28 de febrero de 2018

«Psicología del especismo: Cómo privilegiamos a unos animales sobre otros»



El especismo ha sido un fenómeno estudiado hasta ahora casi de forma exclusiva en el campo de la filosofía. A partir de la publicación en el año 1975 del libro «Liberación Animal» de Peter Singer, ha aparecido una muy profusa bibliografía filosófica sobre esta noción, y sobre la cuestión animalista en general, especialmente en el ámbito de lengua inglesa, aunque cada vez encontramos más publicaciones en otros idiomas.

Sin embargo, fuera del ámbito estricto de la filosofía sólo muy ocasionalmente han aparecido otros enfoques de estudio sobre el especismo. Así, ha sido analizado desde la jurídica por parte de Gary Francione, desde la sociología por parte de David Nibert y de Bob Torres,  y de Roger Yates, desde la biología por parte de Richard Dawkins y de Marc Bekoff, desde la historiografía por parte de Charles Patterson y de Marjorie Spiegel, desde la filología por parte de Joan Dunayer, desde la antropología [o antropozología] por parte de Hal Herzog, desde la teología por parte de Andrew Linzey. Estas menciones no aspiran a exponer una lista exhaustiva sino sólo reunir algunos ejemplos representativos. Creo que, incluso abarcando todos los documentos no filosóficos enfocados sobre el especismo, estaríamos de acuerdo en que apenas representan un minúsculo ámbito de investigación en comparación con el ingente volumen de la publicación filosófica.

Otra de las disciplinas de conocimiento que brilla por su ausencia en el estudio del especismo es la psicología. Curiosamente, fue un psicólogo, Richard Ryder, el primer académico en percatarse de la existencia de este prejuicio y acuñar el propio término que lo señala. Esta falta de atención por parte de la psicología académica es denunciada por Lucius Caviola en este ensayo titulado «The Psychology of Speciesism: How We Privilege Certain Animals Over Others», el cual he podido traducir aquí con el permiso de su autor, y que representa un resumen introductorio de un artículo académico del propio Caviola publicado de forma conjunta con otros especialistas. Creo que el enfoque psicológico es muy importante para afrontar el problema del especismo. Caviola y sus colegas han realizado un buen trabajo, aunque apenas iniciático, que debilita gravemente la posición de aquellos que niegan la propia existencia del especismo, y  pienso que es una excelente noticia que el estudio sobre el especismo continúe vivo y extendiéndose en todos los ámbitos.

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Psicología del especismo: Cómo privilegiamos a unos animales sobre otros

Lucius Caviola

Febrero 2018

Nuestra relación con los animales es compleja. Hay algunos animales a los que tratamos muy amablemente; los mantenemos como mascotas, les damos nombres, y los llevamos al veterinario cuando enferman. A otros animales, en contraste, parece que no merecen ese estatus privilegiado; los usamos como objetos para consumo humano, comerciamos con sus vidas, los usamos como sujetos involuntarios en experimentos, como equipamiento industrial, o como fuente de entretenimiento. Los perros tienen un mayor valor que los cerdos, los caballos valen más que las vacas, los gatos valen más que las ratas, pero de lejos la especie más valiosa es la nuestra propia. Los filósofos han denominado este fenómeno de discriminar individuos según su asignación a una especie como especismo [Singer, 1975]. Algunos de ellos han argumentado que el especismo es un prejuicio análogo al racismo o al sexismo.

No obstante, si el especismo existe realmente y la manera en que esté relacionado con otras formas de prejuicio no es sólo una cuestión filosófica. Fundamentalmente, hay hipótesis sobre la psicología humana que pueden ser exploradas y testadas empíricamente. Sin embargo, el especismo ha sido casi enteramente ignorado por los psicólogos —excepto algunos pocos. Hay apenas unas 30 publicaciones en los últimos 70 años acerca de este tema según revela una búsqueda en Web of Science de los términos especismo y relaciones humano-animal en todas las publicaciones de psicología. Aunque esta búsqueda podría no ser totalmente exhaustiva, palidece en comparación con las casi 3000 publicaciones sobre la psicología del racismo en el mismo marco de tiempo. El hecho de que la psicología se haya desinteresado por el especismo resulta extraño, teniendo en cuenta la relevancia de la cuestión —todos interactuamos con los animales o comemos carne—, la prevalencia del tema en la filosofía, y la especial atención que pone la psicología en los otros tipos de aparente prejuicio. Investigar sobre cómo asignamos un estatus moral a los animales debería ser un tema obvio de investigación por parte de la psicología.

