25 de diciembre de 2018

La indulgencia animalista




He perdido la cuenta de las veces que otras personas han alegado "hacer mucho por los animales" para intentar excusar su apoyo a la explotación de los animales. Eso que dicen hacer se refiere principalmente a dar dinero; ya sea dinero donado a asociaciones animalistas o pagado por productos de origen animal que lleven un sello de "bienestar animal". Al parecer, así llegan a la conclusión de que no hay problema en explotar a los animales porque los explotan de una forma que consideran "humanitaria".

El sistema de las donaciones funciona del mismo modo que las bulas y las indulgencias de la iglesia católica. La gente paga un dinero a una asociación animalista para así aliviar su conciencia respecto del mal que está cometiendo; de este modo pueden seguir participando en la explotación animal con menos remordimientos —se trata de una artimaña mental descrita por el psicólogo Albert Bandura.

A través del dinero, uno se convence de que está "ayudando" a los animales, y que ya no tiene que responsabilizarse de sus acciones ni cambiar de ideas y costumbres. Esta actitud está fomentada desde el propio animalismo, tal y como advierte el profesor Gary Francione cuando señala que «todo el movimiento de la explotación feliz es acerca de comprar indulgencia para la participación en un comportamiento moralmente injustificable.» Las corporaciones animalistas están animando a que la gente consuma productos de la explotación animal avalados con su propio sello de "bienestar animal". 

Según continúa explicando Francione, los grupos corporativos animalistas se están financiando en gran parte con la venta de indulgencias; otorgando perdones a cambio de dinero. Así se sostiene el negocio de las etiquetas de productos animales obtenidos "sin crueldad". De esta manera asumimos la creencia que no tenemos que corregir nada en nuestra forma de vida; sólo tenemos que realizar donaciones a los grupos animalistas, y comprar productos con la etiqueta de “bienestar animal”, y mágicamente se resuelve el problema moral en nuestra relación con los demás animales; podemos seguir explotando a estos animales porque supuestamente se ha reducido nuestra crueldad y el sufrimiento que les infligimos:

«Desafortunadamente, las organizaciones animalistas se han convertido en modernas vendedoras de indulgencias, similares a la Iglesia Católica medieval. Algunas personas, quizás la mayoría de la gente, tienen cierto grado de preocupación por el asunto de la explotación animal. Muchas tienen una culpa insistente acerca de continuar consumiendo productos animales. Muchas adoran a sus compañeros no humanos y los tratan como miembros de su familia, pero clavan el tenedor en otros animales y, en algún nivel, reconocen la incoherencia moral. Pero no es necesario preocuparse. Haga una donación y estos grupos harán lo mejor que se pueda hacer. Ellos “minimizarán” el sufrimiento animal; ellos “abolirán” los peores abusos.»

Yo me pregunto si la misma forma de pensamiento se puede aplicar a los humanos. ¿Nos parece correcto explotar a otros humanos si periódicamente donamos dinero a organizaciones humanitarias y compramos productos que lleven un sello de «comercio justo»? Esa conducta está asumiendo que es lícito explotar a seres humanos si pagamos un precio monetario por ello, que es exactamente lo que sucede con la explotación de los animales avalada por sellos de "bienestar animal" y los grupos animalistas que promueven la explotación animal "feliz". ¿Hay alguna cantidad monetaria que pueda lograr que conductas como la esclavitud, el canibalismo o la violación sean moralmente aceptables? Si no es así, ¿por qué creemos que sí la habría cuando se trata de infligir el mismo daño sobre los animales?

Lejos de librar a los animales de la violencia, esta dinámica de la indulgencia tiene el efecto de reforzar la creencia de que los animales son medios para fines humanos y que las vidas de los animales sólo poseen un valor instrumental en función de los intereses humanos. Aquí está el centro de la cuestión: si creemos que los animales no poseen un valor moral inherente —y sólo tienen un valor extrínseco o económico— entonces deduciremos que no hay daño que impongamos a los animales que no pueda ser justificado según el beneficio que obtengamos de ello o según el coste monetario que estemos dispuestos a asumir.

