17 de diciembre de 2011

Feminismo y Veganismo


Durante muchos siglos se ha considerado que la mujer debía estar al servicio del hombre; que la mujer era una propiedad más del varón y que éste podía disponer libremente de ella para satisfacer sus deseos e intereses. A esto es a lo que se denomina como patriarcado.

Nosotros sabemos que esto está mal, moralmente mal, aunque quizás muchos no sepan explicar bien el por qué. En esta nota pretendo exponer la razón que explicaría este juicio moral; el cual también fundamenta el rechazo a cualquier tipo de sometimiento similar.

A día de hoy, en gran parte del mundo hemos progresado hacia la consideración igualitaria de las mujeres y ya no se considera socialmente aceptable el sexismo como parte del paradigma moral establecido. Sin embargo, no es algo que se haya superado del todo a nivel global y sigue siendo un grave problema, especialmente en determinados lugares del mundo.

La creencia de que los demás animales —los animales no humanos— existen para nuestro beneficio tiene exactamente la misma estructura ideológica de dominación que la idea de que las mujeres existen para beneficio de los varones.

La propia creencia de que alguien existe obligadamente para beneficiar a otros es radicalmente inmoral ya que se opone al principio ético de igualdad. Se trata de la misma equivocada creencia que sostiene la explotación de los otros animales por parte del ser humano, así como la de muchos seres humanos por parte de otros humanos. Podemos juzgar ambas situaciones con los mismos principios morales, pues se trata de principios racionales y universales, como advierte la filósofa Jannet Radcliffe:

«El feminismo depende de principios morales de los que deriva: no puedes argüir que las mujeres son injustamente tratadas sin disponer de principios que son lógicamente previos a tu reivindicación, y el debate sobre esos principios no es un debate feminista.» [Janet RadcliffeThe Skeptical Feminist, 1980]

De acuerdo a nuestra condición de seres sintientes —tanto humanos como no humanos— nos importa nuestra propia vida; tenemos un interés fundamental en conservarla y protegerla del daño y la muerte. Es por esto que poseemos un valor intrínseco, lo que conlleva moralmente que debemos ser tratados como fines en sí mismos y no como simples medios para los fines de otros. Poseemos un valor inherente que no puede ser ignorando ni vulnerado por razones instrumentales.

Por otra parte, los animales que tenemos la capacidad de responsabilizarnos de nuestra conducta, que somos conscientes de que nuestros propios actos afectan también a otros, somos agentes morales y tenemos el deber de respetar a todos aquellos seres que tienen capacidad de sentir y, por tanto, intereses. Sin importar cualquier otra característica que no afecte al hecho de tener intereses. Esto es: características irrelevantes como el sexo, la raza, la orientación sexual o la especie.

La razón moral para respetar el cuerpo de una mujer, respetar sus intereses y su autonomía, no radica en el hecho mismo de que sea mujer sino que el motivo fundamental es que es alguien, es una persona — un ser dotado de subjetividad. La personalidad conlleva un valor moral intrínseco —que es independiente del valor instrumental que pueda tener para otros individuos— y que nos obliga racionalmente a respetarlo por sí mismo.

Por lo tanto, si estamos en contra de la explotación y la violencia contra las mujeres entonces debemos ser coherentes y estar igualmente en contra de la explotación y la violencia contra cualquier ser consciente.

Lo que hay esencialmente de erróneo en nuestra relación con los demás animales reside precisamente en que los consideramos y los utilizamos como medios para nuestros fines sin su consentimiento ni respetando sus intereses propios. Los tratamos como simples recursos. Esto es lo que define a la explotación animal. El hecho de que sistemáticamente dominemos, sometamos y coaccionemos a los demás animales está causado por esa mentalidad especista que los considerada como objetos al servicio de los humanos.

El veganismo es un principio moral que se opone a la explotación de los animales no humanos. Es un principio basado en el igual valor inherente de todos los seres sintientes, aunque está focalizado en la opresión especista sobre los no-humanos; al igual que el feminismo se fundamenta en la igualdad para todos, aunque se centre específicamente en las mujeres. Lo que pretende el veganismo es abolir el uso de los no-humanos como recursos y su sometimiento al estatus de propiedad.

