Nadie niega que en efecto haya crueldad hacia los demás animales. La hay. Ni que esa crueldad esté mal. Está mal. Casi todo el mundo estaría del todo acuerdo aquí. Sin embargo, la crueldad no es el error fundamental que reside en nuestra actual relación con los demás animales. Así lo advertía el profesor Tom Regan:
«No deseo negar la importancia de impedir la crueldad ni desaprobar la labor de cruzada efectuada por estas organizaciones, pero debo concluir que apostar tanto en la prevención de la crueldad obscurece las cuestiones morales fundamentales y corre un serio riesgo de ser contraproducente.» [Tom Regan, Derechos animales, injusticias humanas, 1980]
Definamos crueldad como la actitud deliberada de infligir sufrimiento sobre un individuo cuando actuamos sobre él para conseguir alguna finalidad. La crueldad es también nuestra indiferencia ante el daño intencionado que provocamos en otros individuos a pesar de tener conocimiento de ese daño.
Pienso que no deberíamos confundir la crueldad con el sadismo, que sería la conducta motivada por el placer que nos provoca hacer daño a otros deliberadamente. Creo que el profesor Regan no habría distinguido correctamente en su ensayo citado entre crueldad y sadismo. La crueldad pretende causar daño y sufrimiento pero su objetivo no es causarlo por sí mismo sino que lo usa como un medio para lograr otro fin. En cambio, el sadismo pretende ese daño y sufrimiento por sí mismos, sin otra finalidad, motivado por el solo placer que le supone causarlo.
A veces ambos términos se usan como sinónimos, y se confunden entre ellos, pero independientemente del uso de los términos, lo que yo pretendo diferenciar son dos fenómenos distintos, aparte de la etiqueta con los que los nombremos. En este ensayo me referiré predominantemente al primer fenómeno, el cual he etiquetado como crueldad.
El primer problema que nos encontramos con el enfoque anticrudelista, que el profesor Regan ya explica en su ensayo, es que el concepto de crueldad hace referencia a un estado psicológico, e incluso neuronal. De este modo la crueldad significaría tener una actitud o disposición consciente de querer infligir daño o sufrimiento a otros. Eso significa que si alguien utiliza a un animal sin demostrar dicha actitud psicológica entonces ya no estaría comportándose de manera cruel; con lo que ya no podríamos condenar ese uso apelando a la crueldad. Cuando la gente consume productos de origen animal, o asiste a actividades que utilizan animales, no tiene a menudo ni siquiera el pensamiento de estar infligiendo daño a los animales. Quienes explotan a los animales alegan continuamente que ellos intentar evitar cualquier sufrimiento o daño innecesario a los animales cuando los explotan. ¿Se les puede acusar entonces de ser crueles?
Por otro lado, si entendemos la crueldad como el hecho de infligir daño a los animales sin una razón que justificara ese daño, gratuitamente, entonces la crueldad hacia los animales no se produce como un fenómeno aislado sino que más bien se trata de una consecuencia de una forma de pensar: vemos a los animales como seres inferiores que existen para nuestro beneficio. El problema de fondo está en no reconocer a los otros animales como sujetos de consideración moral y respetarlos como tal, sino en verlos como medios para satisfacer nuestros fines. La crueldad y los abusos se derivan pues de esta visión cosificadora sobre los animales. La crueldad sería entonces más bien un síntoma; no la causa de la violencia.
Nuestra sociedad somete a los demás animales a la situación de meros recursos y mercancías para beneficio humano. Esto es equivalente a la esclavitud. Los animales son pues considerados como propiedades de los humanos. La esclavitud es moralmente errónea por el hecho mismo de que trata a seres conscientes como si fueran objetos. Que esta esclavitud se lleve a cabo de forma cruel sería otra cuestión diferente.
Pienso que no deberíamos confundir la crueldad con el sadismo, que sería la conducta motivada por el placer que nos provoca hacer daño a otros deliberadamente. Creo que el profesor Regan no habría distinguido correctamente en su ensayo citado entre crueldad y sadismo. La crueldad pretende causar daño y sufrimiento pero su objetivo no es causarlo por sí mismo sino que lo usa como un medio para lograr otro fin. En cambio, el sadismo pretende ese daño y sufrimiento por sí mismos, sin otra finalidad, motivado por el solo placer que le supone causarlo.
A veces ambos términos se usan como sinónimos, y se confunden entre ellos, pero independientemente del uso de los términos, lo que yo pretendo diferenciar son dos fenómenos distintos, aparte de la etiqueta con los que los nombremos. En este ensayo me referiré predominantemente al primer fenómeno, el cual he etiquetado como crueldad.
