16 de octubre de 2014

La falacia de la imposición



¿Quién impone a quién?

Una de las objeciones contra el veganismo que más aparece expresada habitualmente es aquella que dice que «no tenemos derecho a imponer nuestras creencias o ideas a los demás» y se acusa a los veganos de querer imponer el veganismo a los demás. En este ensayo voy a intentar aclarar si semejante argumento tiene alguna legitimidad racional.

En primer lugar, resulta más o menos evidente comprobar que quienes alegan semejante objeción estarían de hecho incumpliendo su propio criterio, puesto que ellos imponen sus ideas antropocentristas sobre los demás animales, es decir, someten a millones de animales a ser utilizados para servirles de comida, vestimenta, transporte, o entretenimiento, entre otros fines. Pero los animales no han dado su consentimiento para ser instrumentalizados en nuestro beneficio, es decir, para ser explotados, y además esta explotación implica una violación inherente de sus intereses más básicos —el deseo de vivir, el deseo de evitar el daño y el sufrimiento— que todos los seres conscientes compartimos.

Esa contradicción sucede porque la mayoría de la gente asume de partida como válido el prejuicio especista que discrimina a los demás animales de la comunidad moral por el mero hecho de no ser humanos, a pesar de que la diferencia de especie no supone una diferencia en los intereses básicos. Afirmar que es correcto que los otros animales estén excluidos de la categoría de sujetos de consideración moral porque no son humanos significa tratar de justificar el especismo con un argumento especista. Lo cual es una petición de principio —una falacia que consiste en usar como argumento la misma tesis que se debe demostrar.

La verdad es que no obligamos a nadie a ser vegano contra su voluntad. En cambio, quienes participan en la explotación animal están obligando a los animales a estar sometidos a la esclavitud, siendo así víctimas de un abuso contra su libertad, su vida y su integridad física. Si alguien considera que es válido el principio de que no debemos imponer nuestros deseos y necesidades a otros individuos, entonces debería, por coherencia, dejar de utilizar a los demás animales. Así pues, la objeción de que «no debemos imponer nuestras ideas a los demás» conduce necesariamente al veganismo.

La moralidad de la imposición

Si quienes alegan esta objeción pretenden implícitamente manifestar que no existe tal cosa como una moralidad objetiva, un código de conducta universal que debamos acatar, entonces debo aclarar que estarían incurriendo en una contradicción que es inherente a cualquier postura relativista. Es decir, si uno pretende afirmar que no hay verdades o principios objetivos universales entonces estaría pretendiendo afirmar un principio universal y objetivo: estaría diciendo que hay una verdad universal que dice que no debemos imponer nada a los demás. He ahí la inconsistencia intrínseca al relativismo que lo refuta como un absurdo lógico.

Hay otra razón, además, que explica por qué criticar una postura ética alegando simplemente que quienes la proponen buscan imponer su punto de vista a los demás no puede ser una crítica válida ni razonable.

Preguntémonos lo siguiente: ¿qué significa estar en contra del racismo si no es, al menos en parte, pretender que dejemos de discriminar a otros individuos por su raza o amonestar en su conducta a aquellas personas que lo hacen? ¿No es esto, acaso, una imposición en contra de la conducta racista? Obviamente lo es. ¿No estamos coartando las libertades de los racistas y siendo intolerantes con sus ideas y acciones? Claro que sí. Ahora bien, ¿es esta imposición éticamente justificable? Ésa sería la pregunta acertada.

Por la misma razón, no es una crítica honesta ni válida juzgar que una ética de respeto a todos los animales busca restringir las acciones de los demás mediante la imposición, ya que la aplicación de toda postura ética incluye una imposición y una restricción en nuestra conducta.

No hay postura moral, política o legal que no pretenda de alguna manera imponer sus ideas a otros. La imposición no es una característica que distinga a unas doctrinas de otras, sino que es inherente a todas ellas. Lo razonable, por tanto, es preguntarse dos puntos elementales: [1] cuál tipo de imposición prescribe, y [2] cuál supuesta razón justificaría tal imposición.

