23 de octubre de 2013

Ciencia, cientifismo y filosofía


«Lo que nunca podrá hacer la ciencia en general es reemplazar las cuestiones normativas con las científicas.» ~ T. Buller

¿Qué es eso del cientifismo

El profesor Carlos Javier Alonso, en su artículo «Panorama histórico del cientificismo», lo define así: 

«El cientificismo constituye la  teoría en virtud de la cual los únicos conocimientos válidos son  los que se adquieren mediante las ciencias experimentales, y la investigación científica basta para satisfacer las necesidades de la inteligencia humana. El cientificismo conforma entonces una absolutización de la ciencia, al tiempo que una injustificada restricción del saber humano que lo reduce exclusivamente al conocimiento científico.»

Esta definición se refiere principalmente al cientificismo en su versión epistemológica.

Ahora bien, ¿todo conocimiento válido es ciencia y sólo el conocimiento científico es el único válido? Mi respuesta sería negativa. Y no me haría falta apelar al arte o a cualquier otra manifestación cultural humanística, como erróneamente se suele hacer, para esclarecer el asunto. Pongamos como ejemplo a la lógica: la lógica no es ciencia sino que, al contrario, la ciencia necesita basarse en la lógica. 


Del mismo modo, las matemáticas tampoco son ciencia, pero la investigación científica necesita de las matemáticas. Ni la lógica ni las matemáticas son ciencias, no utilizan el método científico ni se refieren a hechos empíricos, sino que tienen su propio ámbito y método de investigación. 

Ciencias, en sentido estricto, son la física, la química, la geología o la biología. Es decir, todo aquel conocimiento que haga referencia a entidades empíricamente comprobables y que se puedan cuantificar, calcular y medir.

Por otro lado, la filosofía existe de forma autónoma y previa a la ciencia. De hecho, la ciencia necesita fundamentarse en bases filosóficas. Así lo argumenta Mario Bunge, al exponer que la ciencia se basa presupuestos teóricos como el materialismo que no pueden ser explicados ni demostrados por el método científico.

Según explica el famoso filósofo de la ciencia, Thomas Kuhn, han habido distintos versiones de la ciencia a lo largo de la historia, y el paradigma que ha sostenido cada versión de la ciencia estaba basado en teorías filosóficas [atomismo, escolástica, racionalismo, empirismo]. Se podría decir razonablemente que la ciencia es realmente una rama o derivación de la filosofía, que se dedica al estudio de lo que denominamos naturaleza o mundo natural. O como afirma el pensador Daniel Dennet:

«En primer lugar hay que aclarar que no existe la ciencia libre de filosofía. Hay ciencia en la que no te tomas la molestia de examinar tus presupuestos filosóficos, y ciencia en la que sí lo haces, pero siempre hay presupuestos filosóficos.» [La peligrosa idea de Darwin; Daniel Dennet, 1995]

La ciencia existe fundamentada en prepuestos filosóficos como el naturalismo, el realismo y el materialismo. El error precisamente está en creer que la ciencia existe en un vacío o de manera independiente, cuando en realidad es consecuencia de una determinada forma de ver el mundo. Aunque el hecho de que haya diversas teorías filosóficas o visiones del mundo no significa que todas sean igualmente correctas desde el punto de vista de la lógica y los hechos empíricos.

El marco y la actuación que configura la actividad científica está condicionados por el sistema de valores, tal y como lo explica Yuval Noah Harari:

