Es probable que todos en algún momento nos preguntemos si quizás no estamos malgastando inútilmente nuestra energía cuando dedicamos parte de nuestro tiempo a cuestiones teóricas en lugar de enfocar nuestras acciones en actividades aparentemente más prácticas como salvar las vidas de personas.
Este cuestionamiento es muy lícito. El problema surge cuando se pretende utilizar este argumento para rechazar la propia reflexión, el diálogo y el debate y, por extensión, cualquier actividad que sea netamente teórica.
Muchos activistas están convencidos que "hay que actuar ya" del modo que sea, que lo único realmente importante es la acción externa sobre los problemas, sin importar ningún otro factor. Esta tendencia se ha diagnosticado como
sobreestimación de la acción:
«En algunos casos se entiende el activismo como una sobreestimación exagerada de la vida activa, como un exceso de actividad incontrolada, que guarda elementos de obsesión o de distracción. El hombre, devorado por la fiebre de la acción, suponiendo que sólo a fuerza de acciones se producen los cambios o el mejoramiento, se entrega más y más a actividades exteriores desconsiderando la vida interior.»
Dentro del ámbito animalista existe un generalizado desprecio a las cuestiones teóricas que va acompañado del defecto mencionado anteriormente. El profesor y activista
Gary Francione expone la cuestión de esta manera:
«Muchos defensores de animales parecen pensar que no necesitamos ninguna teoría. Sólo necesitamos actuar “por los animales”; nos podemos preocupar por la teoría más adelante. Este punto de vista está equivocado al menos en dos aspectos. Primero, si no tenemos una teoría, ¿cómo vamos a elegir qué cosas deberíamos promover? Si quiero hacer algo hoy para ayudar a los animales, y no tengo una teoría, como la relativa a la condición moral de los animales y qué cosas debo hacer, ¿cómo voy a elegir lo que voy a hacer? La respuesta es muy clara: no podemos hacer ninguna elección inteligente o informada si no tenemos ninguna teoría que guíe nuestra elección.»
Es cierto que la teoría, por sí sola, no soluciona los problemas. Pero, en primer lugar, para advertir dichos problemas necesitamos la teoría. Tal y como advierte el profesor
Félix Duque:
«La filosofía no está para resolver problemas sino para hacer ver que hay problemas ahí dónde los demás no los ven.»
Para solucionar efectivamente los problemas necesitamos la razón práctica o instrumental que desemboca en la ciencia, la tecnología, el activismo y la acción política. La razón teórica sirve para que podamos reconocer y distinguir entre categorías [lo correcto, lo verdadero, lo bueno] a la hora de analizar la realidad, pero no puede aportar remedios prácticos por sí sola. No podemos vivir sin una visión teórica del mundo, En palabras de
Thomas Nagel:
«Una vez que entramos en el mundo para nuestra estadía temporaria en él, no hay otra alternativa más que intentar decidir en qué creer y cómo vivir, y la única manera de hacerlo es intentando decidir qué es cierto y qué es correcto.»
Sin embargo, toda teoría —toda idea, creencia o razonamiento— tiene una aplicación o un aspecto práctico en la vida, y asu vez toda práctica tiene una teoría detrás que es la que la motiva y condiciona en parte. Por ejemplo, no hay nada en el veganismo que sea pura teoría ya que todo tiene implicaciones prácticas directas, y no hay ninguna práctica relacionada con el veganismo que no esté basada en alguna teoría previa.
La separación radical entre teoría y práctica sería un error categorial que ignora el entrelazamiento esencial entre conocimiento y acción; el cual es utilizado además para evitar justificar con argumentos aquellas acciones que no se pueden sostener con razones. Por eso señalaba el conocido pensador
Immanuel Kant que
«Lo que por fundamentos racionales vale para la teoría, vale también para la práctica.» Esto es, no es posible que una teoría correctamente articulada de acuerdo a la lógica y los datos empíricos pueda conducir por ella misma a una práctica inútil o inefectiva.
