Se supone que rechazamos la idea de que el fuerte, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a someter o destruir al débil. Pero esto sólo lo rechazamos cuando se trata de seres humanos. Cuando se trata de nuestra relación con los otros animales entonces lo que hacemos es precisamente abrazar e intentar justificar esa idea —la creencia de que los poderosos tienen derecho a oprimir a quienes son más débiles y aprovecharse de ellos para obtener un beneficio. De este modo creemos que nosotros, los humanos, somos superiores, más inteligentes y poderosos que los demás animales y que, por tanto, tenemos una supuesta legitimidad para someterlos y explotarlos en nuestro beneficio. Se trata de la creencia en la superioridad humana.
No obstante, sabemos que los demás animales son seres conscientes —son seres que tienen una mente con sensaciones, intenciones e intereses propios— y sin embargo tradicionalmente los hemos tratado como si fueran objetos y los usamos como meros recursos; lo hacemos porque podemos hacerlo y porque nos beneficia. Pero, ¿en qué se diferencia este comportamiento nuestro del hecho de esclavizar a otros humanos?
Si podemos ver que el racismo y el sexismo a nivel ideológico postulan la opresión de un colectivo sobre otro, alegando una diferencia de raza o de sexo, también podremos advertir que esa misma mentalidad o forma de pensar es la que preside nuestra predominante relación con los otros animales. Alegando una diferencia de especie nos consideramos legitimados en discriminar y oprimir a los demás animales por no ser humanos. De este modo, los convertimos en nuestras propiedades y los utilizamos de comida y de mascotas y otros fines. Nos aprovechamos de nuestra inteligencia y nuestro poder para hacerles cosas que nunca querríamos que alguien nos hiciera a nosotros mismos, y pensamos que está bien actuar así simplemente porque ellos no son humanos.
En este contexto, el antropocentrismo consiste en considerar a los otros animales como medios para los fines humanos. Los animales son considerados comida, vestimenta, entretenimiento, transporte,… No son considerados como individuos que tienen intereses que debemos respetar sino como instrumentos para satisfacer los deseos humanos.
De este modo nuestra actual relación con los demás animales está basada en la ley del más fuerte: aplicamos nuestro poder sobre aquellos que son más débiles e indefensos que nosotros para así obtener un beneficio de ello. Eso es todo. Así basamos nuestra actual relación con los demás animales: en el poder.
No importa qué ideología tenga cada uno individualmente. Cuando aparece la cuestión de los animales, casi todo el mundo de repente asume postulados que parecen más propios del fascismo; esto es, si tenemos el poder de hacerles algo a los demás para beneficiarnos a nosotros entonces estamos legitimados en hacerlo sin importar el perjuicio o daño que les inflijamos.
A menudo decimos que otros animales no tienen derechos porque supuestamente ellos no tienen capacidad de defenderse y reivindicar sus derechos, pero ¿eso quiere significar que los seres humanos que son explotados y asesinados y no tuvieran medios para defenderse tampoco tenían derecho a la vida y la libertad? ¿Los niños que padecen abusos no tienen derechos dado que no tienen capacidad para defender sus intereses? De este modo estamos alegando que sólo porque tenemos el poder de utilizar y matar a alguien entonces ese alguien no tiene derechos porque no puede defenderse; tenemos el poder de imponerle nuestros deseos, forzando su voluntad y vulnerando sus intereses.
Lo cierto es que aunque si bien podemos de hecho explotar a los animales en cambio lo que no podemos es justificar moralmente la explotación animal. Ningún argumento basado en la razón demuestra que la explotación de los animales se pueda ajustar a los principios éticos básicos. En realidad, el razonamiento nos muestra justo lo contrario. Los principios fundamentales de la ética ponen en evidencia que la explotación animal es contraria a las nociones más básicas de la moral, como denuncia el profesor Gary Francione:
«Señalar que podemos explotar a los otros animales porque somos “superiores” no es más que decir que tenemos más poder que ellos. Y nada más. Y exceptuando a los partidos fascistas, la mayoría de nosotros rechazamos la visión de que el poder establece lo que es correcto. Así que por qué, díganme, está ese principio tan ciegamente aceptado cuando se trata de nuestro relación con los animales.» [Gary Francione, La superioridad humana, 1996]
Al utilizar a los demás animales los tratamos como si ellos sólo tuvieran un valor extrínseco o instrumental, e ignoramos que poseen un valor inherente —ellos valoran su propia supervivencia y bienestar.
Al utilizar a los demás animales estamos supeditando sus intereses a los nuestros, cuando no directamente ignorándolos del todo. Ambas hechos violan el principio de igual consideración.
Al utilizar a los demás animales lo hacemos sin tener en cuenta su consentimiento —como si ellos no fueran individuos que tuvieran voluntad propia sino que fueran meros objetos— y de manera sistemática violamos sus intereses más básicos: su deseo de vivir, su deseo de no sufrir daño, su deseo de disfrutar de su vida y vivir en libertad sin estar sometidos a la voluntad de otros.
Nuestra mentalidad especista permite que hayamos cosificado a seres que sienten hasta el punto de verlos como medios o herramientas que existen para satisfacer nuestros fines. Los hemos convertido en nuestra comida, en nuestra ropa, en nuestro entretenimiento. Los consideramos como nuestra propiedad. Del mismo modo que hicimos con otros seres humanos cuando los convertimos en nuestra propiedades: en nuestros esclavos.
La supremacía de unos seres humanos sobre otros basada en la raza se intenta justificar del mismo modo alegando la superioridad en inteligencia. Lo mismo ocurre cuando se intenta justificar la dominación del hombre sobre la mujer. Y exactamente las mismas excusas se repiten al intentar justificar la explotación del ser humano sobre los demás animales.
Si realmente tenemos un sentido de la justicia no podemos seguir eludiendo ni excusando este grave problema. No debemos seguir ignorando nuestro especismo. Discriminamos moralmente entre individuos según la especie en la que estén catalogados al igual que lo hicimos según la raza o el sexo.
Si somos capaces de empatía no podremos seguir ignorando la injusticia y los padecimientos que infligimos a millones de animales inocentes. Su aspecto físico puede ser muy diferente al nuestro, así como su forma de expresarse y de relacionarse con el mundo. Pero sabemos que ellos sienten. Sienten placer y sienten dolor. Sienten alegría y sienten tristeza. Les importa lo que les ocurre. Desean su propia conservación y bienestar. Los animales no son cosas; son seres conscientes. El hecho probado de que los otros animales sean sujetos, y no objetos, fundamenta el principio de que debemos considerarlos como personas —personas no humanas.
¿Vamos a continuar ignorando lo que les estamos haciendo a los animales que explotamos rutinariamente en los mataderos y otros lugares de explotación animal?
¿Vamos a seguir reivindicando justicia para nosotros mientras al mismo tiempo que utilizamos a otros individuos de comida —o nos vestimos con trozos de sus cuerpos muertos o nos entretenemos a costa de su libertad— sólo porque no son humanos?
¿Vamos a seguir reivindicando justicia para nosotros mientras al mismo tiempo que utilizamos a otros individuos de comida —o nos vestimos con trozos de sus cuerpos muertos o nos entretenemos a costa de su libertad— sólo porque no son humanos?
La decisión que tomemos marcará la diferencia entre la vida y la muerte, entre la libertad y la esclavitud, para millones de inocentes. Ojalá tomemos la decisión correcta.