24 de enero de 2016

Si esto es un abuso, nosotros somos los abusadores


Hace unos días apareció la noticia de que unos jóvenes habían matado a varios lechones saltando sobre ellos para divertirse. Este hecho se ha condenado socialmente por ser «crueldad gratuita» y también se persigue legalmente como «maltrato».

Todo condenamos que hayan causado muerte y sufrimiento innecesario a unos cerdos reventándolos a golpes. Sin embargo, aquí sostengo que si consumimos animales entonces hacemos exactamente lo mismo que hicieron aquellos individuos: infligimos daño a los animales sin una necesidad que lo justifique.

Si no los hubieran matado a golpes, esos cerdos habrían conocido una horrible muerte en un matadero. Pero todo ese daño y esa muerte en el matadero serían también innecesarios porque no tenemos necesidad de comer animales.

El problema de fondo reside en que consideramos que los demás animales son nuestra propiedad, así que cuando su sufrimiento innecesario nos produce un beneficio entonces decimos que esto está bien. Ahora, cuando su sufrimiento innecesario ya no nos beneficia a nosotros, entonces decimos que no está bien.

Pero en ambos casos, el daño y el sufrimiento que les causamos es innecesario. No hay ninguna diferencia moral. De la misma manera que no hay diferencia entre matar a un ser humano reventándolo a golpes para divertirnos o matarlo para obtener placer comiendo su cadáver. Los animales no desean sufrir ni morir reventados a golpes ni tampoco acuchillados en un matadero. En este deseo de evitar el daño no hay diferencia entre humanos y otros animales.

Lo que ocurre es que nosotros establecemos una diferencia arbitraria según valoramos instrumentalmente si los animales fueron utilizados de forma productiva o no. El sufrimiento innecesario que condenamos es sólo el sufrimiento que no consideramos beneficioso para nosotros. Si hubieran sido reventados a golpes en un laboratorio con la excusa de que eso podría beneficiar la salud humana entonces nos parecería bien.

Sea cual sea la perspectiva desde la que lo analicemos, la conclusión es que no podemos justificar moralmente nuestra explotación sobre los animales.

Desde un punto de vista humanitario, hay un principio moral que dice que no está bien hacer daño a los animales innecesariamente, pero resulta que los humanos no necesitamos consumir animales de la misma manera que no necesitamos reventar animales para divertirnos. En ambos casos provocamos sufrimiento y muerte a otros animales innecesariamente, por mero placer. Consumir animales es una acción que contradice el principio moral humanitario que establece que no debemos infligir sufrimiento innecesario a los animales.

Desde el punto de vista de las víctimas, ellos son seres conscientes que no desean que les causemos daño ni tienen interés en sufrir y morir para nuestro beneficio. Los demás animales poseen un interés intrínseco en conservar su vida y tratan de evitar el daño y la muerte; al igual que nosotros.

Desde el punto de vista empírico; todos los seres sintientes son individuos con voluntad propia y que tienen una serie de intereses entre los que se encuentran el deseo de supervivencia y de bienestar. Por tanto, desde el punto de vista ético, tratar a un ser sintiente como un mero recurso es una violación de los principios éticos más elementales: el principio de igualdad y el principio de valor inherente.

El único punto de vista que puede encontrar aceptable lo que hacemos a los demás animales es el punto de vista del egoísmo antropocéntrico que considera que podemos utilizar a los otros animales simplemente porque ellos no son humanos y porque obtenemos un beneficio al hacerlo. Este es el punto de vista del especismo.

Esos jóvenes reventaron a estos animales porque les divertía hacerlo. Nosotros comemos animales porque nos da placer hacerlo. Si ellos son abusadores, nosotros también lo somos.

Si participamos en la explotación animal entonces somos abusadores de animales. Puede ser que actuemos de este modo porque seguimos una tradición que nos han inculcado desde la infancia pero esto que hacemos sigue siendo un abuso contra los animales.

13 de enero de 2016

¿Cadena Alimenticia o Cadena de Esclavitud?


En esta nota me gustaría exponer dos conclusiones sobre la supuesta «cadena alimenticia» que en ocasiones se presenta como argumento para intentar justificar que utilicemos a otros animales de comida.

Mi primera conclusión es que no sería empíricamente correcto decir que el ser humano está en la cima de la cadena alimenticia o decir que comemos animales debido a alguna supuesta cadena alimenticia que nos condiciona a ello. 

La segunda conclusión es que este tipo de hecho en ningún caso justifica moralmente nuestra explotación de otros animales.

Mis razones para haber llegado a estas conclusiones son las siguientes:

Primero; los animales catalogados biológicamente como depredadores naturales [leones, tigres,...] y como parásitos [mosquitos, pulgas,...] se sitúan por encima de nosotros en la red trófica: en el estado natural ellos se alimentan de nosotros y no al contrario. Los humanos no estamos objetivamente en la cima de ninguna cadena o pirámide alimenticia natural.

Tal y como explica un estudio publicado sobre el nivel trófico en que se sitúan los seres humanos:

«La investigación, dirigida por Sylvain Bonhommeau, del Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar, estima que el nivel trófico promedio de la población mundial era de 2,21 en 2009, lo que nos ubica en la misma categoría de otros omnívoros como los cerdos y las anchoas. De hecho, ''estamos más cerca de los herbívoros que de los carnívoros'', dice Bonhommeau. "Ello cambia nuestro prejuicio de que somos depredadores superiores".» [Eating up the world’s food web and the human trophic level, VV..AA, 2013]

Por tanto, desde un punto de vista científico, carece de todos sentido creer que los humanos somos "la cima de la cadena alimenticia" o que estamos determinados por alguna inercia biológica que nos obligue a comer animales.

