«Casi todo lo que pensamos acerca de cómo tratamos a los animales está mal, y no simplemente mal de una forma menor y colateral, sino fundamentalmente mal, del mismo modo que, por ejemplo, lo que se pensaba acerca de los afroamericanos en Mississipi en 1820 estaba fundamentalmente mal. [...] Deberíamos dar un giro drástico al modo en que pensamos acerca de los animales; deberíamos empezar a aceptar que no tenemos ninguna derecho a utilizarlos como un medio para nuestros fines sólo porque nos conviene hacerlo.» Peter Singer [«Liberación Animal», tercera edición, 2009, apéndice]
La casi totalidad de las iniciativas que denuncian la explotación de los animales no humanos, e incluso aquellas que piden su abolición, se centran en denunciar sistemáticamente el "sufrimiento" y la "tortura" o la "crueldad" que padecen los no-humanos esclavizados por nosotros —los humanos.
Sin embargo, la mera existencia de sufrimiento, tortura y crueldad en la explotación animal no es la razón fundamental por la que podemos juzgar moralmente que está mal explotar a otros animales. La razón es que los demás animales son individuos que sienten y tienen intereses propios. Ellos son seres conscientes; son sujetos, no son objetos. Son seres sensibles que valoran su propia existencia y bienestar.
Centrarnos en condenar el "sufrimiento", la "tortura" o la "crueldad" que padecen los animales sometidos a explotación promueve la idea de que lo que deberíamos hacer es "reducir el sufrimiento" que les causamos, ignorando así el error fundamental de que estamos cosificando a individuos como meros recursos para nuestro beneficio.
En este vídeo se puede ver un ejemplo de cómo los animales esclavizados no tienen por qué llevar siempre necesariamente una horrible vida de constante y terrible sufrimiento.
Por supuesto que infligir sufrimiento deliberadamente a otros animales siempre está mal cuando no se puede justificar de acuerdo a los principios éticos, y esto es algo que ocurre de forma inherente y sistemática en la explotación animal. Pero la propia existencia de nuestra explotación sobre los animales no está mal en sí misma porque cause sufrimiento sino porque es una actividad que viola el principio de igualdad —puesto que supedita injustamente los intereses de los animales en beneficio de los nuestros— y también porque vulnera el valor inherente de los animales —reduciéndolos a un valor instrumental de mero recurso para satisfacer las necesidades humanas.
Cuando un ser humano es esclavizado, la razón moral por la que está mal esclavizarlo no tiene que ver en primer lugar con el hecho de que sufra por ello sino con el hecho de que se le está forzando a ser algo que no es: una cosa. Un individuo esclavizado es tratado como si fuera un objeto, es decir, como si fuera un ser sin voluntad ni intereses propios, o cuya voluntad e intereses son ignorados de su propietario. Éste es en realidad nuestro error fundamental en la relación que hemos establecido, e institucionalizado, con los demás animales que no son humanos. Así lo explica el profesor Tom Regan:
«Nuestro error fundamental no está en el hecho de que encerremos a los animales, causándoles soledad y angustia, en que les provoquemos sufrimiento, o en que ignoremos sus deseos. Claro que todo eso está mal, pero no es el error fundamental. Son consecuencias de nuestro fundamental error moral, que consiste en ver a los animales como seres que carecen de valor intrínseco, como recursos para nuestro beneficio»
Es por esto que la esclavitud sobre seres humanos no puede ser moralmente justificada en ningún caso y es la misma razón por la que es erróneo esclavizar a individuos no humanos.
De este modo, una campaña en favor de los Derechos Animales debería centrarse en explicar y reivindicar en la sociedad la idea de que todos los animales sintientes deberíamos tener moralmente y legalmente reconocido, al menos, un derecho absoluto: el derecho a no ser considerados como propiedad.
Cualquier ser dotado con la capacidad para sentir posee un interés en continuar viviendo y en no ser sometido al capricho de otros. Su individualidad y sus intereses no deberían ser ignorados y despreciados por el hecho de que no sean humanos. Actuar de ese modo conllevaría cometer una discriminación arbitraria; sería especismo. Discriminar a otros individuos según la especie a la que pertenezcan no es más razonable que discriminarlos por pertenecer a determinada raza o sexo.
Cuando se trata de seres humanos, para actuar éticamente en relación con ellos, siempre partiremos de la base fundamental de que no debemos utilizarlos como meros recursos para satisfacer nuestras necesidades ni tratarlos como si fueran nuestra propiedad, en tanto que los seres humanos son individuos que poseen un interés fundamental en conservar su existencia y proteger su autonomía e integridad y no ser forzados contra su voluntad. No hay una razón que justifique no extender ese principio básico a los demás animales, dado que ellos poseen los mismos intereses básicos que nosotros.
Para cada ser sintiente su propia supervivencia y bienestar es importante y este valor intrínseco que tiene su vida individual merece un obligado respeto moral. No es relevante cuál pueda ser su grado de inteligencia. No es relevante tampoco su grado de utilidad para los humanos, o si son capaces de tener obligaciones hacia otros. El único criterio relevante para reconocer a un ser como sujeto de consideración moral es que puede sentir.
Así, reconocer a los otros animales como sujetos de consideración moral implica necesariamente dejar de considerarlos y tratarlos como propiedad —como objetos/recursos/mercancías para fines humanos. Este principio ético de conducta es a a lo que denominamos veganismo.