26 de junio de 2011

¿Cuánto de vegano es ser vegano?




En este artículo quisiera exponer mi postura acerca de una cuestión que muchos consideran importante y que me han preguntado en varias ocasiones: "¿Cuánto de vegano es ser vegano?" O dicho de otro modo: ¿Hasta dónde deberíamos aplicar el principio del veganismo en nuestra vida?

Aplicar el veganismo en la práctica: una propuesta razonable

Antes de nada, me gustaría aclarar que el veganismo no es una dieta o un "estilo de vida". El veganismo es un principio ético que ve a los demás animales como personas y rechaza que sean considerados como objetos o medios para nuestros fines. El veganismo postula que debemos vivir sin explotar animales. Ahora bien, ¿cómo aplicamos este principio en la práctica de nuestra vida cotidiana? Creo que esta cuestión no sería evidente de suyo y requiere ser razonada.

Sucede que la explotación animal rodea nuestras vidas. Por ese motivo algunas personas creen que intentar practicar un veganismo coherente es imposible o que en sí mismo no tiene sentido o que cada uno puede establecer caprichosamente cómo quiere aplicarlo. Pero estas conclusiones son consecuencia, a mi modo de ver, de un enfoque equivocado de la cuestión.

Los límites de la aplicación del veganismo no considero que sean una decisión "personal", sino con eso significa que deben quedar bajo el arbitrio privado. Pienso que el criterio de aplicación del veganismo debe ser establecidos siguiendo un criterio de coherencia mínima y de responsabilidad moral.

En el contexto actual, pienso que ese límite debe establecerse en el consumo de vegetales —o en el no consumo de sustancias de origen animal— en tanto que este consumo no demanda el uso de animales. Cuando digo "límite" no me refiero a que la aplicación del veganismo termine ahí sino, al contrario, que es al menos hasta ahí donde se debe aplicar el veganismo. A partir de aquí se puede ampliar en lo que podamos, pero no como exigencia imperativa. Cuando digo "límite" me refiero al mínimo exigible de coherencia; no al máximo.

Si creemos que la explotación de los animales es moralmente injustificada, entonces no deberíamos nunca consumir, llevar o utilizar cualquier producto que implique utilizar a los animales no humanos. Esto significa, por ejemplo, que debemos mirar las etiquetas de los productos —debido a la extendida presencia de productos animales— y que si vamos a un sitio de comida no-vegano debemos preguntar acerca de los ingredientes de la comida.

La práctica del veganismo en el contexto actual sería coherente siempre que lo que nosotros hagamos o consumamos no implique utilizar a otros animales. Por tanto, eso se refiere a lo que comemos, vestimos y hacemos en cada ámbito de nuestra vida. ¿Usas a otros animales en tu trabajo? ¿Llevas sustancias de origen animal en tu ropa o vestimenta? ¿Asistes a actividades de ocio que implican utilizar a otros animales? Si la respuesta es no, entonces eres básicamente coherente con el veganismo.

Eso es el mínimo exigible de coherencia práctica con el principio del veganismo. Y si todos hiciéramos esto, aunque sólo fuera esto, mañana mismo la explotación animal se vendría abajo en su totalidad.

La imposibilidad de una coherencia absoluta no conlleva que desaparezca la exigencia de coherencia. Hay que poner en el límite en algún punto donde la ética y la práctica puedan ser compatibles, y yo creo que ese punto está en la demanda, es decir, en si aquello que demandamos implica utilizar a los animales; y esto sólo se puede aplicar a las sustancias de origen animal. Por tanto, pienso que sólo deberíamos establecer como imperativo el hecho de no consumir sustancias de origen animal. Todo lo demás que se pueda evitar puede ser sin duda recomendable o estimable, pero no imperativo o exigible. Esto excluye a la cuestión de las trazas, puesto que no son ingredientes.

En esta publicación no trato sobre lo más que podemos hacer para evitar participar en la explotación animal sino acerca de lo mínimo que debemos hacer para ser coherentes con el veganismo. De esto trata. Sin duda, es bueno y estimable evitar en todo lo posible nuestra participación en la explotación animal, aunque sea indirecta, pero ése no es el punto que pretendo tratar aquí, sino que intento esclarecer cuál es lo mínimo exigible para ser coherentes con el veganismo, es decir, cuál es el criterio razonable para señalar que tal producto o actividad es apto o no apto para veganos.

Si elegimos un criterio de máximos esto implicaría que no podríamos consumir nada, porque en todos los productos hubo algún proceso de explotación animal involucrado en la existencia de dicho productos. En todos elllos. Incluso en los productos totalmente vegetales vendidos por empresas veganas. Por ejemplo; las empresas veganas pagan impuestos —que son parcialmente utilizados para subvencionar la explotación animal— y negocian con profesionales que no son veganos para sacar sus productos. Así que un criterio de máximos nos obligaría a ser ermitaños en el bosque salvaje y vivir sólo de frutos que recojamos. Aunque es posible que ese bosque esté protegido o intervenido desde fuera por personas que no son veganas, con lo que ya estaríamos involucrados otra vez en la explotación animal.

