31 de marzo de 2015

¿Una elección personal?



En respuesta al argumento de que explotar animales es una elección personal, ya hay un artículo del activista Robert Grillo que considero que explica más o menos correctamente la naturaleza moral de esta objeción, pero me gustaría aportar algunas aclaraciones específicas al respecto que no estarían reflejadas en dicho artículo. En concreto, tengo cuatro puntos a señalar:

Primero; creo que el asunto en sí mismo no estaría bien expresado. Lo que consideramos personal puede ser todo lo referido a la persona. Decir «personal» no es un adjetivo muy esclarecedor. En su lugar, sería más correcto decir privado. Esto es, aquel aspecto que concierne exclusivamente al ámbito íntimo de la voluntad del individuo y que no tiene por qué estar sometido a criterios objetivos o imparciales. 

Por ejemplo, elegir el color de las paredes de mi casa es una elección privada; porque es algo que no tiene por qué depender de nada más aparte de mi propia voluntad individual. Se me ocurren muchos ejemplos, pero lo importante es tener claro es que sólo es privado el ámbito que afecta exclusivamente a uno mismo.

Segundo; la costumbre de consumir animales, y de explotarlos en general, no es un asunto privado porque no es fruto de una decisión individual independiente sino que se trata de un hábito heredado como consecuencia de haber vivido en una determinada cultura: una cultura antropocentrista que considera que los demás animales son seres inferiores que existen para satisfacer las necesidades y deseos humanos. 


Así, el hábito de comer animales no es una práctica que hayamos elegido libremente sino que nos los han inculcado desde la infancia. Aunque nuestra mente lo asume de forma inconsciente como si nosotros hubiéramos elegido voluntariamente esta conducta en algún momento de nuestra vida.




Tercero; alegar que no debemos entrar en esta cuestión porque es privada resulta ser una contradicción en los términos porque quienes consumen a otros animales están invadiendo y destruyendo el ámbito privado de esos animales al decidir utilizarlos. Si explotamos a otros animales esto implica someter su libertad y su vida para satisfacer nuestros deseos. 

Si nosotros no queremos que nadie invada nuestro espacio privado, nuestro cuerpo y nuestra voluntad, sin nuestro consentimiento expreso, entonces, por lógica, ¿no deberíamos actuar bajo ese mismo criterio respecto de los otros individuos que tienen el mismo interés básicos en ser respetados? Y al referirnos a otros individuos esto incluye necesariamente también a los otros animales, que no son humanos pero que sí son individuos con su propio cuerpo y su propia voluntad.

Cuarto; la excusa de que no debemos cuestionar la moralidad de la explotación animal porque es una actividad que corresponde al ámbito privado no sólo la encontramos aplicada a la cuestión de la explotación animal. El mismo argumento se ha usado en el contexto humano para intentar reprimir la crítica contra aquellas prácticas que atentaban contra los derechos de humanos en situación vulnerable como es el caso de la violencia machista contra las mujeres, tal y como explican Esperanza Bosch Fiol y Victoria  Ferrer Pérez:

«En cuanto a la violencia doméstica, su consideración como fenómeno privado ha propiciado que durante siglos se considerara, primero un derecho del marido y algo normal, y, posteriormente algo que "desgraciadamente" sucedía en algunos hogares pero que formaba parte de la vida privada de las parejas y en lo que por tanto no había que intervenir.» Esperanza Bosch Fiol y Victoria A. Ferrer Pérez; «La violencia de género: De cuestión privada a problema social»

En el momento en que nuestras decisiones afectan a otros individuos entonces ya no estamos en el terreno de lo privado sino en el ámbito de la moral. Que yo prefiera pintar las paredes de color azul no atenta contra los intereses de otros individuos. Ahora bien, si decido que quiero decorarlas con pieles de animales entonces estoy atentando contra los intereses de los animales que quiero usar para mi beneficio.

Casi todos estamos de acuerdo en que las elecciones personales deben ajustarse a la ética básica; excepto cuando se trata de otros animales. Esto es otra consecuencia más del prejuicio que denominamos especismo.



