4 de septiembre de 2017

Michael Shermer y la cuestión del especismo



Siguiendo la línea de otros intelectuales dentro del ámbito de la ciencia, como el famoso y añorado Carl Sagan, nos encontramos también ahora con un testimonio del escritor y divulgador de la ciencia Michael Shermer, bien conocido dentro del ámbito escéptico, quien reflexiona en este ensayo acerca del problema moral en nuestra relación con los demás animales. Se trata de un escrito muy breve y conciso, pero tiene su valor sobre todo como incitador a la reflexión y fue publicado en la centenaria y prestigiosa revista Scientific American, leída por millones de profesionales y aficionados a la ciencia en todo el mundo. Su autor tuvo la cortesía de permitirme traducirlo para el público hispanohablante.

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Confesiones de un especista

¿Dónde encajan los mamíferos no humanos en nuestra jerarquía moral?


Michael Shermer


Enero 2014


El argumento esgrimido para defender la explotación de animales para comida, vestimenta y entretenimiento se fundamenta a menudo en nuestra superior inteligencia, lenguaje y autocociencia: los derechos de los seres superiores prevalecen sobre aquellos que son inferiores. Un contrargumento se encuenta en el documental "Speciesism: The Movie" ["Especismo: El Filme"], de Mark Devries, el cual pude ver en su estreno en septiembre de 2013. Los animalistas que llenaban la sala en Los Ángeles vitorearon al eticista Peter Singer de la universidad de Princenton. En el documental, Singer y Devries argumentan que algunos animales tienen una capacidad mental mayor que la de ciertos humanos, tales como los niños, la gente en coma y aquellos que padecen una grave discapacidad mental. Así, el argumento sobre nuestra superioridad se quiebra, según me explicaba Devries: "La presunción de que los intereses de los animales no humanos son menos importantes que los intereses de los humanos podría ser meramente un prejuicio —similar al prejuicio contra grupos de humanos como el racismo— al que denominamos especismo."

Supongo que soy especista. Pocas comidas me resultan más placenteras que un filete magro de carne. Me gusta el tacto del cuero. Y me río cuando escucho el chiste sobre el granjero que castraba a sus caballos con dos ladrillos: "¿Pero eso no duele? No si mantienes tus pulgares fuera de la trayectoria." También me molesta la analogía esgrimida por los activistas acerca de que los animales están padeciendo un "holocausto". El historiador Charles Patterson establece esta analogía en su libro «Eterna Treblinka», y Devries crea una referencia visual comparando la disposición de las granjas industriales con los barracones de prisioneros en Auschwitz. El punto flaco de la analogía está en la motivación de los perpetradores. Como autor de un libro sobre el Holocausto Denying History»] considero que hay un abismo moral entre los granjeros y los nazis. Incluso las granjas industriales, sostenidas por empresas que sólo buscan el beneficio, se encuentran lejos de Adolf Eichmann y Heinrich Himmler en la escala del mal. No hay letreros en las granjas industriales anunciando "Arbeit Macht Frei".

Sin embargo, no puedo reprender a quienes equiparan las granjas industriales con los campos de concentración. En el año 1978 mientras trabaja como estudiante de graduado en un laboratorio experimental sobre psicología animal en la universidad estatal de California, mi labor consistía en ocuparme de las ratas que habían sobrevivido a los experimentos. Se me instruyó para eutanasiarlas con cloroformo, pero no tuve fuerzas para hacerlo. Yo quería llevarlas a los montes colindantes y permitir que se fueran, pensando que morir de hambre o por depredación sería mejor que gasearlas. Pero liberar animales de laboratorio era ilegal. Así que las maté... con gas. Fue una de las cosas más espantosas que he hecho nunca.

El solor hecho de escribir estas palabras me entristece, pero no tanto como un vídeo publicado por Free From Harm. Descrito apropiadamente como "la más triste filmación de un matadero", el vídeo muestra a un toro esperando la muerte. Él escucha cómo sus compañeros delante de él están siendo matados, trata de retroceder, y mira alrededor buscando una salida. Se muestra atemorizado. Entonces un trabajador le descarga electricidad con una pica. El toro avanza lo suficiente para que el último panel que lo separa de la muerte caiga tras él. Intenta retroceder de nuevo para escapar de la trampa y entonces... !Crac!... es abatido al instante. Muerto. ¿Estoy proyectando mis emociones humanas sobre la mente de un toro? Quizás, pero cuando un inspector que investigaba de forma encubierta le preguntó a un trabajador del matadero sobre el hedor de los desechos, él le respondió: "Los animales tienen miedo. No quieren morir."

Los mamíferos son seres sintientes que desean vivir y tienen miedo de morir. La evolución nos capacitó con un instinto de sobrevivir, reproducirnos y desarrollarnos. Nuestra conexión genealógica, demostrada por la biología evolutiva, proporciona un fundamento científico a partir del cual expandir la esfera moral para incluir no sólo a los humanos —tal y como consiguieron las revoluciones de derechos en los últimos siglos— sino también a todos los seres sintientes no humanos.

Artículo original en inglés en la revista Scientific American: 
y también en el blog personal de Michael Shermer: 

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¿Mis observaciones al respecto? Bueno, por si a alguien le interesa, comentaré que los puntos positivos de la declaración de Shermer me parece que son obviamente el reconocimiento del especismo, así como el hecho de establecer de forma explícita que el requisito para ser incluido en la comunidad moral es la capacidad de sentir

Ahora bien, no sólo los mamíferos son seres sintientes, según se sugiere en el texto, sino que también lo serían, como así lo confirma la Declaración de Cambridge, las aves y otros animales como los pulpos, pero también contamos con fuertes evidencias que indican sintiencia en peces, reptiles, crustáceos e insectos.

En la parte negativa, debo aclarar que, como seguramente muchos se habrán preguntado, Shermer nunca se hizo vegano, hasta el momento. En lugar, decidió apoyar el reducetarianismo. «Algo es algo» dirán algunos —como si de un mantra se tratara— pero ese «algo» no sirve de nada para los animales que siguen siendo las víctimas de la explotación.

Aunque el reducetarianismo nunca hubiera existido, es probable que Shermer —al igual que muchas otras personas que tienen reticencia a hacerse veganas— ya hubiera reducido o limitado su consumo de animales por iniciativa propia. Por esto muchas personas eligen el vegetarianismo —porque el vegetarianismo resulta más cómodo que eliminar el consumo de animales. El movimiento reducetariano, como bien explica el profesor Gary Francione, sirve para acomodar y perpetuar el consumo de explotación animal con la excusa de que este consumo supuestamente se ha reducido o limitado. Lo mismo sucede con el vegetarianismo.

Pienso que si todos los animalistas tomaran la decisión de hacerse veganos, y asumir el veganismo como la base moral de su vida y su activismo, entonces muchas otras personas que comienzan a tomar conciencia sobre el especismo y la explotación animal se verían motivadas con más fuerza a decantarse hacia el veganismo, porque no recibirían mensajes contradictorios por parte de los propios grupos animalistas ni indulgencias que les motivan por el contrario a continuar con la misma mentalidad y hábitos que dañan injustamente a los animales.

Pero si  de momento ni siquiera aquellos que tanto proclaman amar a los animales y defender a los animales toman la decisión de hacer algo tan sencillo como dejar de explotar a los animales —dejar de usarlos de comida, de vestimenta. de entretenimiento— entonces quizás no debería sorprendernos la decisión de Shermer después de todo.

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