El veganismo postura claramente que los humanos debemos vivir sin explotar a los animales, por lo que excluirnos de la sociedad humana contradice el propio sentido del veganismo. Así que un criterio de máximos que nos obligue a rechazar todo consumo y nos conduce a salirnos de la sociedad es lo opuesto a lo que el veganismo pretende.

Si el producto no contiene sustancias de origen animal entonces es apto para veganos. Ése es el único criterio exigible para nuestro consumo, es decir, el no demandar productos de origen animal. Ahora, si sucede, por ejemplo, que algunos veganos no quieren consumir un vino porque fue clarificado con sustancias de origen animal, y quieren promover que las compañías no usen sustancias de origen animal al elaborar bebidas, eso es estimable pero no es imperativo.

Lo que sí sería imperativo es promover que la gente se haga vegana. Si la gente se hace vegana dejará de usar sustancias de origen animal, de la misma manera que los veganos que elaboran bebidas no usan sustancias de origen animal. Creo que se está perdiendo la perspectiva de lo que es el veganismo si sólo nos preocupamos de evitar en lo posible participar en la explotación animal y no nos preocupamos por hacer activismo para difundir el veganismo y lograr que cada vez haya más veganos para lograr abolir la explotación animal.

El veganismo no es una cuestión personal sino moral, por lo tanto no consiste sólo en ser coherentes con el principio del veganismo en nuestra vida personal sino también en educar a los demás en el veganismo para que lo asuman igualmente como su paradigma moral, y de este modo conseguir lograr progresivamente una sociedad libre de explotación animal.

Evitando la confusión: ni perfeccionismo ni bienestarismo

Por otro lado, muchas personas alegan a menudo que dado que es imposible vivir sin provocar la muerte de algunos animales —por ejemplo, algunos mueren debido al cultivo de la tierra— entonces no importa si intencionadamente consumimos animales, es decir, si comemos, llevamos o usamos productos no-veganos, por lo que ser un vegano consecuente no importa porque no podemos vivir siendo "perfectos". Este punto de vista incurre al menos en dos graves errores.

El primer error está en creer que el veganismo significa "no matar animales" o "no dañar animales". No es así. El veganismo signfica no explotar animales. Al veganismo sólo concierne el uso de animales. ¿Hay otros problemas morales además de la explotación animal de los que debemos preocuparnos? Por supuesto, pero el veganismo como tal se refiere a un solo problema concreto. El veganismo surgió para denunciar y erradicar la explotación de los animales por parte del hombre. Por tanto, el veganismo se refiere sólo a un daño concreto y específico —la explotación animal— aunque nuestra consideración moral debe incluir también la evitación de causar otras clases de daños, aunque no conlleve explotación.

El segundo error consiste en confundir el daño deliberado con el daño accidental. Decir que no vale la pena ser vegano porque eso no evita todo el daño que causamos a los animales es exactamente lo mismo que decir que si al construir una carretera somos conscientes de que cierto número de gente morirá usando esta carretera entonces está bien matar a gente porque toda la actividad humana en general provoca indirectamente la muerte de cierto número de personas. El daño no es intencionado, deliberado ni directo. Muchos miles de seres humanos mueren cada año indirectamente por causa de la contaminación que provocamos todos nosotros. Pero eso no justifica que además comamos a seres humanos o los utilicemos como simples recursos, ¿verdad?

Decir que como no evitamos, o no podemos evitar, cualquier clase de daño o perjuicio a otros animales —sin diferenciar siquiera si es intencional o directo— entonces no habría obligación en ser veganos, es exactamente lo mismo que decir que como no evitamos, o no podemos evitar, cualquier clase de daño o perjuicio a otros humanos entonces no hay problema moral en practicar el canibalismo o la violación sexual.

Ese tipo de razonamiento es incorrecto en un contexto humano. Nadie razonable puede estar de acuerdo con ese razonamiento porque es evidentemente absurdo. No hay ninguna intención o propósito por nuestra parte de causar la muerte a otros humanos. Del mismo modo que no la hay al consumir productos cuya elaboración accidentalmente causara la muerte a otros animales. Por lo tanto no incurramos en especismo y apliquémoslo igualmente en el contexto de nuestra relación con los demás animales.

Del mismo modo, aunque indirectamente dañemos a otros animales, eso no justifica que sigamos causando sufrimiento y muerte, de forma directa y deliberada, cuando podemos perfectamente evitarlo. Y todos los usos que hacemos de otros animales son evitables.

Además, podemos debatir, por ejemplo, sobre si los pesticidas que matan animales en la agricultura son, o no, necesarios, pero lo que no es necesario en ningún sentido es comer animales, ni vestirnos con trozos de sus cuerpos ni divertirnos a costa de causarles sufrimiento y muerte.

No podemos vivir de manera moralmente perfecta. Incluso si compramos comercio justo, consumimos lo menos posible y reciclamos. Cualquier modo de vida siempre causará daño indirectamente a muchos animales. Ahora bien, el hecho de que no podamos vivir de manera perfecta no implica que estemos legitimados en causar un daño deliberado cuando lo podemos evitar. El hecho de que no podamos de vivir de manera perfecta —sin causa ninguna clase de daño— no justifica que inflijamos un daño que es éticamente injustificable. El veganismo no es un perfeccionismo sino una posición ética básica de mínimos. El veganismo sólo pretende que el rechazo moral a acciones que son inmorales porque implican la explotación de individuos —como la esclavitud y el canibalismo— se extienda también a nuestra relación con los animales. 