Junto con mis colegas Jim A.C. Everett y Nadira S. Faber, publicamos recientemente un artículo sobre el especismo en el Journal of Personality and Social Psychology [Caviola, Everett, & Faber, 2018]. Nuestro propósito era establecer el especismo como un tema en el terreno. Para ese fin, desarrollamos una Escala de Especismo: un instrumento de medida estandarizado, validado y fiable que permita evaluar hasta qué grado una persona asume perspectivas especistas. Nuestra investigación muestra que de hecho existe un singular constructo psicológico —el especismo— que determina hasta dónde discrimina la gente a los individuos de acuerdo a su pertenencia a una especie. Este constructo no es captado por otras medidas de prejuicio o prosocialidad y muestra algunas características interesantes.

Nuestra investigación muestra que los filósofos estaban en lo correcto cuando establecieron una analogía entre el especismo y otras formas de prejuicio. El especismo tiene una correlación positiva con el racismo, el sexismo, la homofobia, y parece sostenido por las mismas creencias socio-ideológicas. Al igual que el racismo y el sexismo, el especismo parece ser la expresión de una Orientación Social Dominante: la creencia ideológica de que la desigualdad puede ser justificada y que los grupos más débiles deben ser dominados por los grupos más fuertes [Dhont, et al., 2016]. Además, el especismo tiene una correlación negativa tanto con la empatía como con el pensamiento abierto. Los varones son más proclives a ser especistas que las mujeres. Sin embargo, no hay correlaciones con la edad o la educación.

El especismo también se manifiesta en la conducta en el mundo real. En nuestro estudio, el especismo predecía cuáles personas era más proclives a ayudar a los humanos antes que a los animales, o a los animales "superiores" antes que a los "inferiores". Por ejemplo, si existe la opción de donar a caridad para ayudar a perros o gatos, la gente es más proclive a ayudar a los perros que a los cerdos de acuerdo a su mayor puntaje en especismo. De manera similar, las personas que puntuaban más alto en especismo eran más proclives a ayudar a la gente sin hogar que a ayudar a establecer derechos básicos para los chimpancés. Finalmente, el especismo está relacionado con el vegetarianismo ético. Aunque el estudio muestra que no todos los que rechazan el especismo creen que comer carne sea incorrecto, observamos que las personas con mayor puntaje en especismo tendían a preferir un producto cárnico antes que un producto vegetariano.

Los críticos con el concepto de especismo a veces argumentan que la razón por la que nos preocupamos menos por los animales no es debido a la pertenencia a una especie en sí misma sino debido a que los animales no son inteligentes o no son capaces de sufrir al mismo nivel que los humanos. No obstante, nuestra investigación muestra que esa objeción no se sostiene. Es cierto que la gente percibe a los animales o a los animales "inferiores" como menos inteligentes o menos capaces de sufrir que los humanos o los animales "superiores". Sin embargo, en nuestro estudio, las creencias de la gente sobre los niveles de inteligencia de los individuos y su capacidad de sufrir sólo explica una pequeña parte de su conducta dirigida hacia ellos. De lejos, la explicación más sólida sobre el comportamiento de la gente es el especismo en sí mismo. Por ejemplo, incluso aunque la gente sabe que perros y cerdos poseen una inteligencia aproximadamente similar y una similar capacidad de sufrir, siguen mostrándose más proclives a ayudar a los perros que a los cerdos. Y cuando se les pregunta a quién elegirían ayudar entre un chimpancé y un ser humano que tuviera una severa discapacidad mental, la gente es más proclive a ayudar al ser humano que al chimpancé, incluso si creen que el chimpancé es más inteligente y más capaz de sufrir que el ser humano. Esto claramente sugiere que la pertenencia del individuo a una especie es en sí mismo un elemento clave en el modo en que valoramos, percibimos y tratamos a un individuo.