El paradigma moral en el feminismo que señala que una persona nunca debe ser tratada como un objeto —como un simple medio para nuestros fines— coincide con la idea esencial del veganismo. Este principio básico es también el fundamento de la ética de Derechos Animales y del movimiento que pretende defender a todos los animales y sus legítimos intereses.

Sexismo y especismo son prejuicios equivalentes en muchos aspectos. A nivel estructural y a nivel moral son idénticos. Sólo cambia el sexo por la especie. La diferencia relevante entre ambos se encuentra en el aspecto social: el sexismo está cuestionado y rechazado por un porcentaje muy considerable de la población —que varía de acuerdo a cada país o núcleo social— y está explícitamente condenado por las legislaciones de muchos países. En cambio, el especismo es asumido y apoyado por la gran mayoría de la población humana en todo el mundo y toda nuestra cultura, así como el ordenamiento jurídico, es especista.

Nuestra relación con los animales se basa en ese mismo patrón que rige el machismo: los cosificamos y dominamos para que nos sirvan de recursos y herramientas; ya sea de alimento, de vestimenta, de entretenimiento o cualquier otra finalidad que consideremos beneficiosa para nosotros. Los vemos como 'seres inferiores' y nos creemos con derecho a someterlos y sacrificarlos. De este modo, el machismo y el antropocentrismo resultan análogos —en ambos casos se pretende justificar una situación opresiva de un grupo sobre otro apelando a una supuesta superioridad o inferioridad de ciertos individuos respecto de otros. Como bien explica la profesora Anna Charlton:

«La conexión entre la opresión de las mujeres por el sexismo y la opresión de los animales por el especismo es vívida y conmovedora. El especismo ha de condenarse porque, del mismo modo que el sexismo opera para oprimir a las mujeres e impedir que participen plenamente en la comunidad moral, el especismo descansa en criterios irrelevantes para excluir a los animales de la comunidad moral.» [Anna Charlton, Las mujeres y los animales, 1999]

La única forma de poner remedio a la opresión que ejercemos sobre los demás animales es la misma que sirvió para empezar a solucionar el problema del machismo: concienciar a la sociedad mediante el activismo educacional y llevar este rechazo a la opresión a la práctica de nuestras vidas.

12 de diciembre de 2011

¿Es el capitalismo el verdadero problema?



Existe una interpretación sobre el problema en nuestra relación con los demás animales basada en la idea de que existe una relación de causalidad entre el capitalismo y la explotación de los animales —que la causa de que explotemos a otros animales radicaría principalmente en el hecho de que vivamos bajo un sistema económico de tipo capitalista. De este modo se concluye que no podremos solucionar la injusticia que es la explotación animal sin al mismo tiempo acabar con el capitalismo. En esta nota quisiera analizar concisamente dicha idea.

Entendamos por capitalismo aquí, a grandes rasgos, un sistema económico basado en la propiedad privada de los recursos y su gestión a través del libre mercado. En oposición a sistemas como el socialismo, entendido como la propiedad de los recursos en manos de la colectividad mediante una autoridad pública —el Estado— y su gestión mediante planificación funcionarial.

Pienso que la idea de que no podemos solucionar el problema de la explotación de los animales sin incluir el rechazo del capitalismo sería un interpretación errónea porque, en primer lugar, pasa por alto el hecho de que no sólo dentro del capitalismo hemos explotado a los animales. Este dato evidente ya parece indicarnos con claridad que la causa de que explotemos a los demás animales no puede ser el capitalismo: la explotación de animales existía igualmente antes y fuera del ámbito del capitalismo.

Si en sociedades que no han vivido bajo un sistema capitalista ha existido la explotación de los animales, entonces esto quiere decir que el remedio a dicha explotación no puede venir de la abolición del capitalismo. Si imponemos el socialismo, o cualquier otro sistema económico no-capitalista, esto no conllevaría en modo alguno que la explotación animal desaparezca.

Los animales no humanos han sido utilizados por los humanos desde hace miles de años —antes de que nada parecido al capitalismo existiera todavía— por lo que parece relativamente fácil de advertir que la causa de que explotemos a los demás animales no se encuentra en el capitalismo como tal.