«La ciencia no puede existir por sí misma. Siempre necesita de la alianza de una ideología o de una religión. La ciencia no puede responder a cuestiones de valor: ¿qué es bueno o malo? ¿Qué es más importante? La ciencia solo puede decir cómo funciona algún aspecto de la realidad, pero no existe una forma científica de decidir qué es más importante cuando se produce un conflicto entre valores. Como siempre hay que tomar decisiones, la ciencia requiere de una ideología. Imaginémonos que disponemos de una cantidad limitada de dinero para investigar. Esta situación obliga a tomar una decisión sobre cómo invertiré el dinero, si quiero estudiar el cáncer, hacer investigación en arqueología o bien llegar a Marte. ¿Qué es más importante? Puedo invertir el dinero en un estudio para incrementar la producción de leche con ingeniería genética; o bien en otro estudio que se centre en el sufrimiento de las vacas cuando las separan de los terneros, con la finalidad de reducir este sufrimiento. La ciencia no puede elegir qué estudio es mejor, pero la ideología, sí. Desde el capitalismo se afirmará que hay que incrementar la producción de leche. Para los defensores de los Derechos Animales, en cambio, la elección será diferente. La agenda de la ciencia la dicta la ideología o la religión.» [Mètode 2015 - 84. ¿Qué es la ciencia? - Invierno 2014/15]

La postura cientifista defiende que la ciencia reduce y, finalmente, elimina el ámbito de actuación que pertenece a la filosofía. Pero no hay ninguna razón que justifique semejante idea. Lo que la ciencia propiamente estudia nunca ha sido objeto de estudio de lo que entendemos por filosofía. A no ser que nos refiramos, claro, a la «filosofía natural» que fue una rama de la propia filosofía antes de convertirse en lo que hoy entendemos por ciencia. Pero la ciencia no estudia los conceptos, ni los valores, ni las categorías.

Si uno se fija detenidamente podrá apreciar que el cientifismo necesita hacer una argumentación filosófica —no científica— para poder auto-justificarse. Necesita exponer argumentos filosóficos para intentar convencer de que sólo la ciencia, y nada más que la ciencia, es conocimiento realmente válido. Pero, claro, la explicación que aporta para ello no es científica, sino puramente filosófica. Luego el cientificismo se refuta a sí mismo, al utilizar una forma de conocimiento —la lógica— que no pertenece al método científico, ni se deduce del método científico, para explicarse a sí mismo. 

En su obra Breve Historia de la Filosofía, el académico Justus Hartnack, comentando el pensamiento de Hegel, expone de este modo la singularidad de la filosofía: 

«Lo que la filosofía es, y hace, se puede expresar en diferentes modos; pero un modo de hacerlo es decir que la filosofía trata de categorías. Y la naturaleza lógica y la existencia de las categorías, evidentemente no puede ser afirmada ni negada por la experiencia, pues la experiencia presupone las categorías, y de esto se sigue que las categorías en sí no pueden ser objeto de la experiencia. Sin embargo, la filosofía es aplicable a la experiencia por el hecho de que nada puede ser experimentando, concebido, pensado, entendido, ni descrito, sin la ayuda de las categorías. [...] La filosofía no trata del contenido de la realidad, sino de la estructura lógica de la realidad. Y la estructura lógica de la realidad se define en términos de los conceptos, categorías que condicionan todo pensamiento y comprensión de la realidad.»

De hecho, es razonable suponer que la ciencia más bien ha aumentado el ámbito de actuación de la filosofía, ya que el progreso científico y tecnológico ha motivado que surjan cuestiones y problemas que anteriormente no existían. No hay más que echar un vistazo a la física cuántica o la neurociencia, que son disciplinas científicas cargadas profusamente de especulación filosófica. Por no hablar de la bioética, surgida hace pocas décadas, que focaliza la reflexión moral en cuestiones como el aborto, la eutanasia, la clonación, y otros temas directamente relacionados con la medicina y la salud, a los que la ciencia no puede aportar ninguna respuesta sobre su moralidad. 

La ciencia puede explicar, entre otras muchas cosas, cómo se produce el proceso de clonación, y cómo llevarlo a cabo, pero debido a su propia idiosincrasia simplemente no puede decirnos si debemos o no debemos hacerlo, si está bien o mal en sí misma.

En su Diccionario Filosófico, André Comte-Sponville apuntaba esta reflexión acerca del cientificismo:

«El matemático Henri Poincaré dijo lo que había que decir contra esa peligrosa necedad: «Una ciencia siempre habla en indicativo, nunca en imperativo». En el mejor de los casos, [la ciencia] dice lo que es; la mayoría de las veces, lo que parece o puede ser; y en ocasiones, lo que será. Pero nunca lo que debe ser. Por eso no puede reemplazar a la moral, ni a la política.»

