El hecho de que humanos normales y corrientes sean capaces de cometer crímenes y atrocidades en determinadas circunstancias es achacado por algunos a una supuesta maldad intrínseca en la naturaleza humana. Sin embargo, tal maldad no está demostrada, y cabe la posiblidad de que esto ocurre debido a la educación y el ambiente social en que vivimos.
La filósofa Hanna Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» como concepto para explicar por qué y cómo sucedía que personas mentalmente equilibradas, integradas en la sociedad, y que no estaban incapacitadas para la empatía ni el razonamiento moral, pudieran participar en sucesos terribles y asumirlo como algo aceptable y normal. Arendt utilizó el caso de Adolf Eichmann para ilustrar esta inquietante realidad.
La filósofa Hanna Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» como concepto para explicar por qué y cómo sucedía que personas mentalmente equilibradas, integradas en la sociedad, y que no estaban incapacitadas para la empatía ni el razonamiento moral, pudieran participar en sucesos terribles y asumirlo como algo aceptable y normal. Arendt utilizó el caso de Adolf Eichmann para ilustrar esta inquietante realidad.
Podemos comprobar que estamos inmersos en una cultura de la violencia que nos dice que los fines justifican los medios. Esta ideología nos lleva a cometer actos que en el fondo sabemos que están mal con el objetivo de lograr esos fines que consideramos importantes, valiosos y/o necesarios.
Aunque podamos razonar que hay principios éticos básicos —como el respeto por el valor inherente del individuo— que no deberían sacrificarse por ningún fin, esta noción moral es algo que todavía no se ha comprendido ni asimilado plenamente en nuestra cultura. Existe en permanente conflicto entre ambas posturas: la ética y el consecuencialismo.
Aunque podamos razonar que hay principios éticos básicos —como el respeto por el valor inherente del individuo— que no deberían sacrificarse por ningún fin, esta noción moral es algo que todavía no se ha comprendido ni asimilado plenamente en nuestra cultura. Existe en permanente conflicto entre ambas posturas: la ética y el consecuencialismo.
La ideología del consecuencialismo, y sus efectos directos, podemos comprobarla nuestra relación con los demás animales. Consideramos que nuestros fines justifican que tratemos a los animales no humanos como simples medios para lograr los fines humanos. Esta forma de pensar nos ha conducido a cometer la domesticación de los animales.
Cuando rechazamos esa forma de pensar, y reconocemos el valor intrínseco de los individuos no humanos, es entonces cuando podemos cambiar nuestra conducta y dejar de participar en esas actividades de opresión. No sucede que fuéramos malvados y ahora seamos buenos por arte de magia. Sólo hemos modificado en parte nuestra forma de pensar. Los demás humanos que continúan participando en la explotación sobre los animales no son malvados sino que no han reflexionado o no han tomando conciencia lo que están haciendo. Es una cuestión de comprensión moral.
Cuando rechazamos esa forma de pensar, y reconocemos el valor intrínseco de los individuos no humanos, es entonces cuando podemos cambiar nuestra conducta y dejar de participar en esas actividades de opresión. No sucede que fuéramos malvados y ahora seamos buenos por arte de magia. Sólo hemos modificado en parte nuestra forma de pensar. Los demás humanos que continúan participando en la explotación sobre los animales no son malvados sino que no han reflexionado o no han tomando conciencia lo que están haciendo. Es una cuestión de comprensión moral.
Puede ocurrir que a veces hay nociones que no comprendemos en su momento y que sólo después de un tiempo alcanzamos a entender y asimilar. Así, la comprensión generalizada o mayoritaria de que el especismo es injusto no puede suceder de un día para otro, pero progresivamente va aumentando cada día el número de personas que toman conciencia de ello y deciden actuar haciéndose veganas.
Claro que hay casos excepcionales de individuos que son sádicos o psicópatas de forma inherente a su naturaleza. Pero ésa no es la realidad de la mayoría de humanos. La gran mayoría son capaces de empatizar, de aplicar el principio de igualdad, y de comprender que los demás animales son seres sintientes que merecen respeto. Otra cosa es que esta moralidad no esté aún establecida en nuestra sociedad, y sólo sea defendida, de momento, por el movimiento de Derechos Animales.
Se nos educa desde niños para considerar inferiores a los demás animales; a creer que ellos existen en el mundo para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Estamos continuamente inmersos en un ambiente cultural que reafirma una ideología de supremacismo humano hasta el punto que ni lo advertimos como tal. Muchos consideran el antropocentrismo como algo natural, sin darse cuenta que es un prejuicio ideológico como lo es también el racismo, el sexismo, o la homofobia. Esto no son tendencias naturales inamovibles —como la ley de la gravedad— sino que son formas de pensar y de actuar que podemos comprender y modificar.