Los bienestaristas, en cambio, tienen una visión muy diferente sobre este asunto, aunque ellos digan ser "veganos". Los bienestaristas se dicen "veganos" porque supuestamente no consumen productos de origen animal, pero no reconocen el veganismo como un principio ético. Ellos afirman que el veganismo es nada más que un modo de "reducir el sufrimiento" y que, por tanto, no sería algo esencialmente diferente de elegir comer huevos de corral o pollos camperos porque esto último, según ellos, también supone "reducir el sufrimiento de los animales." Para los bienestaristas todo se centra en reducir el sufrimiento y dicen que mantener el veganismo como principio sería "fanático". La perspectiva bienestarista juzga todo de acuerdo al grado en que supuestamente aumenta o reduce el sufrimiento. Pero ¿es ésta una visión éticamente correcta? A mi modo de ver no lo sería.

Imaginemos que alguien dijera:
«Yo soy partidario de los derechos de las mujeres el 95% del tiempo. Sólo agredo y violo a una mujer al mes como mucho. Pero no os fijéis en lo que hago mal sino en la parte positiva del 95%»
En ese caso ¿tendríamos que felicitarle por lo que hace y decirle que está evitando el sufrimiento de muchas mujeres?

El veganismo no es una cuestión de grado ni de porcentajes

Ser vegano no es una cuestión de cantidad sino de categoría. O lo eres o no lo eres. O estás de acuerdo en que los demás animales merecen ser respetados como personas o no estás de acuerdo con esto. Si alguien viola a alguna mujer de vez en cuando —una vez al mes o una vez al año— entonces no respeta a las mujeres y punto. No es "un feminista al 50%". No hay porcentajes ni términos medios cuando se trata de principios éticos.

Dar nuestro apoyo a quienes quieren hacerse veganos se puede hacer de muchas maneras, pero sin necesidad de decirles que no-ser-veganos es algo que está bien. Si el 95% del tiempo alguien no explota a los demás animales pero sí los explota el otro 5% entonces sigue cometiendo un mal. Está en camino, quizás, pero no ha llegado a la base mínima de respeto que merecen los animales no humanos.

Por supuesto, es bueno que alguien esté en camino hacia el veganismo; pero aun así no sería correcto decir que es vegano o que es "95% vegano". No lo es. Pero deseo que lo sea muy pronto y cuenta con mi apoyo, y el de otros muchos veganos, para conseguirlo.

30 de mayo de 2011

Respeto



El respeto es una conducta moral que consiste en reconocer y tratar a cada individuo como alguien que tiene un valor íntrínseco, un valor en sí mismo, aparte del valor instrumental que pudiera tener para nosotros. Es decir, el respeto moral es el reconocimiento del valor inherente de los individuos o lo que algunos pensadores denominan como dignidad.

Uno de los filósofos que mayor influencia ha ejercido sobre el concepto de respeto en el mundo intelectual ha sido Immanuel Kant. En su filosofía moral, este pensador sostiene que los seres que son personas deben ser respetados porque son fines en sí mismos y no medios para los fines de otros. Al ser un fin en sí mismos poseen un valor intrínseco y absoluto —absoluto en el sentido de que no puede ser devaluado o ignorado por otros criterios. Por este motivo es que las personas tenemos este valor tan especial que denominamos como valor inherente.

La filosofía de Derechos Animales argumenta que cada animal posee un valor moral inherente en tanto que cada uno de ellos es un ser dotado de sintiencia, es decir, capaz de experimentar, sensaciones, emociones y deseos propios. Cada uno es un individuo único y consciente de sí mismo, al que le importa su propia conservación y bienestar. De este modo, cada ser sintiente debe ser reconocido como una persona


Afirmar que respetamos a los animales al mismo tiempo que los usamos como comida, entretenimiento, vestimenta y sujetos forzados en experimentos —entre otros fines— no es más que una perversión del lenguaje y un reflejo del prejuicio especista que predomina en nuestra cultura, que nos hace creer que los intereses de los demás animales, al no formar parte de la especie humana, no deben ser considerados en un plano de igualdad con los nuestros.

No tendría sentido decir que respetamos a los seres humanos si practicáramos el canibalismo o los sometiéramos a experimentos en contra de su voluntad. Así que tampoco tiene sentido lógico decir que respetamos a los demás animales cuando los tratamos literalmente como nuestras propiedades, como esclavos, como simples medios para satisfacer nuestros fines a costa de su vida y su libertad. Sólo podremos honestamente afirmar que los respetamos si los tratamos con la misma consideración moral que deseamos para nosotros mismos.

Por ello, no es legítimo pedir que respetemos la práctica de comer —o de explotar en general— a los animales no humanos. Eso sería como pedir a las feministas que respeten el machismo, o pedir a los homosexuales que respeten la homofobia, o pedir a los activistas por los derechos humanos que respeten el canibalismo.