¿Qué podemos hacer con estos hallazgos psicológicos? Es importante señalar que esta investigación es puramente descriptiva. Esto nos dice sobre todo que el especismo es una realidad psicológica y que se muestra en nuestras actitudes, emociones y conductas respecto de los animales. Así como los filosófos han argumentado, el especismo es en efecto psicológicamente análogo a otras formas de prejuicio. Lo que queramos hacer con estos hallazgos es una cuestión moral aparte. Si consideramos que el racismo es incorrecto, y sabemos que el especismo y el racismo están psicológicamente relacionados, esto podría motivarnos a cuestionar si el especismo no debería ser considerado igualmente incorrecto. En todo caso, apenas acabamos de empezar a comprender los aspectos psicológicos del especismo. Con suerte, más investigadores comenzarán a reconocerlo y ayudarán a explorar este fenómeno en una manera más profunda.

Caviola, L., Everett, J.A.C., Faber, N.S. (In Press). The Moral Status of Animals: Towards a Psychology of Speciesism. Journal of Personality and Social Psychology.

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19 de febrero de 2018

La explotación animal animalista



La industria de explotación animal está comprensiblemente preocupada por el auge de los movimientos animalistas y por el creciente número de personas que decide eliminar su consumo de productos de origen animal. Pero la industria sabe bien que la respuesta ante este fenómeno social consiste en fomentar el denominado «Bienestar Animal» —con la inestimable ayuda y apoyo de los grupos animalistas que suscriben la doctrina del bienestarismo— para así lograr que la gente no se cuestione la legitimidad moral del uso de animales.

En esa línea, la autodenominada «Asociación Nacional para la Defensa de los Animales» [ANDA] ha firmado recientemente un «acuerdo pionero para ayudar al consumidor a comprar los huevos con mayor bienestar animal» según informa el diario 20 minutos.  Resultaba previsible que era sólo cuestión de tiempo que en España se siguieran los pasos de otros grupos animalistas en el ámbito anglosajón y se firmaran alianzas comerciales con la industria de explotación animal. Ahora, los españoles ya podrán consumir productos de origen animal con un sello de aprobación animalista que alega avalar el bienestar de los animales explotados. Ya está aquí la explotación animal animalista.

En el cuerpo de esa misma noticia publicada por 20 minutos, la propia organización ANDA nos explica el motivo por el que han decido firmar este acuerdo, en palabras de su portavoz Alberto Díez:

«"Cada vez hay más personas que no se fían del sistema y dan el paso de no comer carne", explica Alberto Díez, "pero ese es el último paso, suele haber una evolución: te empiezas a preocupar, vas al supermercado, ves que no hay un etiquetado claro y pasas a no comer productos procedentes de animales.  Pero en parte el propio sistema es culpable de estas decisiones. Si tuviéramos lo mismo que en los huevos del 0, 1, 2 y 3 en el resto de productos, a lo mejor el resultado era diferente".»

Esto es, a Díez le preocupa que haya cada vez más gente que abandona el consumo de productos de origen animal y busca contrarrestar esta tendencia ayudando a que la explotación animal no sea rechazada por creer que es incompatible con el bienestar de los animales. Es significativo que Díez crea que si alguien deja de comer animales se deba necesariamente a que no encuentra un producto que satisfaga un determinado nivel de bienestar en la explotación de los animales. Al parecer, a Díez no se le ocurre otro motivo por el que alguien deje de participar en la explotación animal. O quizás, visto desde otro punto de vista, entiende que el único motivo que podría conducir a alguien a retomar su consumo de productos de origen animal es creer que lo único que importa respecto de nuestra relación con los animales es el bienestar. A esta forma de pensar es a lo que denominamos bienestarismo. 