A mi modo de ver, la causa de la explotación animal radica en el hecho de que no reconocemos moralmente a los demás animales su condición de personas. Los catalogamos dentro de la categoría de objetos/recursos/mercancías. Es decir, consideramos que los otros animales son medios para satisfacer nuestros fines —ello sólo tienen un valor instrumental— y negamos que sean fines en sí mismos —seres que poseen un valor inherente.

Se trata pues de un problema moral. Este fallo moral es lo que ocasiona que los animales no humanos sean considerados como propiedades de los humanos. Pero no sólo se les considera propiedad en el sistema capitalista sino que los animales no humanos también son considerados como propiedad de los humanos en otras formas distintas de organización económica. Aquí residiría la causa real de que no respetemos sus intereses.

Si la causa de la explotación animal es moral entonces la solución sólo puede venir de un cambio en nuestra visión moral de los animales. La solución sería pues la abolición de su estatus de propiedad y, previamente, de la mentalidad especista que lo fundamenta.

En tanto que los animales no humanos sigan siendo vistos como propiedad humana no podrán tener derechos reconocidos por nuestro sistema legal. Sólo cuando reconozcamos que todo ser sintiente es una persona con derechos estaremos en vías de solucionar el grave problema que es la explotación de los animales —el uso de los animales no humanos como recursos para beneficio de los humanos.

Sólo cuando dejemos de considerar a los otros animales como nuestra propiedad, y sólo entonces, podrá abolirse la explotación animal. Rechazar la noción de propiedad aplicada a los animales conlleva asimismo reconocer que todos los seres sintientes poseen un derecho moral no ser tratados como propiedad.

Un derecho es un concepto moral que implica que un interés debe ser respetado y que no puede ser vulnerado por una razón distinta a la propia protección de ese mismo derecho. Esto significa que no podemos violar los derechos de nadie aunque de ello obtengamos algún beneficio —ya fuera placer, diversión, o ganancia económica. En principio, los derechos subjetivos serían compatibles con la aplicación del capitalismo. De hecho, según autores, como Ayn Rand, el capitalismo sólo puede darse como consecuencia del respeto por los derechos individuales.

¿Acaso para reconocer algo como injusto no debe primero pasar por el filtro de nuestro criterio moral y no es esto en gran parte consecuencia de la educación recibida y la cultura en la que crecemos? Por no hablar de la más que probable existencia de un sentido moral innato.

Si nuestra forma de pensar fuera determinada puramente por la estructura económica entonces ni siquiera se podría explicar cómo es posible que suceda que algunos humanos juzguemos la explotación animal como algo injusto cuando ocurre que todos nos beneficiamos de ella y hemos sido insertados desde la infancia en su dinámica como explotadores. Si una teoría no puede explicar este suceso, tan notorio e importante, creo que esa teoría tiene que albergar algún fallo de base.

El planteamiento que achaca el problema sólo al sistema económico y niega el valor causal de la educación, la cultura, y la mentalidad moral, estaría incurriendo en un error de lógica: confundes causas y consecuencias. Este error ha sido señalado incluso por intelectuales marxistas, contrarios al capitalismo, como es el propio Antonio Gramsci, que entienden que la cultura no es un mero producto del sistema económico —aunque la economía influya decisivamente en él— sino que el pensamiento tiene su propia dinámica y ocupa una categoría de causalidad en la forma en que actuamos, incluyendo el sistema económico. Por lo tanto consideran que no podrá haber revolución social si no hay antes una revolución interna de nuestro pensamiento:

«Esto quiere decir que toda revolución ha sido precedida de un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de difusión de ideas a través de agregados de seres humanos, primero refractarios y preocupados sólo en resolver día a día, hora a hora, el propio problema económico y político por sí mismos, sin lazos de solidaridad con los demás que se encontraban en las mismas condiciones.» [Socialismo y cultura; Antonio Gramsci, 1916]

Por todo esto, el enfoque anticapitalista sobre la explotación de los animales estaría errado en su análisis, y la explotación animal no sería causa del capitalismo.

