28 de mayo de 2014

No hay centro



Los seres humanos a los que denominamos como humanos existen en efecto como individuos concretos; al igual que existen los otros animales, que también son individuos. Pero la noción de ser humano o de humanidad es sólo una idea: una abstracción conceptual. Esto pertenece al ámbito de la imaginación, igual que los dioses. Por ello, el antropocentrismo es un error tan grave como el teocentrismo, dado que se basa en entidades inexistentes y, además, se trata de una posición dogmática.

El dogmatismo hace referencia a la forma en que mantenemos una creencia; no al contenido. Esto es, el dogmatismo se caracteriza por sostener creencias como verdaderas pero sin aportar argumentos razonados que la avalen o la demuestren como verdadera. Más aún, la actitud dogmática rechaza la pretensión de que debemos razonar nuestras creencias para averiguar si son verdaderas o siquiera que debamos intentar razonar para llegar a tener creencias válidas.

Este carácter dogmático no sólo se aplica al antropocentrismo sino también al teocentrismo, el biocentrismo o cualquier otro centrismo. Todo centrismo asumido como fundamento moral es una postura errónea por dos razones principales.

Primero; el centrismo es empíricamente erróneo porque no hay ningún centro en el universo. Ni en el universo físico ni tampoco en el universo moral. La noción de centro es sólo una referencia relativa que señalamos a partir de nuestra propia posición particular.

Segundo; el centrismo es formalmente erróneo porque el único criterio objetivo es el logos —la lógica— un principio normativo universal que es fundamento de la razón y de la ética racional. La lógica no puede ser centro objetivo de nada porque no está situada en ningún centro. La lógica no se encuentra en ningún lugar al no ser material.

Siguiendo el mismo razonamiento, el denominado sensocentrismo tampoco se escapa de esta crítica. El sensocentrismo postula que sólo los seres sintientes son quienes deben ser miembros de la comunidad moral. El problema en este caso no es tanto la verdad de su contenido sino el hecho de que esto se postule dogmáticamente. Aquí no me estoy refieriendo a autores o activistas que puntualmente hayan hablado de sensocentrismo para abreviar la idea de que todos los seres sintientes pertenecen a la comunidad moral sino que me refiero a la posición de aquellos que defienden el sensocentrismo como una doctrina.

La sintiencia es una característica, un fenómeno fisiológico, pero no es una razón por sí misma. Afirmar que los seres sintientes —o los seres que sufren y disfrutan como dicen los bienestaristas dentro de su perspectiva hedonista— merecen automáticamente consideración o respeto por el hecho mismo de ser sintientes —o porque sufren o porque son conscientes— es proponer un dogma; no una razón.


Del puro hecho de que haya seres sintientes en el universo no se puede derivar, por sí mismo, alguna conclusión de tipo moral —esto es un hecho biológico; no ético. De los hechos empíricos nunca se pueden deducir lógicamente conclusiones morales. Los hechos naturales simplemente son y no se puede juzgar por sí mismos que posean un valor moral. Expresado de otro modo, para que podamos juzgar legalmente si una acción es justa o injusta no podemos hacerlo teniendo en cuenta sólo los hechos empíricos sino que debemos atenernos a una ley jurídica que haya sido establecida en la comunidad política. En la ética sucede de manera análoga, salvo que las normas morales no derivan de la costumbre o el acuerdo o la fuerza, como ocurre con las normas legales, sino que derivan de la pura razón.

Esa postura dogmática que es el sensocentrismo, al no estar basada en la lógica sino motivada por inclinaciones subjetivas, da paso también a más arbitrariedades, como la de proponer que hay una jerarquía moral entre los diversos seres sintientes de acuerdo a su complejidad sensitiva. Lo cual, además de ser empíricamente erróneo —puesto que la complejidad sensitiva no está necesariamente ligada a la intensidad o valoración de uno mismo y sus experiencias—, resulta ser también una violación flagrante del principio ético de
igualdad, porque si el criterio material de consideración moral es la sintiencia entonces no se puede discriminar moralmente entre seres sintientes respecto de la consideración que merecen. Todos ellos son iguales en el hecho de poseer la capacidad de sentir.