El bienestarismo es la creencia de que la única cuestión moralmente relevante a la hora de relacionarnos con los otros animales es tener en cuenta el bienestar que ellos experimentan. Al bienestarismo no le importan conceptos morales tales como la libertad, la dignidad, la igualdad, los derechos, el valor inherente. Sólo le importa el bienestar, y todo lo demás es ignorado o supeditado a un determinado criterio de bienestar. Eso es en esencia, desde el punto de vista teórico, lo que denominamos bienestarismo ideológico o sencillamente bienestarismo.  Este pensamiento está inspirado directamente del trabajo de filósofo utilitarista Jeremy Bentham, continuado luego por Peter Singer

Algunos consideramos que el bienestarismo es incompatible con la consideración moral hacia los animales, porque la consideración moral no puede limitarse a la cuestión del bienestar —del sufrimiento y la felicidad— sino que debe considerar toda la personalidad de los individuos. Por esto, la perspectiva bienestarista sería errónea en tanto que se reduce sesgadamente a tener en cuenta sólo el dolor y el placer y, de este modo, ve a los animales no como personas sino como recipientes que albergan medidas de felicidad o sufrimiento. Por ello, el bienestarismo no respeta a los animales como sujetos que poseen derechos inalienables sino que los considera como meras unidades que sirven para aumentar la felicidad o reducir el sufrimiento en el mundo.

El movimiento bienestarista apoya la reforma del «Bienestar Animal» sobre la explotación de los animales con la excusa de que esto supuestamente reduce el sufrimiento de los animales. Pero esa tesis carece de pruebas objetivas que demuestren que tienen un efecto significativo en favor de los intereses de los animales. En cambio, sí contamos con pruebas acerca de que estas reformas tranquilizan la conciencia de la gente y les inclina por continuar consumiendo productos de origen animal e incluso por retomar ese consumo aun después de haberlo abandonado.

La iniciativa de ANDA es relativamente novedosa al ser la primera vez en España —y en el mundo hispanohablante en general— que una asociación animalista imprime su sello oficial en un producto de la explotación animal, pero sólo es novedosa en ese aspecto, mientras que en todo lo demás es equivalente a las campañas promovidas por asociaciones como Igualdad Animal, PACMA, Anima Naturalis, Libera!, y otros grupos animalistas que se encuadran dentro de una tendencia conocida como neobienestarismo. Todos estos grupos promueven y apoyan reformas que benefician a la industria que explota a los animales. Por ejemplo, Igualdad Animal promueve iniciativas para mejorar la eficiencia en la producción industrial de huevos que ayudan a los explotadores a maximizar su beneficio. Entre otras diversas campañas en favor del "bienestar animal". Y no es la única propuesta sino que toda su labor se centra en ayudar a la industria de explotación animal a mejorar su imagen pública.



Cuando los bienestaristas, como es el caso concreto de ANDA, proclaman que van a «eliminar las jaulas» en la producción de huevos lo que quieren decir en realidad es que van a confinar a los animales en otro tipo de jaula distinta, un poco más grande, hacinados en naves, y condenados a muerte cuando su dueño así lo decida.

Hablar de «huevos sin jaulas» es como hablar de «mataderos sin muertes». Eso es una fantasía. Todos los animales sometidos a explotación estan enjaulados —todos ellos están cautivos y confinados en un espacio limitado y decidido por sus explotadores, durante el tiempo que les permiten vivir antes de matarlos. Que las jaulas sean de madera o de plástico en lugar de alambre no hace que dejen ser jaulas.