Los prejuicios, las actitudes y las prácticas basadas en la violencia no merecen respeto. Las personas y sus derechos sí merecen respeto. Es por esto que el especismo y la explotación animal no merecen respeto, pues suponen violar los derechos de las personas no humanas.

Si eliminamos el especismo de nuestras mentes, podremos entender que el respeto implica necesariamente no utilizar a los demás animales para nuestros fines. El respeto hacia los animales implica veganismo.

15 de mayo de 2011

Empatía animal


«Después de llenar páginas enteras, estanterías con los libros confeccionados con ellas, bibliotecas rellenas de esos libros para demostrar las cosas fundamentales que nos diferenciaban del resto de los animales, hemos tenido que renunciar una a una a casi todas de las supuestamente inamovibles verdades.» ~ Eduardo Punset

Es un hecho comprobado que los demás animales no solamente son capaces de sentir, al igual que nosotros, sino que también son capaces de empatía, es decir, de ponerse imaginadamente en el lugar de otros individuos que sienten y sufren. 

El primatólogo Frans de Waal ha hablado acerca de su experiencia profesional a este respecto. También podemos encontrar  noticias  que tratan acerca del origen biológico de la empatía y el altruismo.

A pesar de las evidencias con las que contamos también nos podemos encontrarnos con quienes hacen una defensa especista del altruismo como cualidad singular del ser humano, afirmando que el altruismo es un rasgo único de la especie humana.

Pero al igual que ocurre con todas aquellas posturas que tratan de encontrar alguna diferencia radical entre los humanos y el resto de animales, ese argumento incurre en dos errores fundamentales.

Primero, esa capacidad no corresponde a todos los seres humanos. Podemos fácilmente comprobar que hay muchos seres humanos que por algún motivo no sienten deseo ninguno de ayudar a un desconocido, o ni siquiera de ayudar a nadie. Hay seres humanos que no disponen de esa capacidad debido a una falta de desarrollo [por ejemplo, los bebés humanos] o alguna deficiencia [como ocurre con personas que padecen algún trastorno cerebral] como puede ser la psicopatía.

Segundo, existen evidencias que demuestran que los animales no humanos sienten empatía y se preocupan por otros animales aunque les sean completamente desconocidos. En el blog «Somos Primates» se habla acerca de la tendencia a ayudar a otros individuos [altruismo], incluyendo también a individuos de otras especies, como sería el famoso caso de las ballenas jorobadas que salvan a focas de los ataques de orcas. 

No hay ninguna característica que sea propia y únicamente humana. Nuestras diferencias con otros animales son, en todo caso, de grado, no de cualidad. Por ejemplo, en el vídeo que aparece más arriba, Frans de Waal dice que el lenguaje es una característica única del ser humano. Pero luego tiene que reconocer que el lenguaje —el lenguaje simbólico en realidad— no es más que una forma concreta de comunicación, y la comunicación es una capacidad que compartimos igualmente con el resto de animales.

La empatía no es, pues, una característica específicamente humana, sino animal.

Los humanos nos vanagloriamos de ser los únicos animales que tienen capacidad moral, lo cual es matizable, pero luego nos comportamos en nuestra relación con otros animales de forma totalmente inmoral, violando principios éticos básicos como la igualdad, y los tratamos del mismo modo que tratábamos a otros humanos considerados esclavos, es decir, los consideramos como meros objetos o recursos que existen para ser utilizados en nuestro beneficio.

Para terminar, me gustaría aclarar que a menudo se alega que los veganos pretenden desafiar alguna clase de ciclo natural al proponer que todos los seres sintientes merecen el mismo respeto básico; pero esa acusación es muy desenfocada.

Cuando postulamos el veganismo como imperativo moral no es consecuencia de 'rechazar la naturaleza' o de 'creernos especiales' sino de aplicar precisamente esa empatía que forma parte de nuestra naturaleza y que nos permite tener consideración moral por los demás individuos.

El veganismo no es 'contra-natura' —si es que esa expresión tiene algún sentido— sino que es la extensión y el desarrollo coherente de algo tan natural como es la empatía.

8 de mayo de 2011

«Comer Animales»




Recientemente se ha publicado en España la traducción del libro «Comer animales» de Jonathan Safran Foer. Muchos animalistas elogian su contenido y difunden su lectura. Yo disiento de su postura y no me parece una buena noticia respecto de la cuestión moral de los animales. En esta entrada pretendo exponer mis razones por las que considero que no es texto que respete a los animales.

En primer lugar; me parece una mala noticia teniendo en cuenta que, hasta la fecha, todavía no hay nada publicado oficialmente de autores que sí defienden los derechos de los animales como son Gary Francione Joan Dunayer. Jonathan Safran Foer no defiende los derechos de los animales.

Nos encontramos con un libro que defiende que utilizar a otros animales para comida no tiene nada de moralmente objetable y que el problema solamente está en el modo en que se haga. Esta idea no sólo refleja un prejuicio especista, si por especismo entendemos discriminación basada en la especie, sino que además se defiende la ideología del bienestarismo —una ideología que dice que sólo importa "sufrir y disfrutar" y que está bien que utilicemos a los animales si nos preocupamos por su bienestar.