Pongamos otro ejemplo de imposición que se suele alegar contra el veganismo: el hecho de que los veganos alimentan a sus hijos de forma vegana. Por hijos entendamos aquí a los hijos naturales o a los que han sido adoptados —ya sean humanos o no humanos. ¿Hay imposición? Bueno, si realmente la hay no sería esencialmente diferente a la imposición que todos los padres practican respecto de sus hijos.

Todos los padres dictan a sus hijos una serie de pautas de comportamiento, sobre todo y especialmente cuando no pueden valerse por sí mismos como seres responsables de su conducta. Estas normas existen  para beneficiar a los hijos, para asegurar su vida y su bienestar. De nuevo comprobamos que hablar meramente de «imposición» no nos aclara nada en absoluto acerca de la legitimidad de la imposición.

El veganismo no se fundamenta en la imposición

Ahora bien, si por imposición queremos referirnos correctamente a forzar a otros sin su consentimiento, o contra su voluntad, para satisfacer nuestros deseos, en ese caso creo necesario señalar que la dinámica del veganismo como movimiento social no puede basarse en la imposición sino en la concienciación educativa.

Cuando llevamos a cabo activismo educacional —y creo que afortunadamente cada vez más veganos se están inclinando por este tipo de activismo— no estamos imponiendo; estamos meramente informado, dialogando y concienciando a la gente Estamos difundiendo información que apela a la razón y la conciencia moral de las personas.

No obstante, si educar sobre veganismo fuera algun tipo de imposición, entonces no lo sería menos la práctica de adoctrinar a los niños en prejuicios especistas a través de la educación que recibimos desde la infancia. Luego resultaría que todos practicaríamos la imposición, y así volveríamos de nuevo al punto señalado anteriormente: ¿se justifica moralmente la imposición que pretendemos o que practicamos?

No conozco ningún argumento que justifique racionalmente la explotación que ejercemos sobre los animales. En cambio, sí hay razones que explican por qué el veganismo es una obligación moral; comenzando por algo tan elemental como el principio de igualdad.

Si los animales son individuos que poseen voluntad e intereses propios entonces no se puede justificar moralmente que les impongamos nuestra voluntad y nuestros intereses sólo porque obtengamos un beneficio de ello. ¿Por qué debemos respetar la individualidad, la voluntad y los intereses humanos pero no debemos respetar igualmente la individualidad, la voluntad y los intereses de los animales? Se trata básicamente de la misma individualidad, voluntad e intereses. La diferencia de de especie no puede justificar una discriminación en la consideración moral así como tampoco puede justificarlo la diferencia de raza o de sexo.


No puede ser ético, desde un punto de vista racional, que impongamos nuestros deseos y necesidades sobre otros animales que tienen los mismos intereses básicos que nosotros. Y es inexcusable que lo continuemos haciendo cuando es un hecho demostrado que podemos vivir saludablemente sin utilizar a los animales.

Como activista, no es mi intención inicial imponer nada a nadie, sino todo lo contrario: que nadie que sea responsable de sus actos imponga sus deseos personales a otros; es decir, que todos los agentes morales actuemos de forma éticaLa ética no es una imposición; no es algo externo que se cierne sobre nosotros, sino que es el fruto de nuestra propia razón moral.


9 de octubre de 2014

La demanda es lo que manda: Starbucks y el caso de las cochinillas


Hace unos dos años y medio (marzo de 2012) se descubrió que la cadena Starbucks utilizaba, en algunos de sus productos, un colorante que procede de la masacre de millones de insectos llamados cochinillas.

Como reacción, se organizó una campaña por internet para pedir a Starbucks que dejara de incluir esa sustancia. 




Esta iniciativa fue promovida principalmente por veganos, aunque también la apoyaban vegetarianos y gente no-vegana que simplemente le disgustaba la idea de consumir insectos. Finalmente, la campaña tuvo éxito y Starbucks retiró el ácido carmínico para sustituirlo por colorantes vegetales como el licopeno.

Hasta ahí los hechos tal cual.

¿Por qué me parece que este caso merece ser destacado? Tengo cinco razones para exponer.

