En esta ocasión me gustaría tratar acerca de una teoría llamada utilitarismo, la cual ha tenido una presencia determinante en el denominado movimiento animalista: aquel que busca el reconocimiento de los intereses de los animales no humanos y su reconocimiento como sujetos dentro de la comunidad moral y legal.
Pienso que merece tanta atención como la cuestión del especismo. Puesto que el modo de pensar utilitarista va en contra de las nociones morales básicas de la racionalidad. No solamente podremos apreciar que es un fraude a nivel teórico sino que a nivel práctico ha resultado ser también un fracaso. Tal y como espero mostrar en próximas notas.
El primer pensador contempóraneo que incluyó a los animales dentro del ámbito de consideración moral fue precisamente Jeremy Bentham, el padre filosófico del utilitarismo. Esto ha marcado decisivamente el peso de la teoría utilitarista dentro de la cuestión moral de los animales. Y no es casualidad que un pensador utilitarista seguidor de Bentham, Peter Singer, haya sido el más influyente en esa cuestión durante los últimos cuarenta años, desde la publicación en 1975 de su libro »Liberación Animal«.
Veamos lo que nos dicen algunos expertos acerca del utilitarismo.
Según Gary Francione, en »Introducción a los Derechos Animales«, el utilitarismo es una teoría "que sostiene que lo que está moralmente bien o mal en una situación particular lo determinan las consecuencias de las acciones y que hay que elegir la acción que logre los mejores resultados para el mayor número de aquellos a los que afecte."
Según Nigel Warburton, en »Filosofía Básica«, el utilitarismo es una teoría ética que parte del supuesto que de que el fin último de toda actividad humana es ,en un sentido u otro, la felicidad, doctrina que se conoce con el hombre de hedonismo:
Es decir, el partidario del utilitarismo considera que está bien todo aquello que fomenta la felicidad para el mayor número. A esto se le ha denominado Principio de Felicidad Máxima o Principio de Utilidad. Para el utilitarista, la bondad de un acto en una circunstancia determinada se puede calibrar examinando las consecuencias más probables de sus posibles desarrollos. Aquello que sea más capaz de aportar la felicidad máxima (o en su defecto de compensar el dolor con el placer) será un acto correcto en esas circunstancias.
En su obra »Introducción a los Principios de Moral y Legislación« [1789] Bentham escribió la famosa frase: »La pregunta no es, ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino, ¿pueden sufrir?« refiriéndose a los animales no humanos. Es decir que lo único que importa es el sufrimiento. No la capacidad de sentir ni los intereses de los animales. Bentham pretende legitimar que los seres humanos esclavicen a los animales siempre que se tenga en cuenta que debemos evitar o reducir el sufrimiento que se les pueda causar. Aunque en muchas casos ni siquiera objeta el sufrimiento en sí, sino solamente la tortura y por eso afirma que: »Debe estar permitido matar a los animales pero no atormentarlos«.
No es difícil entender por qué el utilitarismo ha tenido tanto éxito ya que es un sistema relativamente fácil de aplicar y que no requiere criterios rigurosos.
Por ejemplo, para determinar si una acción es moral uno debe simplemente calcular las consecuencias buenas y malas que resultarán de una acción concreta. Si aparentemente lo bueno supera a lo malo, entonces la acción es correcta.
No necesita apelar a reglas morales objetivas. Se basa simplemente en utilizar un cálculo subjetivo en vistas la obtención de mayor placer o de reducir el sufrimiento.
La mayoría de nosotros usamos una cierta forma de utilitarismo en nuestras decisiones cotidianas. Tomamos muchas decisiones no morales cada día basadas en las consecuencias. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado para pagar en la caja buscamos la fila más corta para poder salir por la puerta más rápidamente. Tomamos la mayoría de nuestras decisiones financieras según un cálculo utilitario de costos y beneficios. Por lo que tomar decisiones morales usando el utilitarismo resulta una extensión natural de algunos de nuestros procedimientos de toma de decisión diarios.
Por tanto, aunque se podría decir en cierto modo que todos somos utilitaristas teniendo en cuenta que a veces hacemos cálculos —en sentido figurado— para poder elegir entre diferentes opciones. Pero el error moral ocurre cuando creemos que esa forma de pensar es la que debe establecer lo que está bien o lo que está mal.
