«Los medios por los cuales tratamos de realizar una cosa tienen por lo menos tanta importancia como los mismos fines que tratamos de lograr. En rigor, son en verdad más importantes todavía. Puesto que los medios de que nos valemos determinan inevitablemente la índole de los resultados que se logran; ya que por bueno que sea el bien a que aspiremos, su bondad no basta para contrarrestar los efectos de los medios perniciosos de que nos valgamos para alcanzarlo.» ~ Aldous Huxley
Antes de entrar a discutir la cuestión que plantea el título me gustaría definir los términos básicos que se analizan en este ensayo.
En primer lugar: ¿qué es la violencia? Para comprender el significado de este concepto me parece pertinente esta definición inspirada en el trabajo de Robert Muchembled:
«El origen del término «violencia» que aparece a principios del Siglo XIII como una derivación de la palabra latina vis, que significa fuerza o vigor, caracteriza a un ser humano iracundo y brutal, y particularmente define una relación de fuerza destinada a someter u obligar a otro.
Sin embargo, como bien se señala, se trata de acciones destinadas a someter u obligar a otro, ya sea mediante la fuerza física, o bien a través acciones que dañan, limitan y ponen en riesgo la integridad emocional y física de las personas, y que les impide acceder al ejercicio pleno de sus derechos y libertades fundamentales.
De ahí que la violencia abarca desde actos extremos como las agresiones físicas que buscan dañar, poner en riesgo o acabar con la vida de una persona, hasta aquellas acciones encaminadas a intimidar, atemorizar, controlar o denigrar, con la finalidad de limitar su libertad de acción y capacidad de decisión; así como todos aquellos actos orientados a obstaculizar el acceso a los recursos materiales e inmateriales para el pleno goce de sus derechos y su desarrollo.»
Ahora pues ¿qué sería entonces la no-violencia?
El concepto de la no-violencia se basa en los mismas nociones y valores que fundamentan nuestra moral: igualdad, respeto, empatía, derechos,... La única diferencia es que la noviolencia no acepta que ninguno de esos principios se use como excusa para la violencia. Esto último es lo que le propociona su carácter peculiar.
La no-violencia no debe confundir con la debilidad, la cobardía o el quietismo. A menudo es necesario poseer una gran fortaleza y determinación para no dejarse llevar por la violencia que es innata, aprendida o inculcada. Tampoco debe confundirse con la no-resistencia al mal que proponía Tolstoi, entre otros. La no-violencia ejerce la resistencia ante el mal pero sin recurrir nunca a la agresión. Aquí expongo algunos de los rasgos característicos que, a mi juicio, forman parte del movimiento de la no-violencia:
La noviolencia practica formas de acción creativas y noviolentas, como son, por ejemplo: la desobediencia civil, el activismo educacional, y la organización social constructiva.
La no-violencia respeta a los partidarios y causantes de la opresión porque reconoce que todas las personas tienen un valor intrínseco. La noviolencia se opone a toda forma de violencia —odios, agresiones— ya sea como idea o como acto, pero nunca ataca a la persona misma.
La noviolencia se enfoca en las causas de los problemas, más que en las consecuencias. Pretende solucionar los conflictos atendiendo a las raíces que lo nutren y provocan.
Quienes adscribimos el principio ético de la noviolencia no somos perfectos ni estamos completamente libres de violencia. Tenemos una naturaleza de instinto agresivo, y hemos sido educados en una cultura de la violencia y formamos parte de una sociedad violenta. ¿Cuál es la diferencia pues? Que reconocemos que la violencia está mal, no la cometemos de forma deliberada y nos esforzamos por vivir mediante prácticas que sean noviolentas.
Me parece importante resaltar que dentro de la no-violencia se incluye no sólo el abandono de la agresión sino también la renuncia al odio y la mentira.
En cualquier caso, no es mi intención discutir en detalle el significado o la moralidad de la no-violencia en este ensayo, sino centrarme más bien en su efectividad, en su éxito a la hora de aplicarlo en la práctica.
No apoyamos las estrategias violentas tanto por convicciones éticas como por razones prácticas, pues analizamos cada ámbito partiendo de criterios distintos. El hecho de que algo sea práctico no equivale a que sea ético; ni el hecho de que algo sea ético lo convierte en eficaz o realizable. Si bien en el tema de la no-violencia resulta que ambas categorías confluyen mucho más de lo que la mayoría cree.
