6 de octubre de 2009

«La superioridad humana»




Febrero 1996

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de dirigirme a los estudiantes de la Facultad de Medicina de Hahnemann en Filadelfia. El motivo fue un debate entre un profesor de la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad de Pensilvania llamado Adrian Morrison y yo. Morrison ha usado gatos en experimentos bastante terribles y con los años ha sido el blanco de diversas protestas por parte de los defensores de los Derechos Animales. Yo estaba en contra de dichos experimentos y él, como es de esperar, estaba a favor.

El debate comenzó con una pregunta hecha por el moderador: «¿Se puede justificar el uso de animales en experimentos?». Adrian Morrison respondió que estos experimentos están plenamente justificados como consecuencia de los beneficios que el uso de animales ha aportado a la salud humana.

Creo que hay que ser cauto al evaluar los beneficios de la investigación en animales. Una cantidad creciente de profesionales de la medicina ha expresado bastante escepticismo frente a la validez científica de los experimentos en animales. Pero incluso si nos beneficiamos de ello, el beneficio por sí solo no justifica moralmente la explotación de los animales.

Si beneficiarnos de la explotación animal en sí fuera una justificación sólida entonces ¿por qué este argumento no sirve cuando concierne a los seres humanos? Después de todo nadie podría negar que se obtendrían beneficios aún mayores si utilizáramos seres humanos en contra de su voluntad para dichos experimentos. ¿Entonces por qué no usar seres humanos en contra de su voluntad cuando esto nos beneficiaría mucho más a todos los demás?

La respuesta es obvia, no se usan seres humanos en contra de su voluntad porque como sociedad creemos que los seres humanos tienen ciertos intereses que se deberían proteger. Los seres humanos tienen ciertos derechos. Y el derecho fundamental es el de no ser tratados como propiedad o como instrumentos para los propósitos de sus dueños. Es por eso que casi todos los países están de acuerdo en que la esclavitud, o el trato legalmente sancionado y dictado de los seres humanos como objetos es un verdadero tabú moral universal que debe ser condenado.

¿Pero es posible justificar la esclavitud de los animales? No se trata de resolver situaciones generales, como si acaso es moralmente correcto matar a un animal que nos está atacando, o si acaso los animales tienen un «derecho a vivir» en abstracto. La pregunta es más sencilla que eso: ¿existe alguna justificación moral para masacrar, sólo en Estados Unidos, a más de ocho mil millones de animales al año para ser usados como alimento? ¿Existe alguna justificación moral para utilizar a más de cien millones de animales, anualmente y sólo en Estado Unidos, para experimentación que en su mayoría tiene un bajo impacto en la salud humana?  ¿Existe alguna justificación moral para utilizar a millones de animales para entretenimiento en rodeos, circos, zoológicos y películas?

La respuesta de Adrian Morrison de que la explotación animal pueda ser justificada por el beneficio de los seres humanos es ilógica, pues ya da por hecho precisamente la esencia del problema: si los animales, al igual que los seres humanos, tienen el derecho básico a no ser esclavizados para provecho de sus amos humanos.

Si debemos justificar esta explotación, es necesario que de alguna manera podamos distinguir a los otros animales de los humanos, y es más fácil decirlo que hacerlo. Después de todo, ¿qué característica o «defecto» tienen los animales que justifica nuestro trato hacia ellos como esclavos, como nuestras cosas, como propiedad que sólo existe para nuestro bien, los amos humanos?

Algunas personas argumentan que los animales son diferentes porque no piensan. Pero lo cierto es que esa aseveración es falsa. Es sabido, por ejemplo, que los mamíferos y las aves tienen capacidades mentales muy complejas. Y que además existen seres humanos que son incapaces de pensar. Algunas humanos nacen sin algunas partes del cerebro y sus capacidades cognitivas son menores a las de una rata sana. Algunos humanos como, el senador Phil Gramm, desarrollan una muerte cerebral durante su vida adulta y simplemente parecen estar funcionando.

Algunas personas dicen que los animales son diferentes porque no hablan. Pero los animales se comunican por sus propios medios, y además existen personas que no pueden hablar.

La lista es prácticamente interminable, pero el punto es uno sólo: no existe ningún «defecto» que tengan los animales que no sea también característica de algún grupo de seres humanos, y aun así uno jamás pensaría utilizar ese determinado grupo de seres humanos para experimentos o como alimento.

Los animales, al igual que los seres humanos, tienen ciertos intereses en sus propias vidas que trascienden lo que su denominado «sacrificio» puede servir para nosotros. Y son precisamente esos intereses los que nos impiden como cuestión moral tratarlos como simples objetos.

Volviendo al debate en la Facultad de Medicina, el Dr. Morrison aportó un criterio que, como declaró triunfalmente, separa a los seres humanos de los animales: los seres humanos son «superiores».

Esta es una respuesta curiosa viniendo de un científico. Después de todo, ¿dónde se encuentra la «superioridad» en el mundo natural? Lo siento, Dr. Morrison, la «superioridad» de las especies es al igual que la superioridad de una raza, o de un sexo, una construcción social y no científica. Es un concepto formulado y usado para sostener relaciones de poder jerárquicas. La superioridad no es un argumento en absoluto; es una conclusión que da por hecho el punto a demostrar. Da por sentada una afirmación que antes debe demostrar.

El Dr. Morrison señaló que los perros no escriben sinfonías y que los seres humanos sí. Respondí que jamás he escrito una sinfonía y que según lo que sé tampoco lo ha hecho el Dr. Morrison. ¿Quiere decir eso que es correcto que la gente nos coma o nos utilice en experimentos?

Y además, su ejemplo demuestra mi punto. Escribir una sinfonía sólo es un acto «superior» si tú eres un ser humano que valora dicha actividad. Algunos perros sin mayor impulso que el que les otorga su posición de sentados pueden llegar a saltar hasta casi dos metros. A eso sí que le llamo «superioridad. Pero la «superioridad», al igual que muchas de las palabras cliché de la vida moderna, como «mérito» y «belleza» están ligadas al juicio personal y no a los hechos.

Señalar que podemos explotar a los otros animales porque somos «superiores» no es más que decir que tenemos más poder que ellos. Y nada más. Y, exceptuando los partidos fascistas, la mayoría de nosotros rechazamos la visión de que el poder establece lo que es correcto. Así que por qué, díganme, está ese principio tan ciegamente aceptado cuando se trata de nuestro relación con los animales.

A nosotros los progresistas nos gusta pensar que nos hemos deshecho de todos los vestigios de la esclavitud en nuestras vidas, pero la realidad es que todos seguimos siendo esclavistas, la plantación es la tierra, sembrada con las semillas de la codicia, y los esclavos son nuestras hermanas y nuestros hermanos nohumanos.

A propósito, Morrison dio otra razón para la superioridad humana. Nombró el tamaño del cerebro humano. Pero de todas maneras gran parte del público ya había aceptado el hecho de que el tamaño de los órganos humanos no significa gran cosa.

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Texto original en inglés: Human superiority
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