Por otro lado, resulta extraño que una organización como Anima Naturalis, que dice defender los derechos de todos los animales, se dedique a promocionar libros que defienden la explotación y esclavitud de los animales, como es el caso de «Liberación Animal», de Peter Singer, o este «Comer animales», de Jonathan Safran Foer. 

Aunque ya no resulta tan extraño viendo su activismo y su hermandad con PeTA, de la cual dice literalmente Foer que comparte los mismos valores que los explotadores de animales tradicionales preocupados por el "bienestar animal", tal y como se puede ver en esta entrevista:


                             


Algunos activistas piensan que es bueno que exista este tipo de material —a pesar de que promociona descaradamente el uso de animales— porque, según dicen, ayuda a la gente a tomar conciencia del problema de la explotación animal.

Ese razonamiento me parece análogo a decir que está bien que haya mataderos puesto que se ha comprobado que mucha gente que ha visto lo que ocurre ahí dentro ha decidido no volver a comer animales —o ciertos animales— o incluso le ha motivado a adoptar el veganismo.

A mi modo de ver, este libro conseguirá que mucha más gente se siga creyendo la mentira de la explotación "humanitaria" y opte por seguir comiendo animales que supuestamente han sido bien tratados.

Puede que algunos celebren que se publiquen y promocionen libros que defienden la esclavitud de los animales. Pero yo no comparto su postura puesto que estoy en contra de la explotación animal y de cualquier iniciativa que la promocione.

Me llena de sorpresa ver que alguien se sorprenda o cuestione que este libro está  promocionando de manera explícita la explotación animal. Eso significa que no debe haberlo leído atentamente. Por ejemplo, escribe el autor, en las últimas páginas:
«He apostado por una dieta vegetariana y respeto lo bastante a personas como Frank, que han apostado por una ganadería más humanitaria, para apoyar su forma de hacer las cosas. En resumidas cuentas, la mía no es una posición complicada. Ni es un argumento velado en defensa del vegetarianismo. Es un argumento en pro del vegetarianismo, pero también en pro de otro tipo de ganadería más sensata y en pro de unos omnívoros más honorables.»
Un libro puede inculcar prejuicios o provocar que los prejuicios de otros se refuercen, con lo que quien escriba dicho libro es en parte responsable de las víctimas que esos prejuicios causen.

El libro de "Comer Animales" no es sólo que esté basado en ideas especistas, sino que promociona el especismo y la explotación animal de manera clara y explícita. Esto no puede obviamente ser aceptable, como no puede serlo tampoco promocionar el racismo o el sexismo. 

Claro que despertar la empatía del público es muy importante para conseguir que se asimile un mensaje ético de respeto, pero esto no es suficiente por sí solo ni justifica cualquier cosa con el objeto de conseguirlo, por supuesto. Cuando no se hace de manera mínimamente adecuada y acorde con un mensaje de Derechos Animales, el resultado que se obtiene suele ser a menudo lo contrario de lo que se pretende. Como ejemplo, un lector del libro nos ofrece la conclusión que ha sacado de su lectura:
«En contra de lo que se pueda creer (de lo que yo creía) en un principio, Safran Foer no dice que no hay que comer carne, sino que hay que hacerlo (el que quiera) de forma responsable. Si queremos vivir de forma sostenible (aunque sólo sea por un motivo puramente egoísta, para que nuestros nietos tengan un mundo más o menos decente en el que habitar), tenemos que empezar con aquello que nos llevamos a la boca. Y, sinceramente, después de leer este libro y de lo que a raíz de esta lectura he investigado por ahí, os aseguro que en mi plato no va a volver a haber un trozo de carne que no haya salido de una granja ecológica.»
Comer animales, es decir, utilizar a otros animales para comida, es una forma de violencia porque implica agredirles deliberadamente, y es una violación del derecho a la integridad física. No tenemos ninguna justificación moral para hacerlo. Tampoco tenemos la necesidad de comer animales para alimentarnos y gozar de buena salud.

La única elección justa que podemos elegir y promover es no explotar animales —no utilizarlos meramente como medios para nuestros fines. La única opción moral correcta es el veganismo.

20 de abril de 2011

La miseria del utilitarismo


En esta ocasión me gustaría tratar acerca de una teoría llamada utilitarismo, la cual ha tenido una presencia determinante en el denominado movimiento animalista: aquel que busca el reconocimiento de los intereses de los animales no humanos y su reconocimiento como sujetos dentro de la comunidad moral y legal.

Pienso que merece tanta atención como la cuestión del especismo. Puesto que el modo de pensar utilitarista va en contra de las nociones morales básicas de la racionalidad. No solamente podremos apreciar que es un fraude a nivel teórico sino que a nivel práctico ha resultado ser también un fracaso. Tal y como espero mostrar en próximas notas.

El primer pensador contempóraneo que incluyó a los animales dentro del ámbito de consideración moral fue precisamente Jeremy Bentham, el padre filosófico del utilitarismo. Esto ha marcado decisivamente el peso de la teoría utilitarista dentro de la cuestión moral de los animales. Y no es casualidad que un pensador utilitarista seguidor de Bentham, Peter Singer, haya sido el más influyente en esa cuestión durante los últimos cuarenta años, desde la publicación en 1975 de su libro »Liberación Animal«.