Todos somos en cierto sentido utilitaristas igual que, por desgracia, somos en algún grado violentos o egocéntricos. Es un defecto censurable y evitable, pero en ningún caso, una virtud.
Lo cierto es que el utilitarismo presenta muchos y graves problemas. Expondré brevemente algunos de ellos:
Primero; el utilitarismo justifica una forma de pensar consecuencialista que defiende que el fin justifica los medios. Cualquier fin que se considere válido puede justificar los medios para alcanzarlo. De este modo, podríamos justificar la purificación de la especie humana a través de la eugenesia forzada. También podríamos justificar la matanza de millones de personas en aras de lograr alguna utopía. Así lo declara específicamente John Stuart Mill —el otro padre del utilitarismo junto con Bentham— en su obra clásica »El utilitarismo«:
Pienso que merece tanta atención como la cuestión del especismo. Puesto que el modo de pensar utilitarista va en contra de las nociones morales básicas de la racionalidad. No solamente podremos apreciar que es un fraude a nivel teórico sino que a nivel práctico ha resultado ser también un fracaso. Tal y como espero mostrar en próximas notas.
El primer pensador contempóraneo que incluyó a los animales dentro del ámbito de consideración moral fue precisamente Jeremy Bentham, el padre filosófico del utilitarismo. Esto ha marcado decisivamente el peso de la teoría utilitarista dentro de la cuestión moral de los animales. Y no es casualidad que un pensador utilitarista seguidor de Bentham, Peter Singer, haya sido el más influyente en esa cuestión durante los últimos cuarenta años, desde la publicación en 1975 de su libro »Liberación Animal«.
Veamos lo que nos dicen algunos expertos acerca del utilitarismo.
Según Gary Francione, en »Introducción a los Derechos Animales«, el utilitarismo es una teoría "que sostiene que lo que está moralmente bien o mal en una situación particular lo determinan las consecuencias de las acciones y que hay que elegir la acción que logre los mejores resultados para el mayor número de aquellos a los que afecte."
Según Nigel Warburton, en »Filosofía Básica«, el utilitarismo es una teoría ética que parte del supuesto que de que el fin último de toda actividad humana es ,en un sentido u otro, la felicidad, doctrina que se conoce con el hombre de hedonismo:
Es decir, el partidario del utilitarismo considera que está bien todo aquello que fomenta la felicidad para el mayor número. A esto se le ha denominado Principio de Felicidad Máxima o Principio de Utilidad. Para el utilitarista, la bondad de un acto en una circunstancia determinada se puede calibrar examinando las consecuencias más probables de sus posibles desarrollos. Aquello que sea más capaz de aportar la felicidad máxima (o en su defecto de compensar el dolor con el placer) será un acto correcto en esas circunstancias.
En su obra »Introducción a los Principios de Moral y Legislación« [1789] Bentham escribió la famosa frase: »La pregunta no es, ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino, ¿pueden sufrir?« refiriéndose a los animales no humanos. Es decir que lo único que importa es el sufrimiento. No la capacidad de sentir ni los intereses de los animales. Bentham pretende legitimar que los seres humanos esclavicen a los animales siempre que se tenga en cuenta que debemos evitar o reducir el sufrimiento que se les pueda causar. Aunque en muchas casos ni siquiera objeta el sufrimiento en sí, sino solamente la tortura y por eso afirma que: »Debe estar permitido matar a los animales pero no atormentarlos«.
No es difícil entender por qué el utilitarismo ha tenido tanto éxito ya que es un sistema relativamente fácil de aplicar y que no requiere criterios rigurosos.
Por ejemplo, para determinar si una acción es moral uno debe simplemente calcular las consecuencias buenas y malas que resultarán de una acción concreta. Si aparentemente lo bueno supera a lo malo, entonces la acción es correcta.
No necesita apelar a reglas morales objetivas. Se basa simplemente en utilizar un cálculo subjetivo en vistas la obtención de mayor placer o de reducir el sufrimiento.