Las razones se fundamentan en evidencias, pero las evidencias no equivalen automáticamente a razones. Que otros animales están dotados de sensación puede ser una evidencia, pero esta evidencia no se traduce inmediatamente en una razón que justifique respetarlos.

Una razón es un argumento ajustado a principios lógicos. Por tanto, no puede haber base para una ética racional si ésta no se ajusta y se fundamenta puramente en la lógica y la esencia de la lógica se basa en el principio de identidad.


19 de mayo de 2014

Por qué no votaré al partido animalista

José Luis Rey Pérez; Los Derechos de los Animales en serio [2019]


En esta entrada pretendo exponer las razones por las cuales no daré mi voto al partido animalista en España [llamado PACMA], aunque me parece que se podría aplicar perfectamente a casi cualquier otro partido animalista, ya que, según he comprobado, sus programas son todos muy similares.

Primero, expondré estas razones de forma sintética, y luego desarrollaré una argumentación más detallada al respecto:


El programa político del partido animalista [PACMA] es:

[1] bienestarista puesto que sólo reconoce que los otros animales tienen un interés en su bienestar, es decir, en evitar el sufrimiento –o en obtener placer, y no les reconoce otros intereses básicos, como el interés en continuar viviendo o el interés en ser libres.


[2] regulacionista, es decir, lo que pretende es regular nuestra dominación sobre los demás animales, y no conseguir su liberación. No es abolicionista. Su postura consiste en proponer medidas para reformar la esclavitud que padecen los animales no humanos. Esto moralmente es injusto y ayuda a perpetuar la explotación animal. 

Y, además de todo esto, es [3] especista, puesto que dan preferencia a unos animales [lobos, perros, gatos, visones, principalmente mamíferos] frente a otros según su especie.

La única forma de conseguir un cambio real en nuestra relación con los demás animales no es la política sino la educación. Para que haya luego un activismo político eficaz, y acorde con la ética, primero tiene que haber anteriormente un activismo educacional que haya concienciado a la sociedad. La política, por naturaleza, implica el enfrentamiento y la rivalidad; y esto no sirve para educar. En cambio, la educación busca convencer, busca persuadir para lograr un desarrollo en la capacidad y la mentalidad de las personas.

El programa del PACMA incluye medidas políticas que son ajenas a la cuestión moral de los animales no humanos y que se refieren a las relaciones específicos entre los seres humanos. Esto son medidas que no se tienen por qué compartir, incluso aunque se estuviera de acuerdo con su perspectiva y sus propuestas sobre el problema de la explotación animal.

El cuestionamiento del especismo debe extenderse a todas las personas, sin importar qué ideología política tengan. No es patrimonio exclusivo de una opción o grupo político. Es una cuestión moral, previa a cualquier doctrina política. El rechazo a la explotación de los animales no humanos es una noción moral básica que todos podemos, y debemos, aplicar desde ya mismo en nuestra propia vida mediante el veganismo. El PACMA no desafía el especismo ni promueve el veganismo.

Un partido animalista no tiene por qué centrarse sólo en el problema de la explotación animal, pero, como mínimo, debería rechazar la explotación de los animales como una cuestión de justifica fundamental, es decir, debería ser un partido vegano. El PACMA no cumple siquiera este requisito básico.

La respuesta de los dirigentes del PACMA ante cualquier crítica similar a la que presento aquí es siempre violenta. Es un grupo jerárquico ajeno al debate razonado. Responden continuamente con insultos y ataques personales ante el cuestionamiento o la oposición a sus propuestas, sin importar qué razones se aleguen contra ellas. Esto es una actitud violenta y despreciable para quienes defendemos la razón y el diálogo.

Si alguien propusiera erradicar un árbol podrido mediante la poda de algunas de sus ramas pensaríamos que esa persona estaba equivocada, que no había razonado con un mínimo de sensatez o que quizás no estaba en sus cabales. Sin embargo, dentro del ámbito animalista se asume como normal la idea de que debemos centrarnos en las consecuencias –en las ramas– en lugar de enfocarnos en la causa –en las raíces del problema.