* Primero; porque es un ejemplo de iniciativa no-violenta. No se atacó a nadie, no se acosó a nadie. Simplemente se les pidió que dejaran de hacer algo que implicaba explotar a otros animales. Los activistas no fueron a las cafeterías ni a la sede de Starbucks a intimidar a sus empleados o directivos, exigiéndoles agresivamente que cambiaran de conducta. Tampoco se insultó ni menospreció a nadie. 


* Segundo; los animales catalogados como "invertebrados" raramente suelen aparecer siquiera mencionados en las campañas animalistas, simplemente porque su aspecto y tamaño es muy diferente al nuestro. Sin embargo, contamos con evidencias de que ellos también son seres conscientes que sienten, sufren y desean vivir.  Y, al igual que el resto de animales nohumanos, son víctimas de nuestra explotación especista.

Según explican en la página de "Esto No Es Comida":
«La sustancia que da el color rojo al carmín es el ácido carmínico. Este colorante se obtiene secando las hembras grávidas al sol tras arrancarles por fricción las escamas cerosas blancas que las protegen de los rayos solares, es decir, son despellejadas y cocidas vivas. Una vez secas son trituradas para convertirlas en un polvo rojo.»

* Tercero; no todo es positivo, ni mucho menos. Starbucks también utiliza otras sustancias que provienen de la explotación de animales nohumanos; principalmente lácteos. Pero, al parecer, a nadie se le ocurrió ni siquiera mencionar nada al respecto. Es por eso que en su momento no apoyé esta iniciativa. Si una empresa explota a seres humanos no voy a pedir que solamente dejen de explotar a los humanos de una raza (o sexo) discriminando así al resto de víctimas que no fueran de esa raza (o sexo). En este sentido se trata de una campaña injusta y fallida. 

* Cuarto; la campaña consiguió su objetivo porque la actividad de Starbucks depende directamente de sus consumidores. Pero si, por ejemplo, hacemos una petición para que en una localidad determinada dejen de explotar a los animales nohumanos, eso no va a servir de nada porque en dicha localidad no dependen de nosotros para mantener y financiar sus actividades.

Una campaña de firmas no sirve si no hay una vinculación muy directa y dependiente entre los demandados y los demandantes. Por eso, entre otras razones, las campañas de firmas en general nunca suelen servir para nada bueno. Son un fraude. Son un engaño para hacer creer que estás haciendo algo positivo cuando en verdad no tienen ningún efecto positivo en la vida real. No es más que un negocio del que algunos pocos se benefician aprovechándose de las buenas intenciones de la gente.

* Quinto; si la iniciativa por el tema de las cochinillas hubiera sido promovida exclusivamente por veganos es muy razonable suponer que no se hubiera conseguido nada. Si tuvo éxito se debió a que otra mucha gente (no-veganos) también la apoyó, aunque sus motivos ni siquiera fueran morales. En nuestra cultura occidental, el consumo de insectos como alimento está muy mal visto, al igual que sucede con perros y gatos. Sólo ocurre que la gran mayoría de la gente ni siquiera sabía que las cochinillas se utilizaban en ese modo. 

¿Qué nos quiere decir este último punto? Que si los veganos queremos lograr algo, si queremos acabar con la opresión hacia los animales nohumanos, necesitamos ser muchos más individuos. Necesitamos ser, al menos, el 10% de la población para que esta situación comience a cambiar de verdad. Pero esto sólo se puede conseguir enfocando nuestros esfuerzos en el activismo educacional.

El motivo por el que explotamos a otros animales se debe al beneficio que obtenemos al dominar y destruir su libertad y su vida. Los tratamos como meros objetos: como simples medios para nuestros fines. La única forma de acabar con esta dinámica es conseguir que la gente deje de ver a los demás animales como seres inferiores que existen para ser nuestros recursos y empatice con ellos como seres sintientes que son. Sólo así podemos superar el prejuicio del especismo.

Concienciar sobre el especismo y difundir el veganismo es lo que realmente ayuda a los demás animales. Poner en práctica el principio abolicionista en nuestra propia vida y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Esto es lo único que va a conseguir marcar la diferencia en el ahora y en el futuro próximo.

La explotación animal existe porque la sociedad demanda mayoritariamente esa explotación: se demanda carne, lácteos, huevos, miel, lana, zoos,.... Sólo cuando la demanda cese, la explotación dejará de existir.