La mayoría de nosotros usamos una cierta forma de utilitarismo en nuestras decisiones cotidianas. Tomamos muchas decisiones no morales cada día basadas en las consecuencias. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado para pagar en la caja buscamos la fila más corta para poder salir por la puerta más rápidamente. Tomamos la mayoría de nuestras decisiones financieras según un cálculo utilitario de costos y beneficios. Por lo que tomar decisiones morales usando el utilitarismo resulta una extensión natural de algunos de nuestros procedimientos de toma de decisión diarios.
Por tanto, aunque se podría decir en cierto modo que todos somos utilitaristas teniendo en cuenta que a veces hacemos cálculos —en sentido figurado— para poder elegir entre diferentes opciones. Pero el error moral ocurre cuando creemos que esa forma de pensar es la que debe establecer lo que está bien o lo que está mal.
Todos somos en cierto sentido utilitaristas igual que, por desgracia, somos en algún grado violentos o egocéntricos. Es un defecto censurable y evitable, pero en ningún caso, una virtud.
Lo cierto es que el utilitarismo presenta muchos y graves problemas. Expondré brevemente algunos de ellos:
Primero; el utilitarismo justifica una forma de pensar consecuencialista que defiende que el fin justifica los medios. Cualquier fin que se considere válido puede justificar los medios para alcanzarlo. De este modo, podríamos justificar la purificación de la especie humana a través de la eugenesia forzada. También podríamos justificar la matanza de millones de personas en aras de lograr alguna utopía. Así lo declara específicamente John Stuart Mill —el otro padre del utilitarismo junto con Bentham— en su obra clásica »El utilitarismo«:
«La doctrina utilitaria afirma que la felicidad es deseable y lo único deseable como fin en sí, siendo todo lo demás únicamente deseable como medio para este fin.»
Segundo; el utilitarismo no puede, ni quiere, proteger los derechos de las personas, ya que su meta está en conseguir el mayor bien para el mayor número de individuos. Con esa lógica podríamos justificar la esclavitud con el argumento de que resulta ser una buena consecuencia a quienes se benefician de ella. Si la mayoría se beneficia de la mano de obra esclava entonces no importa que la minoría esclavizada sufra las consecuencias negativas. Si sólo se tiene en cuenta moralmente el placer y el dolor entonces utilizar a otros individuos como medios para nuestros fines puede estar justificado, siempre que no se causara demasiado sufrimiento a esos individuos, y siempre que el equilibrio entre placer y sufrimiento estuviera supuestamente compensado.
Tercero; un problema grave de que adolece el utilitarismo está en la predicción de las consecuencias. Si nuestra moral está basada en los resultados, entonces necesitamos ser omniscientes para poder predecir de manera precisa las consecuencias de cualquiera de nuestras acciones. Pero, en el mejor de los casos, sólo podemos especular acerca de lo que ocurrirá en el futuro, y a menudo estas estimaciones suelen resultar erróneas.
¿Cómo puedo yo saber las consecuencias futuras de mis actos? Puedo suponerlas o preverlas, pero siempre de modo muy limitado. ¿Fue bueno o malo que Julio César cruzara el Rubicón? Es imposible, aun transcurridos más de dos mil años, saberlo. Es impracticable la ética de Mill: no podemos actuar en base a las consecuencias, por la sencilla razón que no podemos conocer esas consecuencias antes —y aun ni siquiera después— de realizar el acto. Ese acto debe tener un valor en sí mismo, una referencia objetiva propia. No se trata de olvidar y no tomar en cuenta las eventuales consecuencias de las acciones que uno realice, pero es claro que no es posible fundar nuestro comportamiento a partir de ese tipo de consideraciones únicamente.
Cuarto; otro problema importante con el utilitarismo es que las consecuencias mismas deben ser valoradas de manera subjetiva. Cuando aparecen los resultados de nuestros actos, tenemos que juzgar si son resultados buenos o malos. Pero el utilitarismo no aporta ningún criterio objetivo y consistente para juzgar esos resultados, porque los resultados son el mecanismo usado para juzgar la acción misma. Con lo que nos encontramos atrapados ante un círculo vicioso que se justifica a sí mismo constantemente con la excusa de estar buscando los mejores resultados posibles.