De este modo, los grupos bienestaristas fomentan la creencia que está bien explotar a los animales si lo hacemos 'sin crueldad'. Pero que una acción supuestamente no fuera cruel no equivale necesariamente a que sea ética. La ética abarca más aparte del tema de la crueldad. Se podría asesinar sin causar dolor y esta acción no sería cruel con la víctima pero sería del todo inmoral. El problema es que pensamos que la ética con los animales se limita sólo a la cuestión de la crueldad. Así creemos que está bien actuar de ciertas maneras que consideraríamos inaceptables sobre nosotros mismos pero que nos parecen aceptables sobre otros animales sólo porque supuestamente no se trata de acciones crueles. Bajo este paradigma se pueden ver numerosos ejemplos de grupos animalistas asesorando a los explotadores de animales sobre cómo entienden aquéllos que se debe realizar la matanza de animales "sin crueldad":

«Pero ¿y cómo se deben cocer las langostas y los cangrejos? Según la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals, una organización sin ánimo de lucro que promueve el bienestar de los animales y que tiene sede en Reino Unido, la mejor opción es congelar poco a poco al animal para que quede en un estado adormecido hasta que quede inconscientes. En ese momento es cuando hay que cocerlo. Hay otro método, Crustastun, un aparato destinado a matar crustáceos sin sufrimiento. En su página web afirman que "quedan completamente aturdidos". Las langostas y los cangrejos mueren en menos de cinco segundos.»

Resulta muy revelador que determinada acción aplicada sobre seres humanos sea considerada criminal a la vez que esa misma acción al aplicarla sobre otros animales sea considerada como humanitaria o compasiva. Es revelador del prejuicio del especismo. Este es el otro prejuicio ideológico que, junto con el bienestarismo, rige nuestra visión de los animales. Por un lado, el especismo considera a los animales como seres inferiores que existen para estar a disposición de los seres humanos. Por otro lado, el bienestarismo ve a los animales como cosas que sufren y disfrutan, como si fueran meros contenedores de dolor y placer, y no los reconoce como individuos que tienen una mente consciente con propósitos e intenciones y como sujetos que poseen un valor intrínseco que no debe ser sacrificado por motivos instrumentales.

Si los animales pueden sentir dolor es debido a que esta capacidad les permite evitar aquellas situaciones que perjudican su salud. La capacidad de sentir es una capacidad biológica surgida evolutivamente para favorecer la supervivencia de los organismos animales. Esta capacidad no se refiere sólo al dolor y al placer sino también a otra serie de experiencias subjetivas. Por esto, la capacidad de sentir conlleva el deseo de continuar existiendo y de evitar de el daño. Todos los seres dotados de sensación tratan de sobrevivir y de evitar aquello que les daña. Esto significa que los animales no sólo tienen un interés en evitar el sufrimiento sino que también desean continuar existiendo. Los animales tienen deseos, intenciones y propósitos referidos a su propia supervivencia, bienestar y autonomía. Utilizarlos y matarlos sin causarles supuestamente dolor no sería moralmente diferente de utilizar y matar seres humanos sin causarles supuestamente dolor. La especie de los individuos es moralmente irrelevante. Todos somos seres conscientes con voluntad e intereses propios.

Muchos animalistas apoyan las medidas del «Bienestar Animal» alegando que no ven un problema en mejorar las condiciones de los animales explotados mientras siga existiendo su explotación, pero esa supuesta mejora no existe en el mundo real. La idea de que puede existir una industria de explotación animal que proporcione bienestar real a los animales es un mito. Los intereses de los animales son sistemáticamente vulnerados en todas las explotaciones. El hecho de algunos animales pasen un rato al aire libre durante el día no equivale a bienestar. Que nuestro agresor deje de violarnos o golpearnos durante un rato al día para que descansemos y demos un pasea al aire libre no es bienestar. Un descanso temporal en la cautividad no equivale a bienestar. Muchos activistas abolicionistas como es el caso de Joanna LucasGary Francione, Joan Dunayer y James LaVeck, entre otros, han advertido desde hace años del fraude que perpetran las políticas de «bienestar animal» promovidas por los grupos animalistas bienestaristas en colaboración con la industria de explotación animal.

