23 de marzo de 2014

La caza

Un programa de televisión satiriza el intento por parte de asociaciones de cazadores de adoctrinar a los niños para que vean la caza como algo atractivo y necesario. Pero ¿acaso no estamos haciendo exactamente lo mismo cuando los adoctrinamos para que crean que es atractivo y necesario  utilizar a los animales para servirnos de comida, vestimenta y otros fines que implican esclavizarlos y asesinarlos?
Podemos observar que muchos animalistas se ponen a discutir sobre si actividades como la caza, o la pesca, pueden realmente encajar dentro de la categoría de deporte. No obstante, es fácil comprobar que esta actividad entra dentro de la definición general aceptada de deporte. Lo mismo sucede con la hípica. Otra cosa distinta es que el hecho de utilizar y matar animales por deporte sea inmoral; que sea injusto y e intencionalmente dañino para los animales. Entrar a cuestionar su condición de deporte aporta una problemática innecesaria que distrae la atención del verdadero problema aquí; que no es la definición de deporte sino que es la ética en nuestra conducta.

Ahora bien, la caza no es un mero divertimento ni una actividad propia de psicópatas, o un simple negocio, como suelen apuntar los análisis más superficiales al respecto. La caza moderna es sobre todo un ritual cultural de dominación, mediante el cual se practica y celebra la opresión del ser humano sobre los demás animales. No se basa realmente en la necesidad o el beneficio, sino en la afirmación de la supremacía humana sobre las otras especies a las que considera su propiedad. La caza es pues un síntoma: es otra consecuencia más del especismo.

La causa originaria de esta violencia reside en considerar a los demás animales como meros recursos para nuestro beneficio, ya sea para cazar, para comer o vestir. En esto, los cazadores no se diferencian del resto de la gente que participa en la explotación animal. El único motivo real que tenemos para intentar justificar la utilización de otros animales para comida —o el vestirnos con trozos de sus cuerpos— es la inercia de la costumbre o el mero placer que obtenemos de ello.

Rechazamos la caza porque no fuimos educados para ver la caza como algo normal. No rechazamos comer animales porque fuimos educados para ver el consumo de animales como algo normal. Pero la injusticia es exactamente la misma.

Si podemos reconocer que es injusto aplicar la explotación sobre otros individuos [estos es: usar a alguien como un mero recurso; como un simple medio para conseguir un fin] entonces podemos darnos cuenta de por qué no es moralmente aceptable utilizar a otros animales para servirnos de comida. No podemos justificar moralmente la explotación animal más de lo que podríamos justificar la explotación humana.

La caza dejó de ser una necesidad real a partir del Neolítico. Su práctica se continúa principalmente, casi exclusivamente, por tradición y diversión. Como los animales están excluidos de la comunidad moral, y son considerados como objetos y meros recursos, entonces la caza ha continuado hasta nuestros días a pesar de que no existe ninguna razón que justifique infligir ese daño a los animales. Es otra actividad que se mantiene por costumbre, al igual que muchas otras que implican violencia sobre los animales. Sucede lo mismo también con la práctica de comer animales, que se mantiene principalmente motivada por la costumbre y el placer, a pesar de que no tenemos necesidad de comer animales para estar sanos.

Si tenemos en cuenta que no tenemos necesidad nutricional de consumir animales entonces no hay excusa para usar a otros animales como comida. Si lo hacemos no es por necesidad, sino por seguir una tradición en la que hemos crecido; o para obtener un placer; o por creer que los demás animales no merecen el mismo respeto que nosotros por el simple hecho de no ser humanos.

Los otros animales, al igual que nosotros, son seres conscientes que tienen un interés propio en vivir, en continuar existiendo, además de su interés en evitar el sufrimiento y disfrutar de un bienestar. Estos intereses son intrínsecos a su capacidad de sentir.

El problema no es sólo el consumo de carne, sino todo lo que procede de otros animales: huevos, lácteos, miel, cuero, lana,.... No hay diferencia. Todos proceden de animales que han sido explotados y finalmente destruidos. Tampoco hay diferencia en el hecho de que podemos vivir sin tener que recurrir a ningún producto de la explotación animal.

Cualquier tipo de explotación animal trata a los animales como objetos para la producción. Tanto en una granja industrial como en una granja tradicional —o en un criadero o en un coto de caza— los animales no humanos están allí para que nosotros obtengamos algún beneficio utilizando sus cuerpos; a costa de su vida y su libertad. Todos ellos son confinados en recintos y finalmente se les arrebata la vida cuando sus propietarios lo deciden. Tratamos a los animales como nuestras propiedades. Esto es  la esclavitud.

Los demás animales son considerados nuestros esclavos. Si la esclavitud es injusta cuando nuestras víctimas son otros seres humanos entonces, en virtud del principio moral de igualdad, también resultaría injusto cuando la infligimos sobre los otros animales.

Cualquier argumento que pretenda justificar la caza de animales, en el caso de ser válido, serviría igualmente para justificar la caza de seres humanos. Si podemos comprender que cazar está moralmente mal entonces también podemos comprender que, por la misma razón, está mal consumir productos de la explotación animal.


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