Quinto; establecer como fundamento moral la capacidad de sufrir y disfrutar es un error, porque el sufrir y el disfrutar se derivan de la capacidad de sentir. Pero la capacidad de sentir es mucho más que sufrir y disfrutar. Entiendo que la capacidad de sentir significa principalmente dos cosas: [1] la capacidad de experimentar percepciones subjetivas y [2] el poseer una serie de intereses fundamentales, como el interés en vivir, el interés en ser libre [en no ser utilizado por otros en contra de nuestra voluntad] y el interés en evitar el dolor injustificado. Considero que la característica moralmente relevante es la capacidad de sentir. Eso quiere decir que considerar moralmente a un ser sintiente significa, al menos, respetar sus intereses fundamentales y, por tanto, no transgredirlos salvo que hubiera un motivo justificado.
Por todo ello, teniendo en cuenta que el utilitarismo no puede demostrar racionalmente los ideales que defiende, no lo considero una ética sino más bien un pensamiento de tipo dogmático es decir, un sistema de creencias indemostrables a las que se les otorga un estatus superior a la realidad y que sirven como forma de vida.
El utilitarismo es una teoría dogmática. Parte de dogmas; no de razones o principios lógicos. Y además es una postura reaccionaria. Es la consecuencia de fusionar el hedonismo con el maquiavelismo — »el fin justifica los medios«.
La tradición moral ilustrada está inserta en el racionalismo y la defensa de los derechos individuales que culmina en la filosofía moral de Kant. Pero la teoría utilitarista comenzada por Bentham es meramente una reformulación moderna de una arcaica idea colectivista de que los individuos sólo valen en tanto que son útiles para conseguir un objetivo o fomentar el bienestar general. Eso no es Ilustración sino un pensamiento reaccionario.
Además de ser irracional, el utilitarismo es terriblemente peligroso y en la práctica resulta en una ideología totalitaria que se dedica a sacrificar las vidas de unos para beneficiar a las de otros pasando por encima del respeto básico que todos los individuos merecen por sí mismos.
Para el utilitarismo, los seres sintientes no son individuos con un valor intrínseco sino que son meros receptáculos de placer y dolor. El utilitarismo no reconoce a los individuos como personas sino como simples medios para ser utilizados con el objetivo de maximizar la felicidad y reducir el sufrimiento.
Por tanto, es el utilitarismo —y no el capitalismo— el mejor ejemplo de como la moral se convierte en un mero cálculo económico en el que los individuos son tratados como números y cantidades en lugar de ser considerados como personas.
El fin no justifica los medios. Tanto el fin como los medios deben estar justificados por un mismo criterio que establezca si en sí mismos son correctos o no. Una acción concreta no puede ser juzgada como buena simplemente porque puede conducir a una buena consecuencia. Los medios deben ser juzgados por la misma norma objetiva y consistente que los fines.
Me gustaría citar también a Tom Regan, quien habla del utilitarismo como uno de los enemigos de la ética de los Derechos Animales:
Tercero; un problema grave de que adolece el utilitarismo está en la predicción de las consecuencias. Si nuestra moral está basada en los resultados, entonces necesitamos ser omniscientes para poder predecir de manera precisa las consecuencias de cualquiera de nuestras acciones. Pero, en el mejor de los casos, sólo podemos especular acerca de lo que ocurrirá en el futuro, y a menudo estas estimaciones suelen resultar erróneas.
¿Cómo puedo yo saber las consecuencias futuras de mis actos? Puedo suponerlas o preverlas, pero siempre de modo muy limitado. ¿Fue bueno o malo que Julio César cruzara el Rubicón? Es imposible, aun transcurridos más de dos mil años, saberlo. Es impracticable la ética de Mill: no podemos actuar en base a las consecuencias, por la sencilla razón que no podemos conocer esas consecuencias antes —y aun ni siquiera después— de realizar el acto. Ese acto debe tener un valor en sí mismo, una referencia objetiva propia. No se trata de olvidar y no tomar en cuenta las eventuales consecuencias de las acciones que uno realice, pero es claro que no es posible fundar nuestro comportamiento a partir de ese tipo de consideraciones únicamente.
Cuarto; otro problema importante con el utilitarismo es que las consecuencias mismas deben ser valoradas de manera subjetiva. Cuando aparecen los resultados de nuestros actos, tenemos que juzgar si son resultados buenos o malos. Pero el utilitarismo no aporta ningún criterio objetivo y consistente para juzgar esos resultados, porque los resultados son el mecanismo usado para juzgar la acción misma. Con lo que nos encontramos atrapados ante un círculo vicioso que se justifica a sí mismo constantemente con la excusa de estar buscando los mejores resultados posibles.