El Derecho siempre va por detrás de la evolución de la sociedad; por este motivo lo más importante y prioritario es conseguir en primer lugar que haya una base ética en la sociedad civil que rechace la explotación especista. Sin ella, los demás animales nunca conseguirán que se les respete y que se les reconozca como individuos que poseen derechos propios.

El filósofo Hegel explicaba que si deseamos que se gobierne un pueblo, antes que leyes es necesario dotarlo de costumbres. Difícilmente una sociedad acatará leyes si éstas no representan sus valores y hábitos.

Por todo ello, si aceptamos la premisa de que la legalidad es la causa de la mentalidad dominante, y no al contrario, entonces comprenderemos qie no pueden transformarse al mismo tiempo. Es imposible que las leyes puedan proteger los derechos de los animales no humanos si primeramente la gran mayoría de la gente no reconoce moralmente esos derechos y continúa viviendo de una manera que consiste precisamente en violar esos mismos derechos a través de la explotación animal para alimento, vestimenta y demás fines.

Si las leyes supuestamente pudieran tener algún efecto educativo parece ser más bien leve y si lo consiguen no es mediante el convencimiento sino mediante la imposición forzada. Tenemos numerosos ejemplos de ello, como es el caso del consumo de drogas. La represión legal no ha tenido ningún efecto educativo en la población al respecto. La única razón por la que una persona consciente decide no tomar drogas es por su propio convencimiento. Lo que la ley diga no tiene ninguna relevancia para casi nadie cuando se opone a sus propias convicciones.

Las leyes por definición tienen una finalidad coactiva. No tienen intención de convencer ni persuadir sino de coaccionar. Diría que eso es lo contrario de la educación, al menos tal y como yo la entiendo. La educación trata de evolucionar las personas desde dentro, en su forma de pensar y de sentir el mundo. En cambio, las leyes sólo pretenden forzar, limitar o prohibir determinadas conductas. El único efecto educativo de las leyes es de tipo coactivo o represivo. Ese tipo de educación existe pero no es la educación que yo defiendo, basada en el diálogo, la empatía y la persuasión racional.

No estoy en contra de la existencia de leyes jurídicas ni me parece que haya nada de malo en promover dichas leyes, siempre que sean leyes que garanticen y respeten los derechos moralmente legítimos de las personas. En el caso concreto de los animales no humanos, ellos no merecen un criterio diferente ni inferior. Pero en el contexto actual es imposible que ninguna ley pueda garantizar sus derechos puesto que jurídicamente se les considera cosas –bienes muebles– y, por tanto, no se les reconoce como personas. Sólo los individuos reconocidos jurídicamente como personas pueden tener derechos legales. 

Mientras esa situación no cambie, la ley está simplemente limitada a regular la «propiedad animal», es decir, el sometimiento de los animales no humanos como bienes/recursos/mercancías para uso de los seres humanos.

En lo que respecta a esas leyes que proscriben el 'maltrato animal' ¿podemos creer razonablemente que la penas de cárcel van a evitar que la gente actúe violentamente contra otros animales? Está demostrado que las sanciones no tienen efecto disuasorio cuando la gente está decidida a actuar de determinada forma. Si alguien quiere abusar de otros animales lo hará simplemente con mayor cuidado de que no le descubran, y nada más. Las penas sólo sirven para ejercer un cierto y aparente control social y para satisfacer el deseo de venganza. Sin contar, además, con que estas sanciones excluyen, por supuesto, prohibir las actividades institucionalizadas que consisten en utilizar a otros animales para comida, vestimenta, transporte o experimentación.

Imponer leyes contra el 'maltrato animal' ignora por completo que el problema fundamental está en el uso de animales no humanos y no en el trato específico que les demos al instrumentalizarlos. Este tipo de leyes regulacionistas, además de inútiles para proteger los intereses básicos de los animales, son nefastas de cara a la concienciación social, puesto que hacen creer a la gente que el problema está en la manera en que esclavizamos a los animales y no en el hecho mismo de la esclavitud animales. Son leyes que refuerzan el especismo y la explotación sobre los animales no humanos.