Veamos lo que nos dicen algunos expertos acerca del utilitarismo.

Según Gary Francione, en »Introducción a los Derechos Animales«, el utilitarismo es una teoría "que sostiene que lo que está moralmente bien o mal en una situación particular lo determinan las consecuencias de las acciones y que hay que elegir la acción que logre los mejores resultados para el mayor número de aquellos a los que afecte."

Según Nigel Warburton, en »Filosofía Básica«, el utilitarismo es una teoría ética que parte del supuesto que de que el fin último de toda actividad humana es ,en un sentido u otro, la felicidad, doctrina que se conoce con el hombre de hedonismo:

Es decir, el partidario del utilitarismo considera que está bien todo aquello que fomenta la felicidad para el mayor número. A esto se le ha denominado Principio de Felicidad Máxima o Principio de Utilidad. Para el utilitarista, la bondad de un acto en una circunstancia determinada se puede calibrar examinando las consecuencias más probables de sus posibles desarrollos. Aquello que sea más capaz de aportar la felicidad máxima (o en su defecto de compensar el dolor con el placer) será un acto correcto en esas circunstancias.

En su obra »Introducción a los Principios de Moral y Legislación« [1789] Bentham escribió la famosa frase: »La pregunta no es, ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar?, sino, ¿pueden sufrir?« refiriéndose a los animales no humanos. Es decir que lo único que importa es el sufrimiento. No la capacidad de sentir ni los intereses de los animales. Bentham pretende legitimar que los seres humanos esclavicen a los animales siempre que se tenga en cuenta que debemos evitar o reducir el sufrimiento que se les pueda causar. Aunque en muchas casos ni siquiera objeta el sufrimiento en sí, sino solamente la tortura y por eso afirma que: »Debe estar permitido matar a los animales pero no atormentarlos«.

No es difícil entender por qué el utilitarismo ha tenido tanto éxito ya que es un sistema relativamente fácil de aplicar y que no requiere criterios rigurosos.

Por ejemplo, para determinar si una acción es moral uno debe simplemente calcular las consecuencias buenas y malas que resultarán de una acción concreta. Si aparentemente lo bueno supera a lo malo, entonces la acción es correcta.

No necesita apelar a reglas morales objetivas. Se basa simplemente en utilizar un cálculo subjetivo en vistas la obtención de mayor placer o de reducir el sufrimiento.

La mayoría de nosotros usamos una cierta forma de utilitarismo en nuestras decisiones cotidianas. Tomamos muchas decisiones no morales cada día basadas en las consecuencias. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado para pagar en la caja buscamos la fila más corta para poder salir por la puerta más rápidamente. Tomamos la mayoría de nuestras decisiones financieras según un cálculo utilitario de costos y beneficios. Por lo que tomar decisiones morales usando el utilitarismo resulta una extensión natural de algunos de nuestros procedimientos de toma de decisión diarios.

Por tanto, aunque se podría decir en cierto modo que todos somos utilitaristas teniendo en cuenta que a veces hacemos cálculos —en sentido figurado— para poder elegir entre diferentes opciones. Pero el error moral ocurre cuando creemos que esa forma de pensar es la que debe establecer lo que está bien o lo que está mal.

Todos somos en cierto sentido utilitaristas igual que, por desgracia, somos en algún grado violentos o egocéntricos. Es un defecto censurable y evitable, pero en ningún caso, una virtud.

Lo cierto es que el utilitarismo presenta muchos y graves problemas. Expondré brevemente algunos de ellos:

Primero; el utilitarismo justifica una forma de pensar consecuencialista que defiende que el fin justifica los medios. Cualquier fin que se considere válido puede justificar los medios para alcanzarlo. De este modo, podríamos justificar la purificación de la especie humana a través de la eugenesia forzada. También podríamos justificar la matanza de millones de personas en aras de lograr alguna utopía. Así lo declara específicamente John Stuart Mill —el otro padre del utilitarismo junto con Bentham— en su obra clásica »El utilitarismo«: 

«La doctrina utilitaria afirma que la felicidad es deseable y lo único deseable como fin en sí, siendo todo lo demás únicamente deseable como medio para este fin.»

Segundo; el utilitarismo no puede, ni quiere, proteger los derechos de las personas, ya que su meta está en conseguir el mayor bien para el mayor número de individuos. Con esa lógica podríamos justificar la esclavitud con el argumento de que resulta ser una buena consecuencia a quienes se benefician de ella. Si la mayoría se beneficia de la mano de obra esclava entonces no importa que la minoría esclavizada sufra las consecuencias negativas. Si sólo se tiene en cuenta moralmente el placer y el dolor entonces utilizar a otros individuos como medios para nuestros fines puede estar justificado, siempre que no se causara demasiado sufrimiento a esos individuos, y siempre que el equilibrio entre placer y sufrimiento estuviera supuestamente compensado.

Tercero; un problema grave de que adolece el utilitarismo está en la predicción de las consecuencias. Si nuestra moral está basada en los resultados, entonces necesitamos ser omniscientes para poder predecir de manera precisa las consecuencias de cualquiera de nuestras acciones. Pero, en el mejor de los casos, sólo podemos especular acerca de lo que ocurrirá en el futuro, y a menudo estas estimaciones suelen resultar erróneas.