19 de marzo de 2015

Kafka, «La Metamorfosis» y la cuestión del especismo


«La Metamorfosis» [o «La Transformación»] es un relato del escritor Franz Kafka más famosos y leídos hasta la fecha. En este ensayo me gustaría realizar un breve análisis sobre el contenido de la obra. Advierto de antemano que a continuación revelaré algunos detalles importante de la trama; por si alguien quisiera leer o releer primero la historia antes de leer este comentario.

Desde la primera página, asistimos a un acontecimiento extraordinario que determinará toda la historia subsiguiente: su protagonista, Gregor Samsa, ha sufrido una transformación física completa que le ha hecho perder su apariencia humana y adoptar la forma de otro animal, muy semejante a la de un insecto.

En el relato nunca se llega a explicar, ni se especula siquiera, por qué y cómo sucede esto. Tal vez porque el autor no tenía interés en ese punto y sólo le importaba centrarse en las reacciones del protagonista y de los que lo rodean respecto de ese acontecimiento. También es un rasgo peculiar de la obra de Kafka el no explicar la causa de los acontecimientos que suceden a sus protagonistas; como si fueran víctimas de un castigo cósmico o una maldición. Esto es una de las características del concepto de lo kafkiano.

La historia narrada en La Metaformosis es la de alguien que fue un ser humano y que ahora se ha convertido en un animal no humano. Kafka nos muestra con crudeza lo que conlleva esta diferencia en nuestra sociedad y la manera en que nos relacionamos con otros animales.

Gregor Samsa ya no era humano pero aunque su aspecto había cambiado radicalmente; él seguía sintiendo de la misma forma. No había cambiado el hecho de que experimentaba emociones y sentimientos y pensamientos. No era humano pero era un ser sintiente. A pesar de que su familia sabe que Gregor es la misma persona; a pesar de saber que es una persona; el tremendo cambio físico que ha experimentado provocará en el seno familiar una crisis de consecuencias trágicas.

Es curioso que el autor no ideó que su protagonista se convirtiera en un perro, un gato o un pájaro, u otros animales por los que —aunque también discriminados y oprimidos por no ser de nuestra especie— muchos humanos pueden sentir cierta simpatía. No. Le obligó a ser el tipo de animal probablemente más detestado por los humanos: los insectos.

No conocemos cuál era la intención original del autor al escribir este texto. Tal vez expresar sus propios sentimientos personales en medio de un contexto social en el cual se sentía desgraciado y rechazado. De todos modos, si en verdad hubiera querido denunciar el especismo, difícilmente, a mi juicio, podría haberlo hecho de una manera más expresiva.

A mi modo de ver, pocas obras de la literatura han representado tan acertadamente, de forma implícita, lo que supone el prejuicio del especismo como lo ha conseguido esta pieza de Kafka. Podemos comprobar que hay todavía muy pocas obras literarias que traten esta cuestión de un modo u otro.

Podríamos sacar diversas conclusiones partiendo del texto de Kafka, que, a pesar de su brevedad, es enorme en su valor literario y filosófico y está repleta de posibles significados. De hecho, se han publicado una considerable cantidad de análisis sobre ella. Sin embargo, hasta ahora no he leído ninguna —y he estado leyendo bastantes, tanto en inglés como en español— que lo relacionara con el prejuicio del especismo.

Que prácticamente a nadie se le ocurriera hasta ahora pensar que este relato evidenciara la discriminación hacia los no-humanos revela la enorme falta de conciencia sobre este problema en nuestra cultura. Por supuesto, cuando yo leí por primera vez esta historia, hace ya bastantes años, tampoco se me ocurrió hacer esa conexión. Como señala Noam Chomsky:

«En realidad, otro problema que creo debemos enfrentar, es que en cualquier punto particular de la historia humana, la gente no ha entendido lo que es la opresión. Es algo que aprendes. Si volvemos hacia, digamos, mis padres o mi abuela, ella no pensaba que estaba siendo oprimida por ser parte de una familia superpatriarcal donde el padre podía ir caminando por la calle y no reconocer a su hija cuando ella venía—no porque él no supiera quién era ella, sino porque no se supone que le hagas señas a tu hija. No se sentía como opresión. Sólo se sentía como que así es la forma en que funciona la vida… Pero, como cualquiera que haya estado involucrado en cualquier tipo de activismo sabe —digamos el movimiento feminista— una de las primeras tareas es hacer que la gente comprenda que están viviendo bajo condiciones de opresión y dominación. No es algo obvio, y quién sabe qué formas de opresión y dominación estamos simplemente aceptando, sin siquiera notarlas.» [Noam Chomsky, On Anarchism, 2005]