Quinto; establecer como fundamento moral la capacidad de sufrir y disfrutar es un error, porque el sufrir y el disfrutar se derivan de la capacidad de sentir. Pero la capacidad de sentir es mucho más que sufrir y disfrutar. Entiendo que la capacidad de sentir significa principalmente dos cosas: [1] la capacidad de experimentar percepciones subjetivas y [2] el poseer una serie de intereses fundamentales, como el interés en vivir, el interés en ser libre [en no ser utilizado por otros en contra de nuestra voluntad] y el interés en evitar el dolor injustificado. Considero que la característica moralmente relevante es la capacidad de sentir. Eso quiere decir que considerar moralmente a un ser sintiente significa, al menos, respetar sus intereses fundamentales y, por tanto, no transgredirlos salvo que hubiera un motivo justificado.
Por todo ello, teniendo en cuenta que el utilitarismo no puede demostrar racionalmente los ideales que defiende, no lo considero una ética sino más bien un pensamiento de tipo dogmático es decir, un sistema de creencias indemostrables a las que se les otorga un estatus superior a la realidad y que sirven como forma de vida.
El utilitarismo es una teoría dogmática. Parte de dogmas; no de razones o principios lógicos. Y además es una postura reaccionaria. Es la consecuencia de fusionar el hedonismo con el maquiavelismo — »el fin justifica los medios«.
La tradición moral ilustrada está inserta en el racionalismo y la defensa de los derechos individuales que culmina en la filosofía moral de Kant. Pero la teoría utilitarista comenzada por Bentham es meramente una reformulación moderna de una arcaica idea colectivista de que los individuos sólo valen en tanto que son útiles para conseguir un objetivo o fomentar el bienestar general. Eso no es Ilustración sino un pensamiento reaccionario.
Además de ser irracional, el utilitarismo es terriblemente peligroso y en la práctica resulta en una ideología totalitaria que se dedica a sacrificar las vidas de unos para beneficiar a las de otros pasando por encima del respeto básico que todos los individuos merecen por sí mismos.
Para el utilitarismo, los seres sintientes no son individuos con un valor intrínseco sino que son meros receptáculos de placer y dolor. El utilitarismo no reconoce a los individuos como personas sino como simples medios para ser utilizados con el objetivo de maximizar la felicidad y reducir el sufrimiento.
Por tanto, es el utilitarismo —y no el capitalismo— el mejor ejemplo de como la moral se convierte en un mero cálculo económico en el que los individuos son tratados como números y cantidades en lugar de ser considerados como personas.
El fin no justifica los medios. Tanto el fin como los medios deben estar justificados por un mismo criterio que establezca si en sí mismos son correctos o no. Una acción concreta no puede ser juzgada como buena simplemente porque puede conducir a una buena consecuencia. Los medios deben ser juzgados por la misma norma objetiva y consistente que los fines.
Me gustaría citar también a Tom Regan, quien habla del utilitarismo como uno de los enemigos de la ética de los Derechos Animales:
«La última objeción se basa en que nadie tiene realmente derechos, ya sea humano u otro animal, sino que lo bueno y lo malo son cuestiones que se juzgan a partir de lo que produzca las mejores consecuencias, teniendo en cuenta los intereses de cada implicado y considerando de manera igual intereses iguales. Esa filosofía moral -utilitarismo-, que cuenta con una larga y venerable historia, y a muchos influyentes hombres y mujeres entre sus adeptos, es un fraude moral y ya no es una postura sostenible, si es que alguna vez lo fue.
¿Es verdaderamente serio tener en consideración el interés de un violador en violar a su víctima antes de declarar la violación como inmoral? ¿Debemos tener en cuenta lo que supone para un pederasta el frustrar sus intenciones antes de condenar moralmente sus actos?; Asombrosamente, un utilitarismo coherente exige que sí los tengamos en cuenta, y de ese modo es rechazado por nuestra exigencia de racionalidad.»
Por otra parte, alguien puede alegar que no es incompatible ser utilitarista con el hecho de querer que existan derechos reconocidos para los animales. Pero esto es absurdo puesto que la propia noción de derecho va en contra del utilitarismo.