¿Acaso es compatible la consideración moral de los seres humanos con el hecho de utilizarlos de comida y meros recursos? Entonces, ¿cómo va a ser compatible la consideración moral de los animales con el hecho de utilizarlos de comida y meros recursos? Si entendemos la ética como la consideración de los intereses de los individuos entonces comer animales es una práctica moralmente equivalente al canibalismo, porque tanto humanos como animales son individuos que poseen un interés genuino en conservar su vida y evitar el daño.

La práctica de explotar animales no se trata simplemente de un error moral. Si cometemos algo malo a sabiendas de que está mal y cometemos este mal deliberadamente ¿no coincide acaso este comportamiento con la definición de maldad? La única opción moralmente  aceptable es pues dejar de cometer el mal. Todo lo demás es ser indulgentes con la maldad; que es lo que está promoviendo las organizaciones bienestaristas. En palabras del profesor Francione:

«Entiendo que, así cómo comprar una indulgencia de la Iglesia no los mantendrá fuera del infierno en caso de que el infierno exista, comprar unas cuotas de compasión a una organización, representadas en huevos de gallinas “libres de jaula”, no mantendrá a los animales fuera del infierno que ciertamente existe para la mayoría de ellos y en el que sufren y mueren cada día. Necesitamos cambiar el modo en el que los humanos pensamos acerca de los no-humanos; necesitamos cambiar el modo en que los humanos pensamos acerca de la violencia. Ya se trate de violencia para alcanzar la paz, o de sexismo para alcanzar la igualdad de género, o de torturas de animales más “humanitarias” para alcanzar una mayor concienciación sobre ellos, necesitamos desafiar la propia noción de que la violencia puede ser usada como un medio para un fin loable.»

Los grupos bienestaristas promueven la idea de que no tenemos que asumir el veganismo; sólo debemos comprar productos con un sello de "bienestar animal" y donarles dinero a las organizaciones corporativas para que ellas "ayuden" a los animales. Los bienestaristas no van a pedir que la gente deje de explotar animales porque dejar de explotar a los animales significaría el final de su negocio que consiste en pedir dinero continuamente con la excusa de acabar con las "crueldades" y "maltratos" que son intrínsecos al propio sistema de explotación animal.

El propósito del movimiento bienestarista no es otro que el de intentar sofocar nuestro sentido moral que nos alerta de que está mal esclavizar a los animales, así como nos indica que está mal esclavizar a seres humanos. Regular la explotación animal con sellos de "bienestar animal" sólo es una estrategia para normalizar y perpetuar la violencia institucionalizada que representa la industria de explotación animalSi nos importan los demás animales, y no nos limitamos a decir que nos importan, entonces no deberíamos participar en su explotación.

La violencia sobre los demás animales se manifiesta en diversas formas y modos, pero todas tienen una misma causa: la creencia de que los animales son seres inferiores que existen para servir a los deseos humanos. Esta creencia está motivada por el prejuicio del 
especismo. Pero la diferencia de especie no es moralmente más relevante que la diferencia de raza o de sexo. Si los seres conscientes poseen un valor moral inherente entonces estamos obligados a considerarlos como fines en sí mismos y nunca como simples medios para satisfacer nuestros fines.

4 de diciembre de 2018

Henry Salt y la lógica del vegetarianismo


Recientemente la editorial Amaniel ha publicado la traducción al español de un clásico de la literatura animalista en inglés escrito por Henry Stephens Salt en el año 1899 y titulado «La lógica del vegetarianismo». Salt es un autor muy conocido para cualquiera interesado en la filosofía del animalismo, y cuyas ideas ya comenté en una entrada anterior del blog.