Resultados empíricos como los que aporta el experimento Milgram aportan luz a este respecto, puesto que nos ayudan a entender por qué a veces actuamos contra nuestra propia intuición moral. Quizás esto pudiera ayudar a comprender que cuando somos especistas estamos actuando como los individuos que protagonizaron dichos experimento: estamos utilizando a otros individuos —a los otros animales— como simples medios para un fin; ignorando el daño y el sufrimiento que les infligimos intencionadamente. Actuamos así motivados por la inercia de obedecer la autoridad, como la autoridad de sus padres que nos educaron para comportarnos de cierta forma o la autoridad de la sociedad y las costumbres que fomentan unas conductas determinadas.
Resultados empíricos como los que aporta el experimento Milgram aportan luz a este respecto, puesto que nos ayudan a entender por qué a veces actuamos contra nuestra propia intuición moral. Quizás esto pudiera ayudar a comprender que cuando somos especistas estamos actuando como los individuos que protagonizaron dichos experimento: estamos utilizando a otros individuos —a los otros animales— como simples medios para un fin; ignorando el daño y el sufrimiento que les infligimos intencionadamente. Actuamos así motivados por la inercia de obedecer la autoridad, como la autoridad de sus padres que nos educaron para comportarnos de cierta forma o la autoridad de la sociedad y las costumbres que fomentan unas conductas determinadas.
Así es cómo funcionan los prejuicios grupales a nivel psicológico. Permiten eliminar o anular la empatía para así poder discriminar y agredir a otras personas sin remordimiento. El especismo no funciona de manera esencialmente diferente del resto de prejuicios morales. Según explica la psicóloga Jennifer Delgado:
«Solemos creer que sólo las personas 'enfermas' o con determinados rasgos de personalidad pueden ser capaces de exhibir este tipo de comportamientos; sin embargo, muchas personas que podrían ser calificadas como empáticas también pueden —en ciertos contextos— comportarse de esta forma.»
Cuando tenemos interiorizado el antropocentrismo, entonces no nos importa que los demás animales sientan, que sufran, que deseen vivir —nada de esto nos importa. Ellos no son de nuestra especie y con esto ya consideramos justificado utilizarlos y perjudicarlos en nuestro favor. No son humanos, por tanto, está bien hacerles lo que jamás querríamos que nadie nos hiciera a nosotros mismos o a otros humanos. Podemos explotar a los otros animales sin remordimiento; ignorando todo el daño y el sufrimiento que les causamos. El prejuicio del especismo nos permite anular nuestra empatía con la excusa de que ellos no son humanos.
Toda forma de opresión que ejercemos sobre los demás animales, como es utilizarlos de comida o de sujetos forzados en experimentos, también fueron cometidas sobre otros humanos. Lo único que cambia es la especie de las víctimas que son explotadas. Pero todas las víctimas son iguales en tanto que son seres conscientes —seres que sienten, sufren y tienen voluntad e intereses propios.
Es cierto que cambiar una creencia arraigada en nuestra mente no es tan sencillo como cambiarse de camisa. Esto es algo que necesita tiempo y dedicación. Un prejuicio es una creencia que ha sido asumida sin razonamiento y, por tanto, es más difícil de erradicar que una creencia razonada. Pero en ningún caso es imposible. De la misma forma que el racismo y el sexismo se han ido eliminando progresivamente, lo mismo ocurrirá con el especismo, si trabajamos por ello. La tarea más importante que podemos emprender es la educación.
La bondad o el sentido moral no son facultades que se puedan aprender ni enseñar; son inherentes a cada individuo. Sin embargo, todo el conocimiento que necesitamos para desarrollar nuestra capacidad ética sí que tenemos que aprenderlo y difundirlo. Es precisamente esa falta de conocimiento la que nos lleva a no advertir nuestro especismo y a causar todo el daño injusto que infligimos a los demás animales. No porque seamos malos ni crueles, sino porque no somos conscientes de lo que estamos haciendo. La educación, y sólo la educación, puede remediar este problema.
La bondad o el sentido moral no son facultades que se puedan aprender ni enseñar; son inherentes a cada individuo. Sin embargo, todo el conocimiento que necesitamos para desarrollar nuestra capacidad ética sí que tenemos que aprenderlo y difundirlo. Es precisamente esa falta de conocimiento la que nos lleva a no advertir nuestro especismo y a causar todo el daño injusto que infligimos a los demás animales. No porque seamos malos ni crueles, sino porque no somos conscientes de lo que estamos haciendo. La educación, y sólo la educación, puede remediar este problema.