Otro de los argumentos usado por animalistas para defender el apoyo a las normativas de «bienestar animal» es el de que supuestamente esas regulaciones perjudican a los explotadores institucionales porque les obligan a invertir más dinero y aumentar el costo de producción. Pero ese argumento ignora, o se olvida, de que esos explotadores reciben subvenciones por parte del Estado para ayudarles a renovar sus negocios y compensar la inversión económica de actualizar la explotación. Además, el propósito real de las medidas bienestaristas es incrementar la eficiencia de la explotación de los animales. Así se expone en el documento «Bases sociales y políticas del bienestar animal en la Unión Europea»:

«Diversos informes señalan que el respeto por el bienestar animal tanto en la granja como en el transporte puede suponer una disminución de los costes de producción de hasta un 17% en algunos sectores [como el avícola], debido al descenso de los índices de mortandad, a la menor incidencia de bajas y sacrificios obligatorios y al ahorro en gastos veterinarios.

A ello habría que añadir el efecto indirecto que puede tener en el consumidor la información de que los productos que adquiere satisfacen los estándares en materia de bienestar animal, lo que indica la influencia de estos valores éticos respecto a los animales en la economía del sector de ganadería intensiva.

El fomento de normas más rigurosas de bienestar animal crea, por tanto, una oportunidad empresarial, lo que explica que muchos empresarios de la industria cárnica ya estén utilizando el bienestar animal en sus actividades de publicidad para diferenciarse de sus competidores y ganar espacios de mercado. El acuerdo entre la asociación AVIALTER [avicultura alternativa] y la asociación de defensa de los animales ANDA va en esa dirección.»

Cualquiera que comience a investigar sobre el denominado "bienestar animal" no tardará en comprobar que el bienestar real de los animales es tan incompatible con su explotación como lo es el bienestar de los humanos sometidos a la esclavitud. Así lo manifestaba, por ejemplo, la abogada Belén Perales:

«La conclusión que extraigo es que todas las normas en la materia [tanto nacionales como europeas] priman la sanidad animal, y no su bienestar, lo que quiere decir que la finalidad de estas normas supone que los animales no transmitan enfermedades a los humanos, derivadas de su consumo. Por ello, se pone especial énfasis en asegurar que éstos no padecen ninguna enfermedad transmisible a las personas o que pueda suponer una pérdida económica para el sector ganadero, más allá de garantizar que viven conforme a las necesidades de su especie, disponen de espacios adecuados, se relacionan, o simplemente, tienen una vida exenta de sufrimiento. [...] Como he dicho, no son pocas las normas que pretenden regular el bienestar de estos animales en explotaciones ganaderas, o durante su transporte. Sin embargo, parece más bien una cuestión teórica que una realidad, toda vez que su vida —y muerte— se encuentra llena de sufrimiento.»

Lo cierto es que el bienestarismo ni siquiera ha sido capaz de mejorar significativamente el bienestar real de los animales. El bienestarismo es un fracaso desde el punto de vista empírico. Esto ocurre por dos razones. La primera es que el nivel de bienestar que reconocemos a los animales es tan bajo que cuando se afirma que son “felices” dentro de un contexto de explotación esto quiere decir en realidad que no están siendo brutalmente torturados todo el tiempo, en el mejor de los casos. La segunda razón es que en un contexto en el que los animales son considerados como mercancías, como objetos de propiedad y consumo, todos sus intereses referentes a su propia vida, su libertad, su salud y bienestar son forzadamente supeditados y vulnerados para el beneficio humano. Esto significa que su bienestar está fuertemente rebajado por la exigencia de un beneficio económico que sostiene la explotación. El bienestar de los animales está concebido desde una perspectiva puramente instrumentalista: su salud sólo importa en tanto que mantenerla ayude a favorecer su explotación económica. Ahora bien, incluso aunque los animales gozaran supuestamente de un nivel alto de bienestar real, esto no podría justificar desde una perspectiva ética que fueran utilizados como recursos.