¿Cómo puedo yo saber las consecuencias futuras de mis actos? Puedo suponerlas o preverlas, pero siempre de modo muy limitado. ¿Fue bueno o malo que Julio César cruzara el Rubicón? Es imposible, aun transcurridos más de dos mil años, saberlo. Es impracticable la ética de Mill: no podemos actuar en base a las consecuencias, por la sencilla razón que no podemos conocer esas consecuencias antes —y aun ni siquiera después— de realizar el acto. Ese acto debe tener un valor en sí mismo, una referencia objetiva propia. No se trata de olvidar y no tomar en cuenta las eventuales consecuencias de las acciones que uno realice, pero es claro que no es posible fundar nuestro comportamiento a partir de ese tipo de consideraciones únicamente.

Cuarto; otro problema importante con el utilitarismo es que las consecuencias mismas deben ser valoradas de manera subjetiva. Cuando aparecen los resultados de nuestros actos, tenemos que juzgar si son resultados buenos o malos. Pero el utilitarismo no aporta ningún criterio objetivo y consistente para juzgar esos resultados, porque los resultados son el mecanismo usado para juzgar la acción misma. Con lo que nos encontramos atrapados ante un círculo vicioso que se justifica a sí mismo constantemente con la excusa de estar buscando los mejores resultados posibles.

Quinto; establecer como fundamento moral la capacidad de sufrir y disfrutar es un error, porque el sufrir y el disfrutar se derivan de la capacidad de sentir. Pero la capacidad de sentir es mucho más que sufrir y disfrutar. Entiendo que la capacidad de sentir significa principalmente dos cosas: [1] la capacidad de experimentar percepciones subjetivas y [2] el poseer una serie de intereses fundamentales, como el interés en vivir, el interés en ser libre [en no ser utilizado por otros en contra de nuestra voluntad] y el interés en evitar el dolor injustificado. Considero que la característica moralmente relevante es la capacidad de sentir. Eso quiere decir que considerar moralmente a un ser sintiente significa, al menos, respetar sus intereses fundamentales y, por tanto, no transgredirlos salvo que hubiera un motivo justificado.

Por todo ello, teniendo en cuenta que el utilitarismo no puede demostrar racionalmente los ideales que defiende, no lo considero una ética sino más bien un pensamiento de tipo dogmático es decir, un sistema de creencias indemostrables a las que se les otorga un estatus superior a la realidad y que sirven como forma de vida.

El utilitarismo es una teoría dogmática. Parte de dogmas; no de razones o principios lógicos. Y además es una postura reaccionaria. Es la consecuencia de fusionar el hedonismo con el maquiavelismo — »el fin justifica los medios«.

La tradición moral ilustrada está inserta en el racionalismo y la defensa de los derechos individuales que culmina en la filosofía moral de Kant. Pero la teoría utilitarista comenzada por Bentham es meramente una reformulación moderna de una arcaica idea colectivista de que los individuos sólo valen en tanto que son útiles para conseguir un objetivo o fomentar el bienestar general. Eso no es Ilustración sino un pensamiento reaccionario.

Además de ser irracional, el utilitarismo es terriblemente peligroso y en la práctica resulta en una ideología totalitaria que se dedica a sacrificar las vidas de unos para beneficiar a las de otros pasando por encima del respeto básico que todos los individuos merecen por sí mismos.

Para el utilitarismo, los seres sintientes no son individuos con un valor intrínseco sino que son meros receptáculos de placer y dolor. El utilitarismo no reconoce a los individuos como personas sino como simples medios para ser utilizados con el objetivo de maximizar la felicidad y reducir el sufrimiento.

Por tanto, es el utilitarismo —y no el capitalismo— el mejor ejemplo de como la moral se convierte en un mero cálculo económico en el que los individuos son tratados como números y cantidades en lugar de ser considerados como personas.

El fin no justifica los medios. Tanto el fin como los medios deben estar justificados por un mismo criterio que establezca si en sí mismos son correctos o no. Una acción concreta no puede ser juzgada como buena simplemente porque puede conducir a una buena consecuencia. Los medios deben ser juzgados por la misma norma objetiva y consistente que los fines.

Me gustaría citar también a Tom Regan, quien habla del utilitarismo como uno de los enemigos de la ética de los Derechos Animales:

«La última objeción se basa en que nadie tiene realmente derechos, ya sea humano u otro animal, sino que lo bueno y lo malo son cuestiones que se juzgan a partir de lo que produzca las mejores consecuencias, teniendo en cuenta los intereses de cada implicado y considerando de manera igual intereses iguales. Esa filosofía moral -utilitarismo-, que cuenta con una larga y venerable historia, y a muchos influyentes hombres y mujeres entre sus adeptos, es un fraude moral y ya no es una postura sostenible, si es que alguna vez lo fue.

¿Es verdaderamente serio tener en consideración el interés de un violador en violar a su víctima antes de declarar la violación como inmoral? ¿Debemos tener en cuenta lo que supone para un pederasta el frustrar sus intenciones antes de condenar moralmente sus actos?; Asombrosamente, un utilitarismo coherente exige que sí los tengamos en cuenta, y de ese modo es rechazado por nuestra exigencia de racionalidad.»