La existencia de leyes que regulan la propiedad animal –entre las que se incluyen las denominadas leyes de "bienestar animal"– no protegen, ni pueden proteger, los intereses de los animales no humanos. Estas leyes sólo provocan el efecto de hacer creer que nos estamos preocupando por ellos y consigue que la gente se sienta más tranquila
 al saber que la explotación animal está regulada por la ley. Si ese es el "efecto educativo" al que se refieren algunos, entonces es una razón más de peso para evitar la vía legislativa y focalizar todos nuestros esfuerzos en el activismo educacional de difusión del veganismo.

Las leyes sólo son el reflejo de la mentalidad imperante en la sociedad, y de los intereses económicos supeditados a esa mentalidad. Para cambiar las leyes, antes hay que cambiar las creencias que las fundamentan, y las costumbres que las sostienen, a través de un movimiento social que defienda la abolición del uso de animales. Por esto, la más básica e importante forma de ayudar a que se reconozcan los derechos de los demás animales no es promover un cambio en la legalidad sino un cambio profundo de la mentalidad
mediante el activismo de concienciación. Sólo cuando cambie la forma de pensar predominante en la sociedad podrá haber leyes que puedan proteger realmente los derechos de todos los animales. 

10 de mayo de 2014

Derechos Animales, en pocas palabras


Parece notorio que existe una gran confusión, tanto en las discusiones académicas como públicas, cuando se trata el tema de los Derechos Animales. Una confusión promovida dentro del propio ámbito animalista por activistas y grupos que dicen defender "los derechos de los animales" al mismo tiempo que abogan por su explotación, desde otras posturas ideológicas que nada tienen que ver con una ética no especista basada en derechos morales.

De hecho, el grado de confusión es tan grande que resulta habitual encontrar a gente afirmando que "defiende los derechos de los animales" al mismo tiempo que justifica su uso y consumo para nuestro beneficio. Esto es debido en parte al prejuicio del especismo y también es debido en parte a que se usa erróneamente el término "derechos" como sinónimo de regulaciones sobre la forma en que esclavizamos a los animales no humanos.

Con el ánimo de aclarar dudas y proveer de una teoría básica coherente que explique correctamente en qué consiste la posición ética de los Derechos Animales, de manera clara, simple y directa, expondré algunos puntos básicos basándome en el enfoque abolicionista propuesto por el profesor Gary L. Francione, quien explica que la posición de los Derechos Animales busca primeramente la aceptación de un derecho fundamental para todos los seres sintientes: el de no ser tratado como un recurso o propiedad humana.

¿Qué entendemos por un derecho?

En primer lugar, habría que definir lo que es un derecho. Aunque existen varias teorías de derechos, a efectos expositivos voy a centrarme en un aspecto que es común a la gran mayoría de éstas: «Un derecho es una manera de proteger intereses». Decir que un interés está protegido por un derecho, es decir que ese interés está protegido de ser violado o ignorado simplemente porque el hacerlo beneficiara a alguien o lograra algún objetivo.

Por ejemplo, mi derecho a la vida protege mi interés en continuar existiendo, mas allá del valor instrumental que otros puedan darle a ese interés. Si alguien quiere matarme, simplemente porque mi muerte va a beneficiarlo, eso constituye una violación de mi derecho a la vida.

De ese modo, postular que un ser sintiente tiene el derecho a no ser tratado como una propiedad significa que su interés en no ser tratado como un medio o recurso para nuestro beneficio debe ser protegido, y no debería ser violado simplemente porque beneficiara a los humanos el hacerlo.

El principio de igual consideración

La base de los derechos animales es bastante simple y racional; proviene del principio de igualdad o principio de igual consideración, el cual sostiene que debemos tratar casos iguales, o muy similares, de manera igual. Tanto los animales humanos como los no-humanos somos iguales en, al menos, un aspecto, el cual nos diferencia de todo lo demás en este universo: somos seres conscientes, es decir, seres capaces de experimentar sensaciones y de tener intereses. Los animales no humanos tienen interés en evitar el daño, al igual que los humanos tenemos interés en que no nos hagan daño.

