«En estos tiempos de naufragio y ruina, el único poder que puede fortalecernos es un pensamiento inteligente y claro» ~ Soledad Gallego-Díaz
En su obra «Minima Moralia», el filósofo Theodor Adorno escribió este aforismo [68], en el cual reflexionaba acerca del lenguaje como reflejo de nuestra mentalidad:
«La indignación por las atrocidades cometidas se hace menor cuanto menos parecidos son los afectados al lector normal [...].
Esto dice tanto del crimen en sí como de los que lo presencian. En los antisemitas quizá el esquema social de la percepción esté configurado de tal modo que no les permite ver a los judíos como hombres.
La tan oída afirmación de que los salvajes, los negros o los japoneses parecen animales, casi monos, contiene ya la clave del pogromo. Su posibilidad queda ya establecida desde el momento en que el ojo de un animal mortalmente herido da con el hombre.
El empeño que éste pone en evitar esa mirada ("no es más que un animal") se repite fatalmente en las crueldades infligidas a los hombres, en las que los ejecutores tienen continuamente que persuadirse del "sólo es un animal" porque ni en el caso del animal podían ya creérselo.»
En efecto, calificar a otro ser humano como “animal” —a pesar de que todos los humanos somos de hecho biológicamente animales— significa automáticamente desecharlo a la categoría de víctima permitida, de víctima aceptada. Es una autojustificación para el crimen por parte del propio agresor.
A quienes denominamos como “animales” [los no-humanos] son nuestras víctimas aceptadas: en las granjas, en los mataderos, en los laboratorios y demás centros de explotación y exterminio. La excusa de que “sólo son animales” retumba constantemente para intentar eludir el cuestionamiento moral de lo que estamos haciendo. Esto es la consecuencia del especismo.
Cada día esclavizamos y matamos a millones de ellos para nuestro propio beneficio, sin hacernos conscientes del sufrimiento que les causamos, ignorando que son individuos que sienten y que desean vivir. Estamos todos inmersos en un automatismo perverso que nos conduce a participar cada día en la esclavitud y el asesinato de millones de animales inocentes sin que apenas nos demos cuenta de ello.
Esto es a lo que se refería Hanna Arendt cuando hablaba de «la banalidad del mal». Esto es: cuando el mal ya no es juzgado como tal, ya no se advierte, y se integra en nuestros hábitos de vida alegando la excusa de que es algo "normal" o supuestamente"necesario" o "inevitable".
Habitualmente decimos que alguien es racional cuando actúa según las maneras o herramientas más apropiadas para conseguir sus propósitos. Esta idea ha sido difundida por pensadores como David Hume, para quien la razón era una facultad puramente instrumental y de la cual no se podían derivar valores ni juicios morales. Es decir, aunque explotemos a otras personas —aunque cometamos cualquier crimen— se supone que seguiríamos actuando racionalmente, según aquella perspectiva instrumentalista. Esta noción sobre la racionalidad está muy extendida en la actualidad.
Entiendo que en la obra de Adorno lo que se intenta denunciar precisamente es que la razón ha sido subyugada a su aspecto instrumental y se ha despreciado su aspecto normativo. En lo referente a la moral, se ha ignorado que la razón es el fundamento objetivo de la ética. Es por ello que las acusaciones contra el racionalismo y el movimiento ilustrado de haber provocado o favorecido los totalitarismos del siglo XX estarían totalmente desenfocadas. La verdad es justo lo contrario.
Históricamente, en lugar de adoptar la razón como criterio, nuestra cultura siguió fomentando que los prejuicios, el tribalismo, el nacionalismo, la tradición y el autoritarismo fueran los que marcaran las normas a seguir. Eso fue lo que dio lugar a las guerras y genocidios del siglo XX. Los irracionalismos que triunfaban en la primera mitad del siglo XX habían sido precedidos a su vez en el siglo XIX por el movimiento reaccionario contra la Ilustración y contra el legado político de la Revolución Francesa.