Además el enfoque anti-capitalista serviría para fomentar que los animalistas ignoren la importancia determinante del activismo educacional. Es decir, si la explotación animal sucede supuestamente por culpa del sistema capitalista entonces no sirve de nada intentar cambiar la mentalidad y las conciencias, dado que la causa del problema sería exclusivamente estructural —sería un problema originado por la organización económica. Esta perspectiva fue defendida en su momento por autores como Martin Balluch, entre otros, y rebatida por el profesor Gary Francione. Equivocarnos en el análisis de la causa de la explotación animal conllevaría que también nos equivoquemos en el análisis de las soluciones a esta injusticia.

Este ensayo no pretende enjuiciar el capitalismo como tal, ya sea favor o en contra, sino que sólo pretende señalar que el problema en nuestra relación con los demás animales no tiene su raíz en un determinado sistema económico sino en algo más precedente y profundo: en nuestra visión moral del mundo —una visión dominada por la idea de que el ser humano es un ser especial y diferente al resto de animales y que tiene legitimidad para utilizarlos en su beneficio. Esto es: la idea de la «superioridad humana»

Si de verdad nos tomamos en serio a los demás animales entonces los reconoceremos como personas. El primer derecho más importante y fundamental que debemos respetar en una persona es su derecho a no ser considerada como nuestra propiedad: que no la tratemos como mero recurso o simple medio para nuestros fines. Es decir, que no la sometamos a explotación.

Eso es, en esencia, lo que significa veganismo: el rechazo radical a la explotación de los no-humanos.

11 de diciembre de 2011

Acerca de la capacidad de razonar en otros animales


«Muy próximo al ridículo de negar una verdad evidente se halla el tomarse los más grandes trabajos para defenderla, y ninguna verdad me parece más evidente que la de que los animales se hallan dotados de pensamiento y razón lo mismo que los hombres. Los argumentos son en este caso tan manifiestos, que no escapan nunca a la atención del más estúpido e ignorante.» Tratado de la naturaleza humana, [sección XVI, De la razón en los animales] David Hume.

Es muy frecuente que a los animales se les denomine de manera coloquial como animales irracionales y a los humanos se les denomine animales racionales. Incluso tradicionalmente entre filósofos y científicos a menudo se ha negado de manera dogmática la capacidad de razonar en los individuos no humanos.

Los demás animales no carecen de capacidad de razonamiento ni se guían sólo por el instinto. Los demás animales también piensan y razonan, debido a que poseen cerebro con estructuras neuronales que lo posibilitan. Si en efecto tienen un cerebro capaz de realizar funciones cognitivas es absurdo suponer que no piensan ni razonan.

Solemos pensar que la inteligencia evolutiva cuenta con un solo pináculo que ocupan en exclusiva los seres humanos, pero se trata de otro error. El desarrollo evolutivo no es como una pirámide que culmina en el ser humano, sino que más bien se asemeja a un árbol con muy diversas ramas. Tal y como señala el paleontólogo Stephen Jay Gould:

«Nosotros fomentamos un relato seriamente sesgado cuando abandonamos la historia más reciente de los animales que crecieron primero y pretendemos que la pequeña ramita de los vertebrados pueda actuar como un sustituto de toda la historia ulterior. Más aún, el prejuicio introducido así es el peor y el más dañino de todos nuestros errores convencionales acerca de la historia de nuestro planeta: la noción arrogante de que la evolución tiene una dirección previsible que conduce a la vida humana.»

Que los demás animales también razonan es un fenómeno que está más que demostrado, según la biología y etología. Las evidencias de razonamiento en otros animales son abrumadoras. Negarlo sería un claro indicio de ignorancia o de fanatismo antropocéntrico.

Para cualquiera que tenga conocimientos actualizados sobre biología y etología resulta chocante encontrarse con que haya gente que cuestione, o niegue incluso, que los otros animales poseen inteligencia. Esto puede denotar falta de conocimiento, ignorancia o simple negacionismo de las evidencias, como comprobraremos a continuación. Según apunta el biólogo Donald Griffin:

«El razonamiento y la conciencia animal simplemente se han convertido en la última de la larga lista de características supuestamente exclusivamente humanas que hay que admitir que son compartidas más ampliamente dentro del reino animal.» 