Sabemos que entre los humanos hay una variedad inmensa de intereses y que difícilmente existen dos humanos que quieran las mismas cosas. Algunos prefieren la música clásica, y otros la música rock. Algunos prefieren ir a la universidad y obtener un título académico, otros prefieren aprender un oficio; incluso puede haber otros que sufren de alguna discapacidad mental severa, y que no tienen interés alguno en ir a la universidad o aprender un oficio. Sin embargo, todos los humanos —salvo que hayan padecido muerte cerebral o que carezcan de la capacidad de sentir— tienen interés en evitar la muerte, el daño y el dolor innecesario.

A pesar de que no podemos proteger de todo posible perjuicio o daño que causemos a los demás humanos, y a pesar de que puede que ni siquiera nos pongamos de acuerdo sobre qué intereses deben ser protegidos por derechos, la mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que todos los humanos deben ser protegidos de su uso como un recurso o propiedad de otros humanos. En un mundo profundamente dividido en diversos asuntos morales, una de las pocas normas aceptada y legislada por la comunidad internacional es la prohibición de la esclavitud humana.

No se trata de si la forma de esclavitud es “humanitaria” o no. La cuestión no es si al esclavo se le trata bien o mal. Condenamos la esclavitud humana en sí misma y en todas sus formas. Si bien sería errado suponer que la esclavitud humana ha sido erradicada del planeta, la institución de la esclavitud es universalmente considerada inmoral, y está prohibida legalmente. Protegemos el interés de un humano en no ser la propiedad de otros con un derecho fundamental, lo que significa que no permitimos que este interés sea violado o ignorado simplemente porque beneficiaría a alguien el hacerlo.

¿Por qué esa unanimidad moral? El derecho a no ser tratado como la propiedad de otros es básico; es diferente a todos los demás derechos porque es el fundamento para todos esos otros derechos. Es un pre-requisito de estatus moral para el reconocimiento de intereses moralmente significativos. Si no reconocemos que un humano tiene el derecho a no ser tratado exclusivamente como un medio para los fines de otro, entonces cualquier otro derecho que podamos darle, como el derecho a la libertad, a la libre expresión o a votar, carecería de sentido y sería inaplicable.

Dicho de forma más sencilla: si yo puedo esclavizarte y matarte cuando yo quiera porque eso me beneficia, entonces cualquier otro derecho que puedas tener no te servirá de mucho. Puede que no estemos de acuerdo en qué otros derechos tienen los humanos, pero para poder tener cualquier derecho, los humanos deben primero tener reconocido el derecho fundamental de no ser tratados como una propiedad.

El principio de igual consideración requiere por definición que tratemos intereses iguales, o muy similares, de una manera igual, a menos que haya una razón moralmente significativa para no hacerlo. Aceptar este principio es una simple cuestión de lógica. No es una postura dogmática ni pertenece a otra índole que no sea la propiamente racional. Si alguien acepta que la moralidad se basa en razones entonces tiene que aceptar necesariamente el principio de igual consideración. Tratar casos iguales de forma diferente sería una posición arbitraria.

Una vez dicho esto, la pregunta sería pues: ¿existe alguna razón moralmente significativa que justifique el hecho de entregarle a todos los humanos el derecho básico a no ser tratado como la propiedad de otros, mientras le negamos el mismo derecho a los demás animales y los tratamos simplemente como nuestros recursos?

¿Está justificada la exclusión en base a la especie?

La respuesta más común es decir que hay diferencias empíricas entre los humanos y los demás animales, que justifican este trato dispar. Por ejemplo, se alega que los demás animales no pueden pensar racionalmente o de manera abstracta y, por tanto, resulta aceptable que nosotros los tratemos como nuestra propiedad. Pero este planteamiento es muy problemático.

A la luz de las actuales evidencias científicas, negar que muchos otros animales son capaces de tener sensaciones y pensamientos sería tan absurdo como negar que los perros tienen cola. Pero incluso si esto fuera cierto, ¿qué posible diferencia haría eso, en lo concerniente a la consideración moral? Muchos humanos —como los niños pequeños, personas mayores con enfermedades seniles o humanos con discapacidad mental severa— no pueden pensar racionalmente o en abstracto, y nosotros jamás pensaríamos en utilizar a esos humanos como sujetos para experimentos biomédicos dolorosos, o como fuentes de alimento o vestimenta, ¿verdad?

