30 de octubre de 2019

Ana Carrasco y el peor de los males



Podemos encontrar una interesante entrevista a la filósofa Ana Carrasco en la que a cierto lector le llamarían particularmente la atención estas declaraciones:

«Es verdad que todos los seres humanos somos vulnerables. Nadie negará tal cosa. Y todos experimentamos y padecemos el mal. Tampoco nadie lo negará. Pero la mujer, y los colectivos menos favorecidos, experimentan ese impacto de forma más expuesta y, lamentablemente, más inerme. No quiere decir esto que el mal no sea experimentado por todo ser humano [sólo hay que pensar en las torturas militares en Irak, por poner un caso, en las que algunas militares son las victimarias y son los hombres las víctimas… y aquí sería también interesante analizar el porqué de este cambio de roles] sino que las formas más demenciales y crueles del mal, más perversas, con mayores ultrajes, con mayor ensañamiento, se han ejercido sobre la mujer, e incluso se han encarado con mayor indiferencia, se ha minimizado su importancia e incluso se ha cuestionado su gravedad.» [Entrevista para Filosofía&Co; 6 de marzo de 2019]

Es importante advertir que Carrasco cuando habla de víctimas sólo tiene en cuenta a los humanos. Si tenemos en cuenta que los otros animales son seres conscientes, entonces considerarlos como objetos o seres inferiores debe ser una creencia equivocada. Sin embargo, las otras víctimas que no son humanas no aparecen mencionadas en la reflexión de Carrasco. Los otros individuos que no están catalogados en la especie humana ni siquiera son considerados víctimas; es como si no existieran. Esto es una evidente manifestación del especismo.

El otro punto que podemos destacar es que si en efecto tenemos en cuenta a los animales entonces resulta discutible afirmar que las mujeres, u otros humanos, hayan sido víctimas de los peores abusos. Cualquiera que se haya tomado la molestia de investigar sobre la explotación animal habrá comprobado las horrendas y terribles formas de violencia que los humanos hemos infligido sobre los otros animales a lo largo de nuestra historia. Y que seguimos infligiendo.

Hay diferentes perspectivas sobre el problema de la violencia machista. Una de ellas plantea que podemos analizar el patriarcado no como un sistema organizado de los varones contra las mujeres sino como un sistema basado en los poderosos contra los débiles. En un sistema patriarcal, no sólo las mujeres son cosificadas y violentadas por el patriarcado sino que en otro sentido también lo son los varones, cambiando la forma en que son victimizados. El machismo no sería pues un defecto intrínseco de los varones sino de un error de mentalidad que puede afectar igualmente a todos. Muchas mujeres han apoyado entusiastamente el patriarcado.

Al igual que en una sociedad patriarcal se cosifica a las mujeres —y en cierto modo también a los varones—, en una sociedad basada en el antropocentrismo, los animales son cosificados y violentados para beneficio de los humanos. No se trata de una dicotomía de los humanos contra los animales sino que nos encontramos con una doctrina basada en la primacía de los poderosos sobre los débiles. Todas las opresiones siguen este mismo esquema.

De la misma manera que muchos varones rechazan el machismo y el patriarcado, cada vez más humanos rechazan el antropocentrismo y tratan de socavarlo en favor de una nueva relación moral igualitaria entre humanos y animales que elimine la la dominación humana. Así pues, no se trata de un problema intrínseco de los humanos sino que es un problema de mentalidad. Crecemos y somos educados en un ambiente social que condiciona nuestra forma de pensar y actuar. Se trata principalmente de una cuestión de educación.

Algunos creen que la humanidad no aprende de sus errores. Quizás haya algo de verdad en esa creencia. No parece que hayamos aprendido mucho de la experiencia del racismo o del sexismo. No hemos comprendido que hacemos a los demás animales aquello mismo que consideramos un crimen abyecto cuando las víctimas son humanas, y que lo intentamos justificar con las mismas falacias que utilizamos para intentar justificar los abusos sobre seres humanos.

Cuando Friedrich Nietzsche escribía que «quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo» [Aforismo 146, Mas allá del bien y del mal1886] podemos interpretar que aquellos que combaten determinadas ideas o sistemas podrían acabar incorporando o imitando inconscientemente aquello mismo que dicen combatir. Las posiciones que se enfrentan a determinada injusticia concreta no están exentas del riesgo de incurrir en el mismo error moral al que pretenden oponerse.

Aquella obsesión por lo peor es quizás el reflejo de nuestra mentalidad que no puede librarse de estar dominada por el concepto de jerarquía, ni siquiera cuando denuncia opresiones basadas precisamente en haber interiorizado la existencia de una jerarquía moral, tal y como denunciaba el profesor Bob Torres al señalar que movimientos políticos que defienden la igualdad entre humanos al mismo tiempo asumen la supremacía de los humanos sobre los animales:

«En el amplio espectro de la izquierda parecen dispuestos a aceptar lo que ellos consideran la jerarquía de las especies, mientras que a la vez trabajan por la desaparición de otras jerarquías —de clase, raza, género o incluso de nacionalidad». [Bob Torres, Por encima de su cadáver, 2007]

Todos los seres dotados de conciencia sensitiva valoran su propia supervivencia, bienestar y autonomía. Creer que unos somos 'superiores' a otros puede ser una creencia que nos sirva para obtener un beneficio a costa de dañar intencionadamente a otros, pero no es una creencia que refleje una realidad empírica ni una estructura lógica. El problema añadido sucede cuando sustituimos una jerarquía de opresores por una jerarquía de víctimas, pero ni siquiera cuestionamos la misma noción de jerarquía. Por eso tal vez sería más apropiado tener en cuenta la sugerencia del profesor Gary Francione cuando declara:

«El problema es de jerarquía. No es acertado promover una nueva jerarquía —los humanos y los grandes simios sobre los demás animales— en lugar de humanos sobre los demás animales. Deshagámonos de las jerarquías por completo.» [Entrevista para Vegan Voice, 2001]

Si una ética racional tiene que fundamentarse necesariamente en el principio de igualdad, en la consideración equitativa de aquellos elementos moralmente relevantes que de hecho son iguales, según argumentan diversos autores como James Rachels y Gary Francione, entre otros teóricos morales, entonces el propio concepto de jerarquía no puede tener cabida en la ética.

Resulta bastante discutible el presupuesto de que hay una jerarquía de males. No obstante, siguiendo todavía ese criterio podríamos decir que el peor de los males es, quizás, el que disfrazamos como un bien, porque entonces hacemos el mal convencidos de hacer el bien, pues estamos convencidos de que es imposible que nosotros podamos cometer semejante mal.

Carrasco, al igual que la gran mayoría de la gente, está convencida de hacer el bien cuando discrimina entre víctimas humanas y cuando ignora a las víctimas que no son humanas. Es difícil que eso cambie mientras siga creyendo que es imposible, e impensable siquiera, que esté cometiendo la misma clase de mal que está denunciando, como ella misma reflexionaba en otra entrevista:

«Cuando vemos un horror y pensamos que esa persona es un monstruo, un enfermo, un animal o un egoísta, estamos acudiendo a conceptos para etiquetar a una persona y, así, dejar de buscar razones porque para qué lo vamos a hacer si ya sabemos lo que es. Por eso quería explicar el mal, porque muchas veces no nos va a gustar la respuesta, porque al estudiarlo podemos reconocernos como perpetradores.» [Entrevista para La Marea, 14 diciembre 2021]

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