Encontramos evidencias al respecto por doquier. Por ejemplo, un reciente estudio ha mostrado que los babuinos son capaces de hacer analogías. Asimismo, los peces, como animales sociales que son, emplean el comportamiento de los demás para mejorar sus propias decisiones. Su supervivencia depende en buena parte de las estimaciones. Por ejemplo, evalúan la probabilidad de que haya comida en un lugar por lo que ven de ese lugar y por cuántos animales se dirigen ya hacia allí y hacia otros lugares. Los cuervos son capaces de entender principios físicos elementales —como el de Arquímedes— siempre que estos les provean un beneficio para su supervivencia y también pueden planificar su futuro. Los ratones tienen capacidad para desarrollar un pensamiento complejo.

Todas las evidencias apuntan a constatar que el ser humano no es el único animal racional. Podemos encontrar numerosas pruebas que confirman el raciocinio en otros animales. Señala Luis Alonso en la revista Investigación y Ciencia:

«Con el mismo nivel de innovación en el diseño experimental aplicado a otras especies, los científicos podrían descubrir habilidades parecidas en las especies de todos los taxones. En los últimos años, los investigadores han comenzado a poner de manifiesto el nivel de cognición de los osos, que podría rivalizar con el de los córvidos, delfines y primates. Las investigaciones sobre insectos, peces y pulpos han aportado también un elenco de habilidades que se suponían exclusivas de primates, en lo referente a utilización de herramientas, enseñanza, aprendizaje social, computación numérica, etcétera. Podría muy bien suceder que lo que nos parece extraordinario en las destrezas de los delfines se encuentre extendido por todo el reino animal.»

De hecho, no sólo nos encontramos con evidencias de acerca de su capacidad de pensar sino además su nivel de razonamiento es más complejo de lo que suponemos. Así lo expone la investigadora Joëlle Proust:

«Los animales son capaces de engendrar conceptos y forman sus representaciones mentales desde que tienen la capacidad de obtener información sobre las relaciones que se producen en su entorno, de memorizarlas y de separarlas de la percepción de los objetos y de los acontecimientos externos.»

Por otra parte, a pesar de lo que comúnmente se tiende a creer, la inteligencia no está determinada por el tamaño del cerebro. Por ejemplo, podemos comprobar que las abejas tienen un tamaño minúsculo, comparado con nosotros, y se ha comprobado que son animales con una inteligencia muy compleja.

De todos modos, me parece muy especialmente importante señalar que el motivo para respetar moralmente a alguien no está en el hecho de que razone sino en el hecho de que pueda sentir

Lo relevante en lo que se refiere a al consideración moral no es si un individuo puede hablar o razonar, ni su nivel de inteligencia; lo importante es si puede sentir. Y es un hecho que, al igual que nosotros, los demás animales sienten.

Es por eso que la inteligencia no puede justificarse como excusa para excluir o degradar a alguien dentro de la comunidad moral, tal y como explica el profesor 
Gary L. Francione:

«No existe ninguna razón que justifique que las capacidades cognitivas o el nivel de inteligencia tengan alguna relación con el criterio de consideración moral. ¿Por qué, por ejemplo, la capacidad de poder sumar y restar debería tener alguna relación con la consideración y el respeto moral que cada individuo merece por sí mismo? Yo no la veo. ¿Por qué alguien que tenga un coeficiente intelectual de 180 va a merecer más respeto, en términos éticos, que alguien que lo tenga de 50? No hay ninguna razón que lo justifique moralmente. La inteligencia no afecta el hecho relevante de poder sentir. De experimentar dolor o placer. De tener intereses básicos, como el deseo de vivir, de continuar existiendo, y de evitar el daño.»

8 de diciembre de 2011

Habitantes de la Tierra (Earhtlings)




El documental Earthlings ["Habitantes de la Tierra"] trata sobre el especismo y el sufrimiento causado por nuestra explotación de los animales.

En Earthlings se expone la idea que si otros animales sufren no hay razón que justifique no tener cuenta ese sufrimiento de la misma manera que el sufrimiento de otros humanos.