A pesar de lo que digamos, tratamos los intereses de los demás animales de forma distinta y por lo tanto negamos cualquier significación moral a estos intereses. No existe característica alguna que sirva para distinguir exclusivamente a los humanos de todos los demás animales. Cualquier atributo que podamos pensar que hace a los humanos especiales, y por lo tanto distintos a los demás animales, es compartida por algún grupo de nohumanos.

Por otra parte, cualquier supuesto defecto que podamos pensar que hace a los demás animales 'inferiores' es compartida por algún grupo de humanos. Al final, la única diferencia entre ellos y nosotros es la especie, pero la especie por sí sola no puede ser un criterio moralmente relevante que justifique excluir a los demás animales de la comunidad moral, como tampoco es la raza una justificación para la esclavitud humana, o el sexo una justificación para hacer que las mujeres sean propiedad de sus padres o esposos.

El uso de las especie para justificar el estatus de propiedad de los demás animales es especismo, al igual que el uso de la raza o el sexo para justificar el estatus de propiedad de los humanos es, respectivamente, racismo y sexismo.

Si tomamos los intereses de los animales como moralmente significativos, entonces debemos tratar casos similares de manera similar, y no debemos tratar a los animales en formas en que no estaríamos dispuestos a tratar a cualquier otro humano. Si aplicamos el principio de igual consideración, entonces debemos extender a los demás animales este único derecho básico que extendemos a todos los humanos; el derecho a no ser tratado como una propiedad —un objeto/un recurso/una mercancía.

Pero, así como nuestro reconocimiento de que ningún humano debiera ser la propiedad de otros requirió la abolición de la esclavitud y no la regulación de ésta para hacerla mas humanitaria. También nuestro reconocimiento de que los demás animales tienen este derecho básico significaría que no podemos seguir justificando nuestra explotación institucionalizada de animales para comida, vestimenta, compañía, transporte, entretenimiento, experimentación o cualquier otro propósito.

Conclusión

Si los Derechos Animales significan algo, significan que no podemos justificar moralmente ninguna explotación animal; no podemos justificar el tratar a los demás animales como recursos para los seres humanos, por muy supuestamente “humanitario” que ese trato pueda ser.

Reconocer que los animales tienen derechos no significa poner límites en la manera en que los utilizamos sino que significa dejar de utilizarlos en cualquier forma o modo. Reconocer derechos para los animales significa que tenemos el deber moral de no tratar a los seres sintientes como meros recursos. Si aceptamos la idea de que los animales poseen derechos entonces no podemos justificar ningún uso de animales sin importar el beneficio que podamos obtener de utilizarlos.

Es por esto que la ética de Derechos Animales se opone tanto a la posición política del «Bienestar Animal» como también a la ideología del bienestarismo.

Si somos coherentes con lo que pensamos y decimos —y reconocemos que los demás animales tienen intereses moralmente significativos— entonces no tenemos otra opción razonable: debemos buscar la abolición de la explotación animal, y no su regulación. Es por ello que el veganismo se convierte en un imperativo moral y en la base necesaria de los Derechos Animales.

Los demás animales no podrán tener derechos legalmente reconocidos mientras no asumamos previamente el principio de igual consideración y mientras no dejemos de supeditar sus intereses a los nuestros como si ellos fueran objetos o recursos que existen para nuestro beneficio.

Para una explicación más pormenorizada sobre todos las nociones expuestas aquí recomiendo la lectura del libro «Introducción a los Derechos Animales».

5 de mayo de 2014

Radical



Aquí os dejo con un nuevo artículo de Igor Sanz, aclarando una cuestión conceptual de especial importancia, pues no se trata sólo de términos y significados, sino de ideas y comportamientos. Espero que el texto os resulte de provecho tanto como a mí.

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Uno de los adjetivos con el que más suele emparejarse al veganismo, y a los veganos, es con el de radical. El uso de tal apelativo suele hacerse con dos propósitos fundamentales: por un lado, atacar al veganismo, y por otro, agarrarse a una excusa —otra más— para no adoptarlo.

En cualquier caso, el uso de la palabra radical se hace con claras connotaciones negativas, algo habitual incluso más allá del ámbito del veganismo. De esta forma, la ecuación/estrategia es muy sencilla: puesto que comúnmente se considera lo radical como algo malo, al decir que el veganismo es algo radical estaremos induciendo a creer que es algo igualmente malo.