No es posible ser utilitarista y al mismo tiempo considerar que la existencia de derechos reconocidos tiene consecuencias positivas de acuerdo al criterio de utilidad, porque los derechos no se establecen para cumplir el principio de utilidad sino por respeto al valor inherente de cada individuo singular frente a los beneficios que pudiera tener, para el bienestar general, el hecho utilizar o destruir a determinados individuos.
No es nada difícil encontrar una situación en la que instrumentalizar a individuos repercutiera en grandes beneficios para el resto de la sociedad, así que es imposible que ningún utilitarista defienda la noción de derechos sin refutar al mismo tiempo su propia ideología.
Un utilitarista a favor de los derechos estaría refutando en la práctica su propia ideología al poner de manifiesto que es inútil e inefectiva para proteger a los individuos.
Un utilitarista es, básicamente, alguien que pretende justificar cualquier cosa con la excusa de que eso sirve para reducir el sufrimiento o para aumentar la felicidad. El utilitarismo permite esto. No sólo considera que el fin justifica los medios sino que además puede aplazar indefinidamente las consecuencias a un hipotético futuro.
El utilitarista proclama: »Yo hago esto porque considero que reducirá el sufrimiento o aumentará la felicidad«. El mero hecho de que él lo crea así, independientemente de que sea cierto o no, le sirve como excusa para intentar justificar cualquier cosa que haga.
Si esto se considera 'ética' entonces el concepto de ética ni siquiera tendría sentido, puesto que en el fondo se reduce a hacer lo que nos apetece o nos agrada según nuestras preferencias personales. ¿Eso es ética? No se diferencia en nada de que cada uno actúe según le venga en gana sin atender a ningún criterio objetivo y racional.
En resumen:
Las bases de las que parte el utilitarismo —hedonismo y consecuencialismo— son intrínsecamente dogmáticas, arbitrarias y no se pueden justificar de acuerdo a la lógica
No es posible ser utilitarista y al mismo tiempo considerar que la existencia de derechos reconocidos tiene consecuencias positivas de acuerdo al criterio de utilidad, porque los derechos no se establecen para cumplir el principio de utilidad sino por respeto al valor inherente de cada individuo singular frente a los beneficios que pudiera tener, para el bienestar general, el hecho utilizar o destruir a determinados individuos.
No es nada difícil encontrar una situación en la que instrumentalizar a individuos repercutiera en grandes beneficios para el resto de la sociedad, así que es imposible que ningún utilitarista defienda la noción de derechos sin refutar al mismo tiempo su propia ideología.
Un utilitarista a favor de los derechos estaría refutando en la práctica su propia ideología al poner de manifiesto que es inútil e inefectiva para proteger a los individuos.
Un utilitarista es, básicamente, alguien que pretende justificar cualquier cosa con la excusa de que eso sirve para reducir el sufrimiento o para aumentar la felicidad. El utilitarismo permite esto. No sólo considera que el fin justifica los medios sino que además puede aplazar indefinidamente las consecuencias a un hipotético futuro.
El utilitarista proclama: »Yo hago esto porque considero que reducirá el sufrimiento o aumentará la felicidad«. El mero hecho de que él lo crea así, independientemente de que sea cierto o no, le sirve como excusa para intentar justificar cualquier cosa que haga.
Si esto se considera 'ética' entonces el concepto de ética ni siquiera tendría sentido, puesto que en el fondo se reduce a hacer lo que nos apetece o nos agrada según nuestras preferencias personales. ¿Eso es ética? No se diferencia en nada de que cada uno actúe según le venga en gana sin atender a ningún criterio objetivo y racional.
En resumen:
Las bases de las que parte el utilitarismo —hedonismo y consecuencialismo— son intrínsecamente dogmáticas, arbitrarias y no se pueden justificar de acuerdo a la lógica
El utilitarismo no respeta los principios éticos más básicos: la igualdad y el valor intrínseco. Tampoco reconoce el concepto de derechos morales
Aplicar el utilitarismo conlleva diversas violaciones sobre los derechos de las personas
Por todo esto, podemos concluir que el utilitarismo no es un planteamiento razonable respecto de los problemas morales. Más bien al contrario: plantea y provoca muchos otros problemas añadidos.