Dado que todos los animales habitamos la Tierra, todos podemos ser igualmente considerados como habitantes de la Tierra, es decir, terrícolas ["earthlings"]. No hay sexismo, racismo ni especismo en el término terrícola ["earthling"] porque abarca a todos y cada uno de nosotros, de sangre caliente o frí­a, mamífero, invertebrado, ave, reptil, anfibio, pez o humano.

Los humanos no somos los únicos seres sintentes sobre este planeta. Compartimos el mundo con millones de otros animales que tienen conciencia e intereses propios. Sin embargo, tratamos de dominar a los demás animales y los tratamos como meros objetos que existen para nuestro beneficio. Esto es debido al prejuicio del especismoPor analogía con el sexismo o el racismo, el término especismo es un prejuicio o actitud favorable hacia los intereses de los individuos de una misma especie y contra los individuos de otras especies. Así lo explica Peter Singer:
«El racista viola el principio de igualdad al dar un peso mayor a los intereses de los miembros de su propia raza cuando hay un enfrentamiento entre sus intereses y los de otra raza. El sexista viola el mismo principio al favorecer los intereses de su propio sexo. De un modo similar, el especista permite que los intereses de su propia especie predominen sobre los intereses esenciales de los miembros de otras especies. El modelo es idéntico en los tres casos.»
Aunque lo más correcto sería decir que el especismo no da el mismo valor o consideración a los intereses de otros animales por el mero hecho de ser de otra especie. O sencillamente no les da ningún valor o consideración. No es necesario que haya un conflicto o enfrentamiento entre los individuos. La explotación sobre otros animales no está originada por el conflicto sino sólo por el beneficio que obtenemos de ella.

Es importante señalar que el especismo no es aplicable a los seres vivos en general sino solamente a los seres sintientes, ya que las plantas no pueden sentir dolor, ni sentir nada en general, puesto que no tienen sistema nervioso y por este motivo carecen de intereses.

Si un ser siente, entonces no existe justificación para no tenerlo en consideración como un individuo que merece respeto por sí mismo. No importa la especie del individuo. El principio de igualdad requiere que el valor inherente de cada individuo sea valorado de igual forma que el valor inherente de cualquier otro.

El primer paso fundamental para que podamos solucionar este grave problema es comprender que todos los seres sintientes merecemos consideración como personas y, por tanto, no ser utilizados como simples medios para los fines de nadie. El primer paso es el veganismo.

Aunque no estoy de acuerdo con el enfoque centrado principalmente en el sufrimiento —y con el hecho de estar casi totalmente limitado a hablar sólo sobre mamíferos y aves— en principio me parece bien que este documental se difunda como muestra de la realidad cotidiana de la explotación animal con el objetivo de ayudar a concienciar a la sociedad sobre este problema. Al menos mientras no contemos con mejores materiales para hacerlo.


5 de diciembre de 2011

El amargo pan de cada día: campañas injustas, inútiles y contraproducentes



Una reciente medida ha tenido mucha difusión y ha sido celebrada como un 'éxito para los animales'. La noticia dice así:

«El Ayuntamiento de West Hollywood ha aprobado una ley que prohibe la venta de ropa y complementos hechos con pieles de animal.»

Dejando a un lado triunfalismos injustificados, analicemos lo que esta medida supone.

En primer lugar, entiendo que se trata de una medida inútil, pues resulta evidente que quien desee comprar ropa hecha con pieles sólo tiene que encargarlas a distancia, o comprarlas en otra ciudad. 

Además, es una medida injusta ya que protege sólo a ciertos animales, y no a todos, y los protege sólo de una determinada forma de explotación, y no de todas. Para que una medida legal fuera justa debería incluir a todos los animales no humanos sin distinción, y protegerlos de cualquier intento de utilizarlos para nuestro beneficio.

Por otra parte, para conseguir que se aprobara esa medida se ha empleado una ingente cantidad de recursos —energía, tiempo, dinero— que se podrían haber empleado mucho mejor en campañas activas para difundir el veganismo. De haber optado por esto, seguramente se habría conseguido que hubiera más veganos en el mundo: promoviendo el veganismo a su vez. En cambio, lo único que han conseguido con esto es reforzar el prejuicio de que hay formas de explotar a los animales que son peores que otras. Esto es contraproducente para un movimiento que pretende abolir la explotación animal.