Ocurre, empero, que tal concepción del radicalismo es completamente errónea. La palabra radical deriva del latín radix, que significa raíz. Lo radical, por tanto, es aquello que va a la raíz de algo, a su base, a su fundamento. No estoy con esto en realidad diciendo nada nuevo. Me limito a echar mano directamente del diccionario, que tiene por la primera acepción —la original— de radical como «perteneciente o relativo a la raíz», siendo sus sinónimos fundamental, sustancial, esencial o básico, mientras que sus antónimos serían relativo o secundario.

Insisto en que este es su significado original. El diccionario contiene muchas palabras —entre ellas la que estoy tratando— con diversos y variados significados, pero esas nuevas acepciones son recogidas a medida que se van aceptando coloquial y masivamente, apareciendo en el diccionario ordenadas numéricamente en la forma en que han sido incorporadas. En el caso de radical, a medida que descendemos por esas otras acepciones que han sido paulatinamente introducidas, nos percatamos de cómo se ha ido degenerando hasta el significado que más comúnmente se le atribuye hoy en día.

Pero ¿denota intrínsecamente algo negativo el término radical al menos en esas otras definiciones? Pues tampoco. Porque incluso aceptando lo radical como algo extremista o tajante, estaremos describiéndolo como algo que sencillamente no acepta términos medios.

No resulta difícil suponer de dónde proviene la manipulación que se ha venido haciendo del radicalismo. Son radicales todos aquellos que han defendido reformas y cambios profundos y fundamentales en las leyes y la sociedad, uno postura opuesta y poco conveniente para quienes ostentan el poder y les interesa mantener el statu quo. De tal forma, se demoniza a lo radical en favor de lo 'moderado'. Ya la propia Sociedad Abolicionista Española de mediados del siglo XIX llevaba por lema: “Abolición radical e inmediata de la esclavitud”, viéndose sus miembros por tal postura sometidos a las mismas críticas a las que se enfrenta hoy el veganismo. La tergiversación, por tanto, viene de lejos.

Es la eterna falacia del término medio, tan altisonante como carente de fundamento. ¿Acaso se puede ser moderado en el respeto? ¿Se puede ser éticamente moderado? ¿Pueden aceptarse términos medios en cuestiones como el asesinato, las violaciones, la esclavitud, los abusos o la verdad misma? Es evidente que no. La justicia a medias no existe. La justicia a medias es injusticia.

No quiere esto decir que lo moderado no sea aceptable en ningún aspecto de la vida, como tampoco que lo radical sea siempre algo positivo. Lo es, sin embargo, en cuanto al respeto, y de eso trata el veganismo. Un principio radical, sí, pero radical en el respeto.


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En conclusión, como bien ha aclarado el autor, un radical es alguien que va a la raíz de la cuestión. Radical es alguien cuyas raíces morales, sus fundamentos éticos, son firmes y fuertes. Radical es también alguien que se centra en la causa y el origen de un problema, más bien que en las consecuencias. Lo contrario de radical no es moderado sino superficial.

Además, el rechazo al radicalismo incurre en una contradicción lógica, porque ese rechazo ya es una postura radical en sí misma y, por tanto, estaría asumiendo aquello mismo que dice condenar.

Sería legítimo preguntarse si es inocente el uso erróneo de términos como radical o extremista, en sentido despectivo —para convertirlos en sinónimos de violento o dañino— o es quizás un intento deliberado del statu quo para desacreditar a cualquiera que no se limite a intentar cambios superficiales y cosméticos en la sociedad. Ni ser radical, ni ser extremista, es en absoluto sinónimo de ser irracional, violento, dañino o destructivo. Su significado, como bien ha expuesto Igor Sanz, es otro muy diferente.

A quienes no desean que determinados problemas e injusticias se solucionen, lo que prefieren es que no seamos radicales sino que nos comportemos superficialmente, es decir, sin efecto. 

Por tanto, debemos ser más radicales, y no menos, y necesitamos que haya más radicales como nosotros, si queremos de verdad lograr un cambio real en nuestra relación moral con los demás animales.