Según explica Erica Chenoweth, co-autora del libro "Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict" ["¿Por qué funciona la resistencia civil? La estrategia lógica del conflicto no-violento"]:
«Históricamente, las campañas de resistencia civil han surgido y tenido éxito en muchos tipos diferentes de sistemas políticos, incluyendo dictaduras y régimenes represivos. Ninguna clase de país es inmune a este fenómeno. Sin embargo, las campañas no violentas no tienen éxito sólo por ser no-violentas. Son exitosas porque tienen más probabilidades que las violentas de apelar a sectores cada vez más amplios de la sociedad, lo que les permite construir poder desde abajo.»
Las evidencias parecen claras: las estrategias no-violentas tienen una alta efectividad. Por tanto, no son inútiles ni menos eficaces que las violentas. De hecho, resulta que tienen más éxito y, además, sin las nefastas consecuencias directa e indirectas que tiene la violencia. Sólo la posición de la no-violencia puede provocar un cambio profundo de mentalidad. La violencia causa resentimiento y venganza.
Aquí pueden ver una charla de la autora, sobre este mismo tema:
A quienes se oponen al progreso moral, les interesa mucho más que sus adversarios usen la violencia para así poder legitimar una reacción violenta contra ellos y acusarles de ser "terroristas" o algo similar. En cambio, una revolución no-violenta les arrebata cualquier excusa para recurrir a la violencia. Y en el caso de que lo hagan, quedan deslegitimados ante la sociedad. Tal y como expone Pedro Valenzuela en "La no-violencia como método de lucha", el objetivo de la no-violencia no es sólo conseguir un objetivo material, sino lograr un cambio profundo de mentalidad:
«La recomendación principal es la de distinguir entre el adversario y el conflicto que con él se tiene. Un ejemplo de este principio es la insistencia de Martin Luther King en que la lucha de los negros en Estados Unidos no era contra los blancos sino contra el sistema de dominación de los blancos; es decir, la lucha no era contra quienes cometían injusticias sino contra las estructuras que permitían y reproducían la injusticia. Consistente con la primera admonición y con la concepción del oponente en la perspectiva ética, la segunda recomendación es la de evitar acciones que lleven al oponente a percibir la campaña noviolenta como un ataque personal. El objetivo es ganar la confianza del oponente, lo cual exige transparencia en las intenciones y los planes de acción, abstenerse de humillarlo, mantener la comunicación, realizar sacrificios y demostrar empatía hacia su perspectiva, sus sentimientos y dilemas, al tiempo que se enfatiza la oposición a políticas o estructuras específicas.»
Sin embargo, los graves problemas que siguen habiendo en países que gozaron de revoluciones no-violentas —como es el caso de Sudáfrica y algunos países del antiguo bloque socialista— exponen que la no-violencia debe ser asumida como una actividad permanente y no ocasional.
En su artículo «Teoría e historia de la revolución no-violenta», Jesús Castañar concluye aludiendo a la necesidad de que la no-violencia sea un movimiento estructural, y no puntual:
«En cualquier caso, las revoluciones noviolentas han demostrado que el futuro está en nuestras manos, y que dependerá de cómo nos organicemos y de que se tenga claro qué es lo que se quiere para lograr realmente cambios transcendentales, no cesando las movilizaciones con las primeras concesiones del sistema, antes de transformarlo profundamente. Desde luego, los medios —tácticas, estrategias, imaginación— ya están a nuestro alcance, y ya es una cuestión personal creer o no que se abre una nueva era que podemos afrontar con optimismo. Yo prefiero pensar que sí, ya que eso me permite continuar la lucha con más ánimo, pues, sin duda alguna, hará falta mucho ánimo y alegría para mejorar el mundo.»
El número de personas que apoyan un movimiento es obviamente decisivo para conseguir su éxito, pero ésa es una categoría aparte del tema la noviolencia. El número se refiere a la cantidad y la no-violencia se refiere a la cualidad. Son dos factores distintos. Y ninguno de ellos equivale automáticamente a éxito ni a fracaso.
De todos modos, la cuestión del número es relativa. No necesariamente tiene que haber una mayoría para lograr un verdadero cambio. Algunos estudios apuntan a que una minoría social puede influir de manera decisiva sobre la mayoría y conseguir que prevalezca su criterio.
La eficacia de la noviolencia reside, en parte, en el número de gente que la apoye y por eso necesitamos que haya más gente que se involucre en este movimiento y abandone la violencia o la indiferencia.