cualquier otro animal sintiente, ya sea un cerdo, una vaca, un pez, o un caracol. Merecen que no los sometamos para satisfacer nuestros deseos, sin importar que nos resulten bonitos, agradables o simpáticos.
Podemos decidir que nos da igual el razonamiento moral y que queremos hacer aquello que nos motive nuestras emociones. Pero de ese modo estaremos promoviendo y aceptando que otros hagan lo mismo, es decir, que no se guíen por ética, por lo que es justo y moralmente correcto, sino solamente por sus emociones.
Mi conclusión es que no debemos intervenir sobre las vidas de los animales libres. Mi argumentación se basa en tres puntos fundamentales:
Por el simple hecho de que algo ocurra en la naturaleza no podemos inferir racionalmente que sea moralmente bueno o malo, sin hacer referencia a una determinada norma moral. No podemos decir que algo es ilegal, o que es feo, o que está distorsionado, si no apelamos a una norma, un esquema o un modelo objetivo según el cual juzgar el hecho en cuestión.
Quienes usan la falacia naturalista para justificar sus actos, con la excusa de que lo que ellos hacen es natural, lo que están diciendo en el fondo es que tal o cual hecho es moralmente bueno en sí mismo por el simple hecho de ser, de existir, y por lo tanto es bueno hacerlo o imitarlo. Porque si comer animales es bueno por el hecho de ser algo natural entonces también lo será igualmente la guerra o la violación sexual. Esto es un completo absurdo. Pero no menos absurdo es afirmar que hay hechos en la naturaleza que son malos en sí mismos.
Ambas posturas caen de lleno en el irracionalismo, ya que simplemente apelan a sus intereses parciales o a las emociones, no a las razones.
Por tanto, entiendo que esa cuestión sólo puede tener dos respuestas razonables, dependiendo del contexto en el que ocurra.
Es decir, si nos referimos a lo que les ocurre a los animales no humanos que viven sus vidas independientes en la naturaleza entonces se trata de hechos que ocurre entre individuos que no son moralmente conscientes de sus actos y respecto de los cuales nosotros no tenemos ninguna responsabilidad. Considero que no hay nada que tenga relación con la ética en ese caso.
Pero es cierto que si nosotros traemos deliberamente personas al mundo entonces somos responsables de su existencia y por tanto tenemos la obligación de velar por ellas, al menos mientras no sean capaces de llevar una vida autónoma y responsable. Lo mismo vale si somos los causantes de que habiendo sido autónomas ya no lo sean directamente debido a nuestras acciones —por ejemplo, si les atropellamos en la carretera por culpa de nuestra negligencia. Y si se trata del caso de un animal no humano que esté bajo nuestra responsabilidad —por ejemplo, alguien rescatado de la esclavitud— entonces nosotros somos en principio responsables de sus actos. Debemos evitar que los animales no humanos que vivan con nosotros, bajo nuestro cuidado, hagan daño a otros.
A menudo se argumenta que los animales no humanos que viven en la naturaleza padecen situaciones de penuria [hambre, enfermedades, depredación, lesiones] y que por tanto nosotros debemos cuidar de ellos. Nuevamente, la cuestión es cómo se puede justificar racionalmente que nosotros debamos hacer algo respecto de una situación sobre la cual no somos en modo alguno responsables. Si no somos responsables entonces no podemos tener ninguna obligación al respecto desde un punto de vista ético.
Si aceptamos que no tenemos un deber moral en este asunto, todavía queda la cuestión de si es moralmente aceptable hacerlo, aunque no tengamos el deber de hacerlo. Pero ¿qué justificación moral tenemos para interferir en las vidas de los animales nohumanos libres que viven en la naturaleza? Son seres autónomos que viven independientes y que no nos han dado su consentimiento para que entablemos una relación directa con ellos.
Forzar a otros animales de los que nos somos responsables a que vivan sometidos a nuestro dominio es explotación. Ningún argumento justifica la explotación. Y quienes defienden esta medida están defendiendo la explotación animal. Aunque estén convencidos de que lo hacen por el bien de los animales a los que querrían someter.
Nosotros sí tenemos la obligación de respetar las vidas de los demás animales. Pero no porque seamos humanos. Que seamos humanos es en cierto modo irrelevante. Lo relevante es que tenemos la capacidad de ser conscientes de la moralidad de nuestros actos y de las consecuencias de nuestras acciones. Por eso somos moralmente responsables. Somos agentes morales.
La especie es irrelevante en un contexto moral. Lo relevante es si el individuo en cuestión es un agente moral. Si lo es, entonces es responsable de sus actos y debe responder ante ellos.
Es cierto que a menudo hablamos en términos de humanos y no-humanos, para referirnos a una diferencia basada en la agencia moral. Esto no sería correcto desde un punto de vista estricto. Pero si tenemos en cuenta el punto que he señalado antes, entonces no deberíamos caer en confusión.
La responsabilidad moral se amplía, en diferentes grados, hacia todos aquellos individuos que, aun no siendo agentes morales ellos mismos, sí sean responsabilidad de los agentes morales. Todos aquellos individuos —sin importar su especie— que estén en el mundo por nuestra causa son nuestra responsabilidad en el caso de que ellos no puedan responsabilizarse de sus actos. Cuando hablo en primera persona del plural me refiero, claro, a los que somos agentes morales.
Lo que hagan los animales no humanos libres en sus vidas no es nuestra responsabilidad. No son agentes morales ni están en el mundo por nuestra causa. Por tanto, no deberíamos interferir con ellos ni mucho menos someterlos a nuestra dominación. No deberíamos intervenir en las vidas de los otros animales que son libres. Así lo explica el filósofo Tom Regan:
En definitiva, no pongo en duda de que hay sufrimiento en la naturaleza, como también la hay dentro del contexto estrictamente humano. Pero, aparte de todos los argumentos expuestos anteriormente, opino que no tiene ningún sentido siquiera que no preocupemos por estos sucesos cuando nosotros mismos estamos causando directamente un tremendo perjuicio a miles de millones de animales; empezando por nuestro consumo de productos de la explotación animal: carne, lácteos, huevos, miel, lana, piel, cuero,.... Porque si no somos veganos entonces sí que estamos participando activamente en una injusticia manifiesta.
Ante esta situación en la que estamos directamente involucrados, preocuparnos por lo que hacen otros animales libres en la naturaleza me parece un enfoque equivocado o simplemente una manera de desviar la atención de la terrible injusticia que nosotros mismos estamos provocando.
Nuestra violencia contra los demás animales no es algo ocasional y excepcional. La sociedad en la que vivimos, y formamos parte, está basada en la violencia contra los animales no humanos. Ésta se practica masivamente cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. En granjas, mataderos, laboratorios, lugares de entretenimiento, domicilios particulares,... También se promueve y practica la matanza de animales no humanos con la excusa de proteger el medio ambiente. La violencia contra los demás animales está institucionalizado, asumida socialmente como algo normal.
Si queremos acabar con esta violencia —con toda nuestra violencia hacia los demás animales— es importante que tengamos muy claro que si primero no cambiamos la mentalidad especista que predomina en nuestra sociedad entonces todas las iniciativas sociales o legislativas que pretendan combatir alguna de sus consecuencias resultarán siempre fracasadas o inútiles. Es a la raíz del problema en donde deberíamos enfocar nuestro activismo. Y esto comienza ineludiblemente con la educación vegana.