Además de todo esto, cuando los animalistas apoyan el bienestarismo le están restando apoyos y fuerzas al veganismo.  En lugar de apoyar campañas en favor de la eliminación del uso de animales están apoyando campañas que promueven un supuesto «uso ético» de los animales. Las dos cosas no se pueden hacer al mismo tiempo y los mensajes de ambas campañas son incompatibles y opuestos. ¿Cómo podrá haber en el futuro una realidad sin explotación animal si no comenzamos ya por informar ahora claramente que explotar a los animales es innecesario e injusto? ¿Cómo va la gente a plantearse dejar de explotar animales si no les explicamos claramente que la explotación animal es injusta e innecesaria? Apoyando la regulación de la explotación animal no beneficiamos a los animales; sólo conseguimos reforzar su cosificación y aliviar la conciencia de los consumidores de la explotación animal, que piensan que explotar a los animales es compatible con preocuparse por su bienestar.

La cuestión principal que deberíamos plantearnos en primer lugar no es si les infligimos más o menos daño a los animales sino que la cuestión a reflexionar primeramente es qué razón tenemos para infligirles alguna clase de daño. ¿Qué justifica infligir algún daño a los animales? Toda explotación conlleva perjuicios sobre los animales que padecen dicha explotación, pero sucede que no hay ninguna razón que pueda justificar la explotación de los animales. 

Si los animales son seres conscientes entonces lo correcto no puede ser explotarlos de una forma supuestamente menos cruel sino que lo correcto sería dejar de explotarlos por completo. Ellos desean continuar existiendo y evitar el daño. Si ellos son sujetos entonces no es correcto tratarlos como si fueran objetos. Usar de comida a los animales es tratarlos como objetos de consumo. La única excusa que podemos alegar para intentar justificar el consumo de animales es que tenemos la costumbre de hacerlo o que nos proporciona placer. Pero ni la tradición ni el placer justifican infligir daño a los animales.

Los animales no quieren ser explotados, ni de forma industrial ni de forma ecológica. Los animales no tienen ningún interés en ser utilizados para servirnos de comida o cualquier otra finalidad. Ellos desean conservar su vida y no quieren que les hagan daño. Así, cuando los abolicionistas hablamos de respetar a los animales nos referimos a una idea muy concreta: reconocer que los animales son sujetos y no objetos  ─reconocer que ellos posen un valor inherente como individuos y que no deben ser tratados como si sólo tuvieran valor instrumental. Respetar el valor inherente de un ser sintiente significa respetarlo como un fin en sí mismo y no tratarlo como un simple medio para nuestros fines.

El problema central en todo este asunto no es la industria de explotación animal. El problema somos nosotros. La industria de explotación animal sólo tiene el poder que le otorgan sus consumidores. Esta industria existe exclusivamente para satisfacer la demanda social de productos de origen animal. Si los consumidores rechazamos consumir productos de origen animal entonces la industria se reconvertirá para satisfacer la demanda. Son los consumidores —cada uno de nosotros— quien tiene el poder de cambiar las cosas respecto de la actividad de la industria.

El motivo real por el que seguimos consumiendo a los animales es el mismo por el que seguimos utilizándolos para experimentos o como entretenimiento. No es por necesidad ni por falta de otras opciones viables. Todo se debe al especismo antropocéntrico o antropocentrismo. Se debe a la creencia de que los humanos somos «superiores» y las vidas de los otros animales existen para nuestro uso y beneficio. Sólo cuando erradiquemos el prejuicio del especismo en nuestra mentalidad, a través de la educación vegana, y sólo entonces, conseguiremos erradicar sus consecuencias, entre las que se encuentra la explotación animal en todas sus formas.

Por último, debo aclarar que no es mi intención cuestionar la sinceridad de las personas que apoyan las medidas de «bienestar animal». Mi enfoque es objetivo y no subjetivo. No cuestiono si estas personas creen realmente que al actuar de esa manera están defendiendo a los animales o beneficiando a los animales de alguna manera.  Yo sólo cuestiono la validez de sus ideas y acciones, de acuerdo a si se ajustan a criterios éticos y datos empíricos, y por eso pienso que sus ideas y acciones están profundamente equivocadas.