Es decir, el cientificismo en versión moral significa considerar que todo aquello que sea ciencia es aceptable sin tener en cuenta consideraciones éticas o, también, que una teoría científica puede funcionar como una teoría normativa moral.

La ciencia nada puede decirnos acerca de cuestiones morales

La ciencia no puede explicar si está bien o está mal el hecho de utilizar a individuos que no hayan dado su consentimiento para experimentar con ellos y provocarles daño, sufrimiento y muerte. La ciencia no puede proporcionar ningún criterio ni juicio normativo acerca de la moralidad de esos hechos. Es la ética —una parte de la filosofía— la que nos permite hacer evaluaciones morales a partir de principios, valores y criterios que distinguen entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal.

Del mismo que criticar el racismo no significa atacar a las razas —ya fuera el concepto o a quienes las componen—, o criticar el antropocentrismo no implica atacar a la humanidad, el hecho de criticar y refutar el cientificismo no tiene relación alguna con atacar a la ciencia, sino solamente con hacer ver que detrás de lo que el cientificista llama ciencia se esconde en realidad una particular visión del mundo que se pretende imponer como única y absoluta utilizando como excusa para ello a a la ciencia y distorsionando su significado.

Hablar de la evolución como si fuera una entidad, una persona, que tiene propósitos, planes e intenciones conscientes, demuestra hasta qué punto la mentalidad religiosa no nos ha abandonado, incluso dentro de un contexto racional-científico, sino que simplemente se sustituye a una pretendida divinidad por otra a la que dicen que debemos rendir pleitesía y obedecer sus deseos.

El filósofo Tzvetan Todorov denuncia que el cientifismo pretende utilizar las conclusiones de la ciencia como si fueran normas morales:

«Los valores resultan de la naturaleza de las cosas, son un efecto de las leyes naturales e históricas que gobiernan el mundo y, por lo tanto, corresponde de nuevo a la ciencia dárnoslos a conocer. El cientificismo consiste, efectivamente en fundar, sobre lo que creemos son los resultados de la ciencia, una ética y una política (…) la ciencia, o lo que se percibe como tal, deja de ser un simple conocimiento del mundo existente para convertirse en generadora de valores, al modo de una religión; puede por tanto orientar la acción política y moral. Conocer la verdad para que el orden de la sociedad se adapte a ella…» [Tzvetan Todorov, El jardín imperfecto. Luces y sombras del pensamiento humanista, 1999]

El argumento cientifista en el fondo no es más que otra enésima versión de la falacia naturalista. Se pretende justificar determinada ideología o status quo apelando a determinados hechos que podemos encontrar en la naturaleza.

El cientificismo, al igual que muchas doctrinas políticas totalitarias, consiste en eliminar cualquier tipo de reflexión filosófica acerca de los presupuestos que fundamentan la ciencia, convirtiéndose ésta en una especie de escolástica dogmática que ya no puede ser cuestionada y que impone sus criterios arbitrariamente. De nuevo, en palabras de Todorov:

«Hay que insistir en ello: el cientificismo no es la ciencia, es más bien una concepción del mundo que creció, como una excrecencia, en el cuerpo de la ciencia. Por esta razón, los regímenes totalitarios pueden adoptar el cientificismo sin favorecer, necesariamente, el desarrollo de la investigación científica. Y con razón: ésta exige someterse sólo a la búsqueda de la verdad, no al dogma.» [Tzvetan Todorov; Memorial del mal, tentación del bien, 2002]
Los reaccionarios siempre han tratado de usar la ciencia para intentar justificar la violencia y el odio contra otros. A esta postura se la ha denominado tradicionalmente darwinismo social. Pero no es ciencia, sino mera ideología. En el fondo es simplemente fascismo: la creencia de que los poderosos tienen derecho a pisotear a los débiles.

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