El primer problema que nos encontramos con el enfoque anticrudelista, que el profesor Regan ya explica en su ensayo, es que el concepto de crueldad hace referencia a un estado psicológico, e incluso neuronal. De este modo la crueldad significaría tener una actitud o disposición consciente de querer infligir daño o sufrimiento a otros. Eso significa que si alguien utiliza a un animal sin demostrar dicha actitud psicológica entonces ya no estaría comportándose de manera cruel; con lo que ya no podríamos condenar ese uso apelando a la crueldad. Cuando la gente consume productos de origen animal, o asiste a actividades que utilizan animales, no tiene a menudo ni siquiera el pensamiento de estar infligiendo daño a los animales. Quienes explotan a los animales alegan continuamente que ellos intentar evitar cualquier sufrimiento o daño innecesario a los animales cuando los explotan. ¿Se les puede acusar entonces de ser crueles?
Por otro lado, si entendemos la crueldad como el hecho de infligir daño a los animales sin una razón que justificara ese daño, gratuitamente, entonces la crueldad hacia los animales no se produce como un fenómeno aislado sino que más bien se trata de una consecuencia de una forma de pensar: vemos a los animales como seres inferiores que existen para nuestro beneficio. El problema de fondo está en no reconocer a los otros animales como sujetos de consideración moral y respetarlos como tal, sino en verlos como medios para satisfacer nuestros fines. La crueldad y los abusos se derivan pues de esta visión cosificadora sobre los animales. La crueldad sería entonces más bien un síntoma; no la causa de la violencia.
Nuestra sociedad somete a los demás animales a la situación de meros recursos y mercancías para beneficio humano. Esto es equivalente a la esclavitud. Los animales son pues considerados como propiedades de los humanos. La esclavitud es moralmente errónea por el hecho mismo de que trata a seres conscientes como si fueran objetos. Que esta esclavitud se lleve a cabo de forma cruel sería otra cuestión diferente.
En el artículo citado al comienzo de este ensayo, el profesor Regan mencionaba que ser cruel significa que alguien pretende disfrutar con el dolor y el sufrimiento que causa deliberadamente a otros. Como ya apunté antes, creo que esto corresponde más bien con el sadismo. Ciertamente el hecho de que explotemos a los animales no está motivado por el sadismo. Los explotemos por prejuicio, por costumbre, por beneficio; pero no por sadismo, esto es, no porque queramos provocarles sufrimiento porque disfrutamos al saber que sufren sino que les infligimos daño para conseguir alguna otra finalidad.
El enfoque centrado en la crueldad está muy difundido debido en parte a que pertenece a la propaganda de organizaciones bienestaristas como, por ejemplo, PeTA y AnimaNaturalis. Estos grupos corporativos denominan crueles a aquellas prácticas sobre los animales que consideran que provocan sufrimiento o mucho sufrimiento. Al enfoque bienestarista sólo le importa el sufrimiento y no se opone a la explotación de los animales excepto en la parte que causa mucho sufrimiento.
Si nos centramos en hablar de crueldad estaríamos emitiendo un mensaje equivocado. Utilizar a los animales es moralmente erróneo sin importar si actuamos de forma cruel al utilizarlos. La crueldad puede ser un agravante pero no es el error fundamental aquí. Cualquier utilización que hagamos de otros animales es un abuso, porque se trata de un uso no consentido y dañino contra sus intereses. Por tanto, para acabar con todos los abusos, lo que hay que rechazar y denunciar es el uso. Denunciar simplemente la crueldad no supone cuestionar la existencia de la explotación animal: la utilización de animales no humanos para fines humanos.
Por todo esto, el enfoque centrado en la crueldad, lejos de ayudar a comprender el asunto, dificulta el hecho de entender y reconocer la injusticia que reside en nuestra actual relación con los animales. Es importante recordar la observación de Hanna Arendt cuando relataba que Eichmann declaró que siempre había procurado evitar la crueldad sobre sus víctimas:
«Tal y como Eichmann insistiría una y otra vez, las directrices rezaban: Se ha de evitar la dureza innecesaria. Y cuando, en el curso del interrogatorio policial, se le dio a entender que esas palabras sonaban un tanto irónicas tratándose de personas a las que estaba enviando a una muerte cierta, ni siquiera entendió de qué le estaba hablando el oficial de policía que lo interrogaba. La conciencia de Eichmann se rebelaba ante la idea de crueldad; no la de asesinato.» [Hanna Arendt, Responsabilidad y juicio, 2003]
El enfoque sobre la crueldad tiende a fijarse exclusivamente en el sufrimiento, ignorando que todos los seres dotados de sensación, sin importar su especie, no sólo desean evitar el sufrimiento sino también desean evitar la muerte. Todos los seres conscientes desean continuar existiendo. Infligirles dolor sin una razón que lo justifique no es más grave que infligirles la muerte sin una razón que lo justifique.
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