Siguiendo a Adorno en este punto, entiendo que las injusticias no fueron el resultado de habernos olvidado de las emociones y los sentimientos o las pasiones, como se suele decir a menudo. La realidad resulta ser a la inversa: por haber dejado que nos dominaran nuestros sentimientos es por lo que perdimos —si es que alguna vez lo tuvimos presente— el sentido moral en nuestra conducta. Todas las ideologías totalitarias apelaban a las emociones como fundamento y rechazaban la razón como criterio objetivo de conducta.
Acerca de la fiabilidad de los sentimientos como criterios de juicio, señalaba Nietzsche: en su libro Aurora:
A quienes denominamos como “animales” [los no-humanos] son nuestras víctimas aceptadas: en las granjas, en los mataderos, en los laboratorios y demás centros de explotación y exterminio. La excusa de que “sólo son animales” retumba constantemente para intentar eludir el cuestionamiento moral de lo que estamos haciendo. Esto es la consecuencia del especismo.
Cada día esclavizamos y matamos a millones de ellos para nuestro propio beneficio, sin hacernos conscientes del sufrimiento que les causamos, ignorando que son individuos que sienten y que desean vivir. Estamos todos inmersos en un automatismo perverso que nos conduce a participar cada día en la esclavitud y el asesinato de millones de animales inocentes sin que apenas nos demos cuenta de ello.
Esto es a lo que se refería Hanna Arendt cuando hablaba de «la banalidad del mal». Esto es: cuando el mal ya no es juzgado como tal, ya no se advierte, y se integra en nuestros hábitos de vida alegando la excusa de que es algo "normal" o supuestamente"necesario" o "inevitable".
Habitualmente decimos que alguien es racional cuando actúa según las maneras o herramientas más apropiadas para conseguir sus propósitos. Esta idea ha sido difundida por pensadores como David Hume, para quien la razón era una facultad puramente instrumental y de la cual no se podían derivar valores ni juicios morales. Es decir, aunque explotemos a otras personas —aunque cometamos cualquier crimen— se supone que seguiríamos actuando racionalmente, según aquella perspectiva instrumentalista. Esta noción sobre la racionalidad está muy extendida en la actualidad.
Entiendo que en la obra de Adorno lo que se intenta denunciar precisamente es que la razón ha sido subyugada a su aspecto instrumental y se ha despreciado su aspecto normativo. En lo referente a la moral, se ha ignorado que la razón es el fundamento objetivo de la ética. Es por ello que las acusaciones contra el racionalismo y el movimiento ilustrado de haber provocado o favorecido los totalitarismos del siglo XX estarían totalmente desenfocadas. La verdad es justo lo contrario.
Históricamente, en lugar de adoptar la razón como criterio, nuestra cultura siguió fomentando que los prejuicios, el tribalismo, el nacionalismo, la tradición y el autoritarismo fueran los que marcaran las normas a seguir. Eso fue lo que dio lugar a las guerras y genocidios del siglo XX. Los irracionalismos que triunfaban en la primera mitad del siglo XX habían sido precedidos a su vez en el siglo XIX por el movimiento reaccionario contra la Ilustración y contra el legado político de la Revolución Francesa.
Siguiendo a Adorno en este punto, entiendo que las injusticias no fueron el resultado de habernos olvidado de las emociones y los sentimientos o las pasiones, como se suele decir a menudo. La realidad resulta ser a la inversa: por haber dejado que nos dominaran nuestros sentimientos es por lo que perdimos —si es que alguna vez lo tuvimos presente— el sentido moral en nuestra conducta. Todas las ideologías totalitarias apelaban a las emociones como fundamento y rechazaban la razón como criterio objetivo de conducta.
Acerca de la fiabilidad de los sentimientos como criterios de juicio, señalaba Nietzsche: en su libro Aurora:
«Se nos dice que nos dejemos llevar de nuestro corazón o de nuestros sentimientos. Pero resulta que los sentimientos o son algo definitivo ni originario, tras ellos se encuentran juicios y apreciaciones que nos son transmitidas en forma de sentimientos (preferencias, antipatías). La inspiración que surge de un sentimiento es nieta de un juicio (y muchas veces de un juicio falso), y, en cualquier caso, de un juicio que no es nuestro. Dejarnos llevar por nuestros sentimientos equivale a obedecer a nuestro abuelo, a nuestra abuela y a los abuelos de éstos, y no a esos dioses que habitan en nosotros y que son nuestra razón y nuestra experiencia.»