Existe la extendida creencia de que promover medidas legislativas verdaderamente justas para los demás animales es algo difícil o imposible. Algo 'utópico'. Y, en efecto, seguirá siendo utópico por siempre mientras sigamos dedicando nuestros esfuerzos en campañas erróneas como la que nos ocupa en lugar de centrarnos en un activismo educacional que cambie la forma de pensar y de actuar de la gente. 

Sólo cambiando a los individuos y la sociedad podrán luego prosperar medidas legislativas que de verdad, y por primera vez, protejan a todos los animales no humanos. Así lo explica el abogado Gary Francione:

«El sistema legal nunca responderá de modo diferente a cuestiones relacionadas con animales a menos que y hasta que haya un cambio social significativo de manera que haya más gente que acepte la legitimidad de la abolición —el veganismo— en su vida cotidiana. Sólo entonces el sistema legal empezará a ser una herramienta útil para la lucha.»

Las campañas reformistas o prohibicionistas no denuncian la explotación de los animales. Sólo denuncian un tipo concreto de explotación. Ése es el error: focalizar el activismo en una actividad concreta de explotación animal para en la que centrar toda nuestra atención mientras que ignoramos el resto de actividades que implican utilizar a los animales para nuestro beneficio.

El mensaje debería ser que el uso de los animales no humanos es injusto en sí mismo y que todo lo que proviene de su explotación debe ser rechazado; y no solamente las pieles. Nuestro mensaje debería ser que no puede haber un hálito de justicia en nuestra relación con los demás animales si esa relación no está basada en el veganismo, es decir, en rechazar la cosificación e instrumentalización sobre los animales para propósitos humanos y en considerarlos como personas —personas no humanas.

No esta justificado pues hacer una campaña del tema de la vestimenta refiriéndose solamente a las pieles e ignorando el resto de productos animales: lana, cuero, seda, plumas,... Todo lo que proviene de los demás animales es consecuencia de la misma injusticia y, por tanto, todo ello es igualmente inmoral y rechazable.

En el mejor de los casos, el activismo de campañas monotemáticas es bienintencionado pero erróneo en todo lo demás. En el peor, parece estar motivado por un autodenominado pragmatismo que sólo busca un logro inmediato de moralidad inconsistente y efectividad dudosa. Tal y como señala el filósofo Fernando Alberto Garcia:

«El pragmático es el oportunista de siempre que se mueve por el beneficio inmediato como primario, ignorando o soslayando las consecuencias de sus acciones. Así va sacrificando todo valor y todo sentido, acumulando las contradicciones que luego se abatirán también sobre él mismos. […] “Éxito” es el la palabra mágica del pragmático, que mejor le sonará cuanto más grande o más rápido sea tal éxito. Y también es la vara con la que miden su vida y la de otros.» 

Esta crítica no está enfocada a nadie en particular —a ninguna persona— sino a una determinada forma de enfocar el problema que se muestra equivocada por las razones aquí expuestas.

Existe una grave problema generalizado de desinformación en la sociedad sobre la cuestión moral de los animales y la realidad de su explotación. Por eso es tan importante centrar nuestro activismo en educar sobre veganismo a todo el mundo: sin veganismo no hay ni puede haber justicia para los animales. Es necesario un replanteamiento profundo en nuestra forma de afrontar como activistas el problema que padecen los animales.

Promover el veganismo no es simplemente una forma determinada de hacer activismo. El veganismo debe ser la base de cualquier iniciativa para que ésta sea justa y eficaz. Aplicar el veganismo en la vida práctica es la única manera de respetar a los demás animales; y esto incluye por coherencia también nuestro activismo.

La industria que explota a los animales no es el problema en sí mismo. Es la consecuencia del problema. El problema de base es nuestra relación moral con los animales no humanos. La verdadera raíz del problema está en la mentalidad especista que considera que los demás animales existen para nuestro uso y beneficio. Sólo cambiando esa mentalidad, —a través de la educación— es como vamos a poder solucionar eficazmente, y de una manera justa, este problema.

Gastamos recursos en campañas monotemáticas, injustas e inútiles, cuando podríamos acabar con toda la explotación animal difundiendo el veganismo.