24 de abril de 2018

Un falso dilema y una dicotomía verdadera



Denominamos falso dilema al argumento que pretende forzar la existencia de dos únicas opciones ante un dilema cuando en realidad existen otras opciones posibles. Este argumento falaz también ha sido empleado para intentar justificar la explotación animal. Por ejemplo, cuando se dice que tenemos que comer animales o de lo contrario enfermaremos y moriremos. Este dilema es falso porque no necesitamos consumir productos de origen animal para tener buena salud. Por tanto, no estamos limitados a aquellas dos opciones planteadas.

Un artículo de el diario El País ofrece un manifiesto en defensa de la tauromaquia pregonado por el escritor Ildefonso Falcones, el cual plantea algunos argumentos que quisiera revisar concisamente aquí. El más curioso de todos me parece que sería el que intenta revertir un argumento central que se utiliza para condenar la tauromaquia, y la explotación animal en general, a saber: que los animales son seres sensibles —seres dotados de conciencia sensitiva. Así se expone en el artículo citado:

«“Son los propios animalistas -afirma Falcones- los que en un alarde de fantasía y quimera en la que acostumbra a caer todo movimiento populista y revolucionario, nos ofrecen los argumentos suficientes para defender, entiendo que con visos de éxito, los ataques a las corridas de toros”. “Asumamos que los toros bravos -añade- son seres sensible y sintientes, y como tales no solo tienen miedo, frío, placer, estrés, sino que también tienen orgullo, dignidad, valor, espíritu de lucha, arrogancia…”Llegado a este punto, el pregonero se pregunta: “¿Cuál es la preferencia de un toro bravo: morir en un matadero como un manso o hacerlo peleando en la plaza… de la que algunos, los mejores, salen vivos?”.»

Parece muy poco razonable suponer que un toro tenga una preferencia por morir en un matadero o por ser matado en una plaza. Un toro no quiere ser matado en ningún lugar. Todos los seres sintientes poseen un deseo inherente de continuar existiendo y no quieren ser dañados ni de una forma ni de otra. Así que parece claro que el autor está planteando esa falacia clásica conocida como falso dilema, o falsa dicotomía, que consiste en reducir injustificadamente las opciones a dos únicas posibles. Ni los toros tienen ninguna de esas preferencias ni nosotros estamos obligados de alguna manera a matar toros, dado que no necesitamos hacerlo para alimentarnos ni entretenernos. No hay ninguna clase de necesidad real que justifique hacer tal cosa. Concluimos pues que el dilema que plantea Falcones es empíricamente falso: es un falso dilema.

Si los toros son seres conscientes entonces la conclusión que se derivaría moralmente a partir de ese hecho es que no debemos tratarlos como propiedades. No es lógicamente correcto que un sujeto sea considerado y tratado como un objeto a disposición de los deseos de otros sujetos. Esto implica que deberíamos dejar de utilizar a los otros animales como medios para nuestros fines. En tanto seres dotados de sensación, ellos poseen un valor inherente que predomina frente al valor instrumental que tengan para nosotros.

Pero no acaba aquí la pretensión de Falcones de apelar a un falso dilema para intentar justificar la tauromaquia, puesto que al final del artículo afirma de nuevo que el toro tiene que acabar necesariamente o en la plaza o en el matadero, porque su existencia depende de que sea rentable económicamente para los humanos:

«El toro bravo -terminó- está destinado a luchar o a ser sacrificado; nadie va a alimentarlo sin la contrapartida de un rendimiento. Nadie, ni los ganaderos, ni el Estado, ni los animalistas, ni los abolicionistas…»

Creo que el señor Falcones se equivoca al afirmar que nadie cuidará de esos animales a no ser que obtenga un rendimiento económico de su utilización, porque muchos animales que han sido víctimas de la explotación ya están siendo cuidados de forma altruista en refugios y santuarios. Además, estamos hablando de animales que son criados deliberadamente por los humanos para que nos sirvan de recursos. Lo que deberíamos hacer es dejar de traer al mundo  a más animales para explotarlos. Así que, una vez más, vemos que el autor recurre a plantear una falsa dicotomía cuando en realidad el contexto nos permitiría elegir otras opciones.

Por todo esto, pienso que Falcones fracasa en su intento de defender la tauromaquia desde un punto de vista racional, así como han fracasado intelectualmente todos los intentos de defender la discriminación moral basada en la especie y la explotación sobre los animales. La racionalidad nos obliga a extender la consideración moral a todos los seres dotados de sensibilidad, sin importar su especie. Lo que esta consideración moral conlleve a nivel global es algo que quizás no está determinado de manera clara, pero sí parece claro que dicha consideración implica necesariamente que dejemos de considerar a los otros animales como nuestra propiedad.

Los animales están sometidos al estatus de propiedad humana. Esto es una situación equivalente a la de los humanos esclavizados; que son esclavos porque están sometidos como propiedades de otros humanos. Pretender que la esclavitud puede ser compatible con el respeto moral es como pretender que la violación sexual es compatible con el respeto a la libertad sexual. Es un completo absurdo. Es por esto que existe una amplia unanimidad en el rechazo a la esclavitud humana. La lógica nos exige aplicar ese mismo rechazo a la esclavitud sobre los otros animales.

Habría que advertir, no obstante, que no todos los dilemas son falsos intrínsicamente. Hay situaciones en las que en verdad pueden existir sólo dos opciones. Por ejemplo: ¿estamos a favor o estamos en contra de la esclavitud? Aquí no cabría la posibilidad lógica de términos medios. O consideramos que esclavizar a otros es una actividad aceptable o consideramos que es inaceptable. No hay un término medio aquí. La proposición *la esclavitud es aceptable* tiene que ser verdadera o tiene que ser falsa, y no puede haber una tercera opción.

Del mismo modo, también habría sólo dos opciones cuando se trata de la explotación de los animales. O consideramos que es aceptable explotar a los animales o consideramos que no es aceptable. Sin embargo, en el caso de que pensemos que explotar a los animales es una actividad aceptable, puede suceder que consideremos asimismo que dicha explotación debe estar controlada y regulada y limitada bajo ciertas condiciones. Pero esta posición regulacionista no es un término medio entre las opciones anteriores sino que es una derivación dentro de la posición que apoya como válida la existencia de la explotación animal.

Por tanto, no sería un falso dilema plantear que estamos obligados a elegir si queremos asumir el veganismo o si quieremos continuar apoyando la explotación animal. Esta dicotomía estaría correctamente planteada puesto que no habría otra opción disponible lógicamente. 

Ahora bien, el veganismo en sí mismo no es una opción sino que es una obligación moral. El veganismo es un imperativo moral, aunque nosotros, en tanto agentes morales, podemos decidir si queremos asumir el veganismo o si queremos continuar infligiendo un daño injustificado sobre los animales. Así pues, ¿qué vamos a elegir?