Lo cierto es que dependiendo de la teoría que asumamos nos comportaremos de una forma u otra. Además, la calidad de nuestra teoría —el hecho de que esté basada en hechos comprobados y argumentos válidos— también es relevante, porque dialogando de forma fundamentada con otras personas podremos influir en su forma de pensar y, por tanto, de actuar. Esta función de la actividad teórica la expresa acertadamente el filósofo
Simon Blackburn:
«La reflexión es importante porque forma un continuo con la práctica: lo que pensamos sobre las cosas que hacemos influye en nuestro modo de hacerlas, o incluso en si las hacemos o no. Puede influir en nuestras investigaciones, en nuestra actitud hacia la gente que hace las cosas de un modo distinto a como las hacemos nosotros o, en fin, en el conjunto de nuestra vida.»
De hecho, no hay nadie que no actúe motivado por alguna teoría, por creencias y nociones mediante las cuales valora e interpreta su experiencia. Así lo señala
Karl Jaspers:
«No hay manera de escapar a la filosofía. La cuestión es tan sólo si será consciente o no, si será buena o mala, confusa o clara. Quién rechaza la filosofía profesa también una filosofía, pero sin ser consciente de ella.»
Si tuviéramos que escoger: ¿qué sería más importante la teoría o la práctica? La teoría. Porque la práctica sin una teoría previamente correcta se hará inútil o inmoral. Todos actuamos en parte de acuerdo a una teoría. Y para saber si algo es malo o bueno, o si es correcto o incorrecto, necesitamos acudir a la teoría.
La teoría es una base imprescindible para poder actuar. De hecho, cuando empleamos términos como «injusticia» estamos teorizando. Estamos juzgando que hay cosas que están bien y otras que están mal. Estamos usando una teoría. Ahora bien, ¿cómo sabemos que es una teoría correcta y efectiva? Es posible que nos estemos equivocando. Para saberlo necesitamos realizar una análisis teórico, basado en la lógica y en los hechos.
¿No estaríamos siendo tal vez demasiado 'rígidos' al ajustarnos a una teoría? ¿No estaríamos actuando como 'robots'? No, porque al practicar la teoría precisamente estamos actuando al contrario de como lo haría un robot. Estamos ejerciendo nuestra capacidad racional y crítica como individuos conscientes de nuestros actos que somos. Una teoría siempre está sujeta a revisión para comprobar si concuerda con la lógica y con los hechos.
¿Pero acaso realmente necesitamos una teoría? ¿No sería suficiente con seguir el “sentido común”? En absoluto. El concepto de “sentido común” es vacío y relativo. Si “sentido común” significa actuar como hace la mayoría de la gente entonces nos limitamos a imitar lo que hacen otros, sin reflexionar críticamente sobre ello. “Sentido común” a menudo significa inercia y adaptarse a los prejuicios o costumbres establecidos.
Quienes se oponen a la importancia de la teoría en el activismo, y dicen que debemos centrarnos simplemente en actuar y hacer cosas —sin reflexionar sobre ello— adoptan una postura similar a aquellos que dicen que no debemos perder tiempo en aprender carpintería o arquitectura sino que que tenemos que ponernos ya mismo a hacer armarios o edificios. Este tipo de criterio irracional conduce inevitablemente al fracaso o al desastre. Así lo recordaba
Gianni Vattimo, citando a su vez a Martin Heidegger, sobre el problema de la relación entre la filosofía y la transformación social:
«Entretanto también se le ha exigido a la filosofía que no se contente con interpretar el mundo y perderse en especulaciones abstractas, sino que trate de transformar el mundo de modo práctico. Lo que pasa es que una transformación del mundo así pensada exige previamente que se transforme el pensar, del mismo modo que tras la citada exigencia ya se esconde una transformación del pensar [véase Karl Marx, La ideología alemana: Tesis sobre Feuerbach, tesis 11 «Los filósofos solo han interpretado el mundo de maneras diversas; de lo que se trata es de transformarlo.»]. Pero ¿cómo puede transformarse el pensar si no se encamina hacia aquello que merece ser pensado?»
El rechazo a la teoría en el fondo no es más que otra teoría diferente de quien pretende evitar el cuestionamiento de sus propias ideas y creencias, para poder actuar libremente sin que nadie critique o valores sus acciones. Evitar el pensamiento, el estudio, el aprendizaje, y la reflexión sobre lo que hacemos solamente puede traer consecuencias perjudiciales y dañinas.