Me hubiera gustado leer algún análisis que lo interpretara bajo esa perspectiva pero al no haber encontrado ninguno he decidido compartir a continuación mi reflexión particular sobre el relato en cuestión.

El problema en lo que le había sucedido a Gregor Samsa no estaba realmente en su transformación. No era algo que le dificultara sentir o vivir. E incluso seguía siendo capaz de comunicarse con otros humanos. El problema real estaba en el modo en los demás lo juzgaban y, también, en el modo en el que él mismo se juzgaba. El problema no era tanto físico, sino que más bien estaba en la mente de todos ellos.

Asimimo, el problema en nuestra relación con los demás animales no reside en que ellos sean diferentes a nosotros, ya sea en su aspecto o en su forma de experimentar el mundo. El problema es que nosotros los juzgamos inferiores simplemente por no ser humanos. Aun siendo conscientes de que ellos sienten; seguimos discriminándolos injustamente por no ser de la misma especie que nosotros.

Es posible que el nuevo físico de Gregor Samsa le imposibilitara integrarse en la sociedad humana como había hecho hasta ahora. Pero igualmente hay muchos seres humanos que por alguna circunstancia quedan parcial o totalmente inválidos o discapacitados y pierden su autonomía para sobrevivir en la sociedad. No por ello aceptamos que por esa circunstancia fuera correcto discriminarlos, agredirlos o tratarlos como si fueran objetos o mercancías para servir a nuestro beneficio.

Los demás animales son esencialmente lo mismo que nosotros: individuos que experimentan sensaciones, emociones y pensamientos. Las acusaciones de 'antropomorfización' están equivocadas puesto que contamos con evidencias de peso acerca de la conciencia en otros animales. Esas acusaciones lo que evidencian realmente es el arraigado prejuicio del antropocentrismo que consiste en creer que la sensibilidad es exclusiva en los humanos, a pesar de que tenemos pruebas que demuestran que no es así.

La diferencia más importante entre humanos y no-humanos reside en cierto grado de inteligencia. Pero es una diferencia que está presente también de forma notable entre los propios seres humanos. También existen obvias y significativas diferencias corporales. Pero también hay enormes diferencias físicas entre humanos —por ejemplo: pensemos la enorme diferencia entre un bebé y un adulto en plenas facultades.

Este relato de Kafka responde a una pregunta que casi nadie se habría hecho hasta el momento: "¿Y si un día nos despertáramos siendo un animal no-humano?" En nuestra sociedad, ser un individuo no humano implica ser un esclavo, es decir, alguien sometido a la condición de propiedad; ya sea para servir a los humanos de compañía o de comida o de vestimenta. Ahora bien, como los insectos en general —excepto algunos muy determinados como las abejas o las cochinillas— no tienen una utilidad para nosotros entonces directamente los matamos por su sola presencia.

Aunque el caso que aquí nos trae pertenezca a la imaginación literaria, es una situación en la que todos podemos. Todos deberíamos imaginarnos en el lugar de los otros animales y pensar si nos parece aceptable que nos traten así  —como un objeto o un mero recurso para otros. Creo que la respuesta sería invariablemente negativa. Nadie quiere estar sometido ni ser asesinado para beneficio de otros.

Ante cualquier cuestión moral que nos surja sobre nuestra relación con los demás animales, deberíamos preguntarnos siempre si nos parecería bien que ese criterio se aplicara sobre seres humanos y sobre nosotros mismos. Si la respuesta es negativa entonces ese criterio probablemente no respeta el principio de igualdad.

Quiero pensar que Kafka, que al parecer se hizo vegetariano, hubiera simpatizado con esta interpretación sobre su historia.