Por esto pienso que se trata de un error creer que los sentimientos, la compasión, o incluso que la empatía por sí sola, puede sustituir o cumplir la función general de la ética basada en la razón. Así como también sería otro error pensar que la inteligencia más desarrollada conduce inevitablemente a adoptar una conducta moral, dado que la inteligencia puede ser usada instrumentalmente para fines inmorales.
Sin embargo, no es menos equivocado creer que una ética racional implique marginar, ignorar o despreciar el aspecto emocional de nuestra personalidad. No es así. La razón simplemente pone a los sentimientos en su lugar apropiado, nos ayuda a distinguir entre ellos y nos proporciona un cauce adecuado para canalizar la energía emocional de forma constructiva, útil y ética.
Los sentimientos no pueden ser un criterio moral porque no son objetivos sino que varían de cada persona y situación. ¿Por qué el sentimiento de una persona va a ser más importante que el de otra? ¿Qué sucede si se contradicen y oponen entre ellos? ¿Cómo sabemos cuál sentimiento sería correcto y cuál no? ¿Por qué la compasión es buena y el sadismo no lo es? Esto sólo podemos determinarlo:
[1] Apelando a un otro sentimiento; lo cual nos devuelve al punto de partida en un bucle infinito sin respuesta.
[2] Apelando a la razón.
Se da la paradoja de si intentamos razonar para esclarecer esta cuestión entonces !ya partimos de haber aceptado previamente la razón como criterio para determinar la autoridad de la propia razón! Pero si nos basamos sólo en el sentimiento es evidente que echamos a un lado la razón como norma y sólo la usamos de forma instrumental —para conseguir nuestros objetivos.
Por tanto, para actuar moralmente necesitamos tanto del sentimiento para motivarnos como de la inteligencia para guiarnos. Es la inteligencia basada en la razón objetiva, en la lógica, y no en la razón instrumental, la que posibilita el conocimiento de la ética.
Ciertamente un mayor nivel de inteligencia tampoco implica ser necesariamente más moral en el sentido de ser más respetuoso con los demás. La inteligencia es una facultad que tiene también un sentido instrumental de todos los animales para conseguir nuestros propósitos. Sin embargo, poseer cierta capacidad de razonamiento abstracto permite comprender principios formales y es una característica necesaria para tener conciencia moral; además de la empatía.
Hay otra idea relacionada que también deduzco directamente del texto de Adorno que citaba al principio. Dice así: si somos honestos respecto de nosotros mismos entonces reconoceremos que el mal, incluso el peor de los males, está a nuestro alcance. Como señala la historiadora Élisabeth Roudinesco: «la maldad está dentro de cada uno y que dependerá de su educación, identificaciones inconscientes y traumas diversos si es capaz de rebelarse contra ella, superarla o sublimarla o, en caso contrario, cometer crímenes, causar dolor o llevarse por delante todo lo que uno pueda.»
Si nos autoconvencemos de que nosotros nunca haríamos esas cosas terribles que condenamos en la conducta otras personas, eso no evitará que las hagamos. Esto sólo provocará que si algún día incurrimos en ellas nos neguemos a reconocerlas como lo que son, apelando a que nosotros nunca seríamos capaces en absoluto de cometer semejantes actos, a pesar de que la evidencia y la razón indicaran claramente que los estamos llevando a cabo.
Nos autoconvencemos de que nosotros no somos capaces de causar sufrimiento innecesario a animales inocentes; estamos convencido de que nosotros no asesinamos ni torturamos ni oprimimos a los que son más débiles e indefensos que nosotros. No, nosotros no hacemos eso. Pero la verdad es que eso es exactamente lo que estamos haciendo ahora.
Y para intentar excusarnos ahora diremos entonces: "sólo son animales"...