Esta obra de Salt tiene una indudable importancia histórica y filosófica, y sólo por eso ya  merece ser leída. Opino que el mérito de Salt reside principalmente en el hecho de probar que el rechazo al consumo de animales puede ser una posición defendida racionalmente con argumentos elaborados; prescindiendo de tener que apelar a la compasión o la preferencia subjetiva.

Este libro que aquí reseño pretende precisamente replicar a todas las objeciones contra el vegetarianismo que intentan defender el consumo de animales. Algunos de los argumentos esgrimidos por Salt para responder a determinadas objeciones siguen teniendo validez lógica y pueden ayudarnos a mejorar nuestro razonamiento. Por ejemplo, Salt replica acertadamente contra la idea de que comer animales es una práctica aceptable porque es natural: si lo natural fuera un criterio moral entonces deberíamos aceptar prácticas como el canibalismo. Asimismo, la idea de que matar animales para usarlos de comida es aceptable porque ya matamos animales para defendernos, o por accidente, no resulta más válida que la idea de que es aceptable matar humanos para usarlos de comida porque en ocasiones matamos humanos para defendernos de ellos o por accidente. Otras falacias similares son inteligentemente rebatidas por Salt a lo largo del libro.

Así pues, lo más valioso de la aportación de Salt es, a mi modo de ver, que nos estimula a pensar, reflexionar y razonar. No tenemos que estar de acuerdo con todas las tesis o las conclusiones que expone el autor. Yo, desde luego, no lo estoy, ya que pienso que el vegetarianismo es un error y que Salt yerra en algunos puntos, como en el de defender una reforma 'humanitaria' de la explotación animal.

Las reformas y regulaciones sobre la esclavitud de los animales no ayudan a eliminar la violencia contra ellos sino que su efecto real es mejorar la eficiencia de la explotación animal consiguiendo de ese modo que esta actividad sea económicamente más rentable para los explotadores; además de aliviar la conciencia de los consumidores, que piensan que la crueldad ha sido eliminada o reducida.

Tal vez puede ser comprensible hasta cierto punto que Salt creyera en su momento histórico, con la limitada información de que disponía, que esas reformas pudieran tener algún efecto positivo para los intereses de los animales; pero que hoy en día —con toda la información disponible que tenemos sobre el fraude que es el 'bienestar animal'— siga habiendo activistas que lo apoyen no me parece que tenga excusa ni disculpa. La obra de Salt merece sin duda ser conocida y estudiada; lo cual no conlleva concordar en general con todas sus ideas o propuestas.

Por otra parte, la tesis implícita en la obra de Salt de que necesariamente la gente tiene que pasar por el vegetarianismo antes de llegar al veganismo —que necesariamente la gente tiene que comenzar por dejar de consumir carne animal antes que rechazar el resto de usos de animales— resulta análoga a creer que necesariamente tenemos que pasar por el sufragio censitario para llegar al sufragio universal. En los comienzos del parlamentarismo sólo podían votar los que pagaban impuestos, los que tenían propiedades, y el voto estaba negado a las mujeres. Si en nuestro país no hubiera democracia no sería necesario que pasemos obligatoriamente por esas fases sesgadas para llegar al sufragio universal. Podemos ir directamente al sufragio universal. Del mismo modo, podemos ir directamente al veganismo y no tenemos que pasar por alguna supuesta fase previa de manera obligatoria. Podemos admirar la democracia de la Antigua Grecia, por su valor histórico y político, pero no tenemos que imitarla para aplicar la democracia en nuestro tiempo. No tenemos que imitar sus defectos, como el hecho de que sólo pudieran participar en ella los varones. Por la misma razón, no tenemos que asumir ni defender el vegetarianismo para lograr la consideración moral hacia los animales.

Considero que la lógica moral exige que rechacemos el vegetarianismo y que comprendamos que, para comportarnos éticamente, la consideración moral de los intereses de los animales implica que asumamos el veganismo como principio de nuestra conducta.