El error es inherente a nuestra vida; es inevitable hasta cierto punto. Lo que no es inevitable es la voluntad de advertir y corregir esos errores mediante una mentalidad abierta y crítica que revise de forma constante todo lo que pensamos y hacemos.
Aparte, dedicar tiempo a cuestiones teóricas —filosofía moral, nutrición, estrategia— no significa necesariamente que no se pueda emplear otra parte igual del tiempo a actividades enfocadas en la práctica: estar en la calle difundiendo el veganismo, cuidar de animales refugiados,... Es un falso dilema suponer que si dedicamos parte del tiempo a la teoría entonces no podemos dedicar también otra parte de nuestro tiempo a otro tipo de actividades no teorizantes pero que también son útiles y necesarias.
La teoría determina nuestra forma de pensar, y nuestra forma de pensar es causa de nuestra forma de actuar. Porque toda teoría es una forma específica de práctica: teorizar —pensar, reflexionar. Y toda práctica es la aplicación de una determinada teoría. O como expone el propio
Leon Tolstoi:
«Siempre me sorprendo cuando oigo decir que una cosa es buena en la teoría pero no lo es en la práctica, como si la teoría no fuera más que bonita colección de palabras, necesarias para conversar, y no constituyera la base de toda acción práctica. La teoría es lo que el hombre sabe, y la práctica lo que hace. ¿Cómo puede ocurrir que el hombre piense de una manera y obre de otra? La práctica se ciñe inevitablemente a la teoría y, si he comprendido la cuestión sobre la que he estado reflexionando, no puedo proceder sino en conformidad con mis ideas.»
El paradigma especista predominante en nuestra sociedad es la causa de que exista la explotación animal. Ese tipo de mentalidad que promueve y permite la esclavitud de los animales no humanos, provocando miles de millones de víctimas. El especismo es un problema de teoría. Es un problema que atañe a las creencias y las formas de pensar de los individuos. Según lo expresa
Peter Singer:
«Para poner fin a la tiranía hay que comprender, primero, en qué consiste. Desde un punto de vista práctico, el dominio del animal humano sobre otros animales [...] se expresa en prácticas relacionadas, como matar a animales salvajes por deporte o por sus pieles. Estos hechos no deben considerarse aberraciones aisladas. La única forma de llegar a entenderlos es considerarlos como manifestaciones de la ideología de nuestra especie, esto es, las actitudes que nosotros, como animal dominante, sostenemos ante los otros animales.»
Para acabar con la violencia hacia los demás animales hay que analizar y comprender por qué sucede y, en base a este análisis, proponer medios efectivos para remediarla. No es posible que solucionemos una injusticia si primero no comprendemos su naturaleza, sus causas, y sus posibles remedios.
A través del
activismo educacional, que está basado en fundamentos teóricos, cambiamos la mentalidad que origina la violencia y evitamos que miles de millones de animales sean explotados y masacrados en el futuro. Animales que serían traídos al mundo para ser esclavizados, o animales que viven sus vidas libres en la naturaleza. Como diría el profesor
Werner Heisenberg:
«A menudo, un planteamiento adecuado representa más de la mitad del camino hacia la solución del problema.»
Cuando hablamos de ayudar a los animales también podemos referirnos a algo distinto, cuando hablamos de rescatar y dar refugio a determinados individuos concretos. Esta actividad sin duda puede resultar algo muy beneficioso para esos individuos, pero en modo alguno soluciona el problema de fondo del
especismo y la explotación animal.
Por analogía: cuando se produce una enfermedad puede ser apropiado tratar de aliviar los síntomas y las consecuencias de dicha enfermedad, pero lo más responsable y conveniente es enfocar las energías sobre todo en intentar anular la causa de la enfermedad.
El
especismo es un trastorno moral y la explotación institucionalizada de los animales no humanos es su consecuencia directa. Para que no haya más víctimas hay que atajar la verdadera raíz del problema, es decir, el prejuicio que nos hace creer que está bien considerar a los demás animales como medios para nuestros fines.