16 de julio de 2020

Otra vez la falacia naturalista



El autor Harvey Diamond publicó un libro sobre nutrición que tuvo bastante éxito en Estados Unidos y en el que defendía que la dieta natural para el ser humano está basada en vegetales. Para defender esta idea apuntó, entre otros argumentos, que un niño pequeño jamás comería instintivamente a un conejo mientras que sí comería una manzana. Esta alegoría ha sido exhibida por algunos activistas en favor del vegetarianismo y del veganismo.

Me gustaría exponer tres observaciones sobre este argumento.

La primera es que si pones a un cachorro de león en la misma situación tampoco es probable que se coma al conejo, puesto que no tiene desarrollado todavía su instinto predatorio y se alimenta de leche materna; al igual que el resto de mamíferos. Ciertamente esta situación no demuestra que el ser humano no sea carnívoro. Por no hablar de que si en lugar de un conejo colocaras a un animal mucho más pequeño, como un insecto, no sería de extrañar que el niño se lo llevara a la boca. Además, ¿desde cuándo el comportamiento de los niños representa un criterio moral? Plantear esta situación hipotética es un malgasto de tiempo que podría haber sido mejor empleado explicando que podemos vivir saludablemente con una dieta vegana bien planificada.

La segunda es que aunque los humanos fuéramos carnívoros esto no justificaría moralmente que comiéramos animales. Supongamos que en lugar de ser una especie de primates fuéramos una especie de felinos —seguiríamos estando obligados a no explotar a los animales en tanto que somos agentes morales. Aun siendo carnívoros podríamos diseñar una dieta saludable sin productos de origen animal, de la misma manera que miles de gatos —que son fisiológicamente carnívoros— viven saludablemente alimentados de forma vegana.

La tercera es que debemos evitar los argumentos falaces a la hora de defender una idea. Un activista puede esgrimir que no le importa si los argumentos son correctos sino que sólo le importa que funcionen para motivar a la gente a dejar de explotar animales. Pero ¿realmente funcionan? Dudemos de que un argumento que es fácilmente rebatible pueda funcionar en absoluto. Si usamos argumentos fraudulentos lo que estamos mostrando es que no nos importa la verdad sino sólo convencer a otros aunque sea con engaños. Esto es muy poco honesto. ¿Envenenar mortalmente a alguien funciona para conseguir que deje de explotar animales? Sin duda, pero esto no parece una acción moralmente aceptable. Argumentar es una forma de actuar y actuar inmoralmente no se justifica con la excusa de pretender lograr un supuesto bien.

Antes de utilizar un argumento hay que evaluar:

Si el argumento está basado en hechos empíricamente comprobados.

Si el argumento es formalmente coherente.

Si el argumento que usamos es deontológicamente aceptable.

En un contexto moral no vale sólo con que lo argumentamos sea verdadero desde un punto de vista empírico y formal sino que también debe ser éticamente correcto. Un ejemplo:

[1] X es de hecho más poderoso que Y

[2] Por tanto, X puede materialmente oprimir a Y

[3] Por tanto, es moralmente correcto que X oprima a Y

Este argumento puede ser correcto en sus presupuestos empíricos, pero es lógicamente erróneo porque de una situación de hecho no se puede inferir un juicio moral. Pretender inferir un juicio moral de una situación natural es como pretender justificar el estrangulamiento alegando que nuestras manos estarían naturalmente capacitadas para estrangular a otros.

Asimismo, el hecho de que X tenga más poder que Y no justifica que X someta a Y a su voluntad. Tener más fuerza, más poder, o cualquier otro elemento o capacidad que nos permita dominar o destruir a otros individuos, nunca es una razón que justifique actuar con violencia. Pensar que el poder otorga legitimidad incurre en un fallo ilógico que se conoce como falacia ad baculum.

Una causa justa es aquella que se apoya en razones. Pero el hecho de defender una causa que sea justa no convierte automáticamente en justo cualquier argumento que se usemos para defenderla. La veracidad de un argumento depende de si se ajusta a la lógica en todos sus aspectos [formal, material, normativo] y no de si se usa para defender una buena causa.