Uno de los precursores y pioneros más importantes del movimiento de Derechos Animales fue el escritor y activista inglés Henry Stephens Salt. En esta entrada me gustaría relatar brevemente algunos de los puntos más importantes acerca de su trabajo.
De entre los muchos datos que se pueden exponer acerca de su vida, creo que es importante destacar que Henry Salt conoció personalmente a Mahatma Gandhi durante una convención vegetariana en Gran Bretaña y tuvo una influencia determinante en su pensamiento, haciéndole conocer la obra de Henry David Thoreau.
El pensamiento de Salt es importante por ser el primer pensador que anticipó la idea de los Derechos Animales en su libro titulado precisamente «Los Derechos de los Animales». La peculiaridad de esta obra radica en ser la primera que, en lugar de partir de la tradicional y asentada posición del 'bienestar animal', Salt reconoce que los animales tienen derechos que no deben vulnerarse para beneficiar los intereses humanos; independientemente de la manera en que dichos interesados sean vulnerados. Es decir, Salt propugna que los humanos deberíamos dejar de utilizar a los demás animales, y respetar sus vidas y su libertad. En ese libro ya apuntaba la idea de que el bienestar genuino es incompatible con la explotación:
«[...] conforme la civilización avanza, las crueldades inseparables del sistema de sacrificio se han ido agravando, en vez de disminuir, debido tanto a la mayor necesidad de transportar animales a grandes distancias, por mar y tierra, en condiciones de premura y dureza que impiden por lo general toda consideración humana hacia su bienestar, como a los torpes y bárbaros métodos que con harta frecuencia se practican en esos antros de tortura que se conocen como "mataderos privados".»
Salt expone en esa obra que hablar de derechos para los otros animales carece de sentido si éstos deben estar sujetos a los deseos y caprichos de los humanos, y que ellos son individuos que poseen sus propios intereses:
«La falaz idea de que las vidas de otros animales no tienen «finalidad moral» está conectada en su raíz con estas pretensiones filosóficas o religiosas que con tanta fuerza ha condenado Schopenhauer. Vivir una vida propia —realizar el propio ser de uno— es la más elevada finalidad moral tanto del hombre como del animal, y que los animales poseen su correspondiente grado de individualidad difícilmente puede dudarse. Hemos visto —dice Darwin— que los sentidos e intuiciones, las diversas emociones y facultades, tales como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón, etc., de las que el hombre se vanagloria, puede hallarse en estado incipiente, o incluso bien desarrollado en animales inferiores.»
Lo que se está argumentando aquí es la fundamental noción de valor inherente, que es uno de los dos pilares fundamentales de la ética. Esto es, sólo los seres dotados de sensación pueden valorar. Ellos se valoran a sí mismos —valoran su conservación, su bienestar, su libertad— aunque nadie más lo hiciera.
Puesto que solamente los seres con capacidad de sentir puede tener experiencias subjetivas —sensaciones, deseos, intenciones— y de este modo perciben conscientemente lo que les rodea en tanto que les beneficia o perjudica. Por esto, su valor es intrínseco; es inherente a ellos mismos. Así lo explica Salt:
«Es ésta, así pues, la postura de quienes afirman que los animales, al igual que los seres humanos, tienen necesariamente determinados derechos limitados, que no pueden negárseles, como se les niegan ahora, sin incurrir en injusticia y tiranía. Poseen individualidad, carácter, razón. Y poseer esas cualidades es tener el derecho a ejercitarlas en la medida en que se lo permitan las circunstancias que lo rodean. "La libertad para elegir —dice Ouida— es la primera condición de la felicidad animal, así como de la humana. ¿Cuántos animales de un millón tiene incluso libertad relativa en algún momento de su vida? No se les permite elección alguna, y todos sus instintos naturales son negados o sometidos a la autoridad". Y, sin embargo, ningún ser humano tiene justificación para considerar a ningún animal como un autómata carente de sensibilidad al que puede hacer trabajar, al que puede torturar, devorar, según sea el caso, con el mero objeto de satisfacer las necesidades o caprichos de la humanidad.»
En definitiva, podemos considerar que Henry Salt sería el padre de la ética de los Derechos Animales que posteriormente desarrollarían filósofos y activistas como Leonard Nelson, Donald Watson, Leslie Cross y Tom Regan.
Quisiera terminar citando un último párrafo, en esta ocasión de su libro "Seventy Years Among Savages", en el que Salt señala otro punto muy importante: la noción de que todo crimen contra los individuos —ya fueran humanos y no humanos— es igualmente injusto, y que deberíamos rechazarlos todos por igual, puesto que todos los individuos tienen en el mismo valor moral —no hay razón para presuponer que la vida humana sea más moralmente más valiosa que las vidas de otros animales:
«Ninguna nación o individuo puede mejorar sin un cambio de mentalidad. Los activistas de todas las clases deben reconocer que es inútil predicar la paz por sí sola, la justicia social por sí sola, la anti-vivisección por sí sola, el vegetarianismo por sí solo, o el respeto hacia los animales por sí solo. La causa de todos los males que infligimos al mundo es la misma: la falta general de humanitarismo, la falta de conocimiento de que toda vida sintiente es igual, y que quien perjudica a sus semejantes se está perjudicando a sí mismo.»
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