Es cierto que los humanos somos omnívoros, pero esto sólo quiere decir que estamos capacitados fisiológicamente para obtener los nutrientes tanto de vegetales como de animales, pero no quiere decir que estemos obligados necesariamente a comer de ambos. Una dieta vegana correctamente planificada es apta y saludable en todas las etapas de la vida humana.

Segundo; apelar a la cadena alimenticia como argumento presupone que nuestra conducta alimenticia en un hecho natural, obligado e inamovible. Sin embargo, nuestra explotación sobre los demás animales para servir de comida se sostiene mediante ideas y costumbres que son culturales y que se pueden cambiar a voluntad. Como bien aclara Igor Sanz:

«La cadena alimenticia en la que nosotros participamos la hemos creado nosotros mismos, así que, más allá de nuestro propio egoísmo o algún extravagante apego emocional, ¿qué impedimento podría encontrar alguien para su modificación?»

Varios experimentos han comprobado que las personas tienden a descargarse de su responsabilidad moral cuando actúan siguiendo órdenes. Creo que ese mismo mecanismo psicológico funciona también con entidades abstractas o imaginarias como Dios o la Naturaleza. Uno se excusa de la responsabilidad de su conducta alegando que Dios lo ha mandado así o que la Naturaleza lo ha determinado de tal manera. De este modo, uno se ve a sí mismo como parte de un mecanismo inexorable que no puede cambiar en lugar de verse como un sujeto que puede elegir su conducta.

El hábito de comer es natural pero nuestra práctica de comer animales es cultural. La naturaleza no nos ha dispuesto con apéndices naturales para la depredación, ni tampoco nos ha proporcionado las armas, las granjas y los mataderos que usamos para explotar a otros animales; todo esto lo creamos nosotros; son herramientas y artificios culturales. Los humanos decidimos hacerlo porque nos convenía, pero no porque necesitemos hacerlo o porque estemos obligados a ello por naturaleza.

Además, tampoco tendría sentido señalar que otros animales comen animales para intentar justificar que nosotros también lo hagamos. Desde un punto de vista moral, lo que otros animales hagan no puede ser un criterio de conducta para nosotros. Pretender justificar una conducta alegando que otros animales actúan de esa manera resulta tan absurdo como pretender justificar una conducta alegando que otros humanos actúan de esa manera. Así lo explica el profesor Gary Francione:

«El que los animales coman a otros animales es irrelevante. ¿Por qué debería importar que algunos animales coman a otros animales? Algunos animales son carnívoros y no pueden vivir libremente sin comer carne. Nosotros no entramos en esa categoría; podemos vivir sin comer animales, y cada vez más gente reconoce que nuestra salud y el medio ambiente se beneficiarían de una dieta sin productos de origen animal.»

Desde el punto de vista biológico, millones de seres humanos en todo el mundo vivimos saludablemente sin comer animales. Los estudios médicos muestran que los humanos no necesitamos comer a otros animales para vivir y estar saludables. Una alimentación vegana bien planificada nos aporta todos los nutrientes que necesitamos para gozar de buena salud.

En conclusión, no hay ninguna cadena alimenticia que nos obligue a comer a otros animales. Los seres humanos podemos llevar una vida saludable sin utilizar a otros animales de comida. Así comprobamos que no existe ningún hecho biológico que nos conduzca necesariamente a comer a otros animales. Nosotros podemos elegir.

Esa supuesta idea de una cadena alimenticia en la que domina el ser humano desde su cúspide es en realidad un producto ideológico surgido para justificar y mantener un estado de opresión. Es parte del adoctrinamiento cultural que nos inculcan desde la infancia para hacernos creer que somos `superiores' a los otros animales, así como se ha adoctrinado también en ideologías similares sobre la superioridad de unos individuos humanos sobre otros; como sucede con el racismo y el machismo. No comemos animales debido a una supuesta "cadena alimenticia" que nos obliga a ello sino debido a la errónea creencia de que el ser humano es dueño de los demás animales y tiene derecho a someterlos y usarlos para su beneficio.

La evolución biológica no justifica el antropocentrismo La idea de que la evolución es una pirámide jerárquica, con el ser humano en su cúspide, es un concepto ideológico y no un hecho científico. El antropocentrismo no tiene ninguna base científica; es sólo un prejuicio, como así aclara el biólogo Paul Patton:

«Una de las ideas erróneas más difundidas sobre la evolución  cerebral es que constituye un proceso lineal que culmina con las asombrosas facultades cognitivas de los humanos; los cerebros de otras especies modernas son representativos tan sólo de estadios preliminares. Tales  ideas han influido incluso en el pensamiento de neurocientíficos y psicólogos al comparar los cerebros de especies diferentes utilizadas en el estudio biomédico.» [Un mundo, múltiples mentes, Paul Patton, 2010]

En contra de esa idea sobre la superioridad humana, que nos permite creernos legitimados para disponer de las vidas de los otros animales, podemos objetar que los animales son individuos que tienen los mismos intereses básicos que nosotros y, por tanto, no hay razón que justifique supeditar o menospreciar esos intereses frente a los nuestros, dado que son los mismos intereses.

Los demás animales son seres conscientes y, por tanto, poseen intereses relativos a su propia supervivencia y bienestar. Los humanos y los otros animales sintientes no somos esencialmente diferentes en esta característica.

Si un ser puede sentir entonces es un sujeto, y no un objeto. Por esto, lo correcto es respetarlo como un sujeto y no tratarlo como si fuera una objeto que sólo tiene un valor instrumental para nosotros.

Además de ser iguales empíricamente en el hecho particular de que sentimos, también lo somos moralmente en lo que se refiere a la consideración que merecemos. Somos iguales en lo que se refiere al único requisito necesario y suficiente para ser incluido como miembro de la comunidad moral: la sintiencia.