Por otra parte, alguien puede alegar que no es incompatible ser utilitarista con el hecho de querer que existan derechos reconocidos para los animales. Pero esto es absurdo puesto que la propia noción de derecho va en contra del utilitarismo.

No es posible ser utilitarista y al mismo tiempo considerar que la existencia de derechos reconocidos tiene consecuencias positivas de acuerdo al criterio de utilidad, porque los derechos no se establecen para cumplir el principio de utilidad sino por respeto al valor inherente de cada individuo singular frente a los beneficios que pudiera tener, para el bienestar general, el hecho utilizar o destruir a determinados individuos.

No es nada difícil encontrar una situación en la que instrumentalizar a individuos repercutiera en grandes beneficios para el resto de la sociedad, así que es imposible que ningún utilitarista defienda la noción de derechos sin refutar al mismo tiempo su propia ideología.

Un utilitarista a favor de los derechos estaría refutando en la práctica su propia ideología al poner de manifiesto que es inútil e inefectiva para proteger a los individuos.

Un utilitarista es, básicamente, alguien que pretende justificar cualquier cosa con la excusa de que eso sirve para reducir el sufrimiento o para aumentar la felicidad. El utilitarismo permite esto. No sólo considera que el fin justifica los medios sino que además puede aplazar indefinidamente las consecuencias a un hipotético futuro.

El utilitarista proclama: »Yo hago esto porque considero que reducirá el sufrimiento o aumentará la felicidad«. El mero hecho de que él lo crea así, independientemente de que sea cierto o no, le sirve como excusa para intentar justificar cualquier cosa que haga.

Si esto se considera 'ética' entonces el concepto de ética ni siquiera tendría sentido, puesto que en el fondo se reduce a hacer lo que nos apetece o nos agrada según nuestras preferencias personales. ¿Eso es ética? No se diferencia en nada de que cada uno actúe según le venga en gana sin atender a ningún criterio objetivo y racional.

En resumen:

Las bases de las que parte el utilitarismo —hedonismo y consecuencialismo— son intrínsecamente dogmáticas, arbitrarias y no se pueden justificar de acuerdo a la lógica

El utilitarismo no respeta los principios éticos más básicos: la igualdad y el valor intrínseco. Tampoco reconoce el concepto de derechos morales

Aplicar el utilitarismo conlleva diversas violaciones sobre los derechos de las personas

Por todo esto, podemos concluir que el utilitarismo no es un planteamiento razonable respecto de los problemas morales. Más bien al contrario: plantea y provoca muchos otros problemas añadidos.

12 de abril de 2011

Antropocentrismo o cómo los prejuicios nublan la razón


En el blog sobre divulgación científica Digitácora podemos encontrar una entrada sobre un vídeo del programa Redes para la Ciencia en donde se trataba acerca de la supuesta singularidad del ser humano como especie. Aquí podemos contemplar un buen ejemplo, a mi modo de ver, de como los prejuicios antropocentristas han dominado nuestra cultura.

Algunos de los argumentos que se usan para intentar justificar la 'excepcionalidad humana' parecen chocantes. Por ejemplo, al igual que los chimpancés, muchos humanos tampoco podrán nunca pilotar un avión ni disfrutar de un partido de béisbol. ¿Pero se supone que eso es un argumento serio para establecer alguna diferencia radical entre el ser humano y otros animales? Bajo este prisma, debería haber una diferencia radical entre los propios humanos.

Entre individuos humanos somos muy diferentes. Se podría decir que cada uno de nosotros es un individuo único y singular. Pero, incluso aunque fuéramos únicos y diferentes a otros esto no implica que unos estén justificados en explotar a otros —en tratarlos  como objetos y meros recursos. ¿Entonces por qué el supuesto hecho de que los humanos fueran únicos y excepcionales justificaría que explotaran a otros animales? No lo justifica.

El señor Gazzaniga —defensor de la excepcionalidad humana— afirma que el ser humano es el único animal que tiene la capacidad de descubrir el estado de ánimo de otros individuos. Pero justo a continuación dice que algunos chimpancés que pueden hacer algo parecido sólo de que en "muy bajo nivel". Es decir, que tienen la misma capacidad pero de forma más básica. Se contradice a sí mismo. Parece que se olvida de que hay un porcentaje de seres humanos que carecen por completo de empatía por otros. Como ocurre con los psicópatas. Además, existen fuertes indicios de empatía en otros animales. En Redes también dedicaron un episodio concreto sobre ese tema.

Por otro lado, el argumento del arte resulta más bien inconsistente. El arte se puede reducir a su fundamento básico que no es otra cosa que el juego. Si por arte entendemos la representación de una ficción entonces estamos hablando del juego. Se ha demostrado que otros animales juegan también. Juegan precisamente por el mismo motivo que Gazzaniga afirma que nosotros realizamos arte, es decir, para mejorar nuestra forma de enfrentarnos al mundo. Si por arte entendemos, asimismo, el goce de los sentidos por la belleza también se ha mostrado que otros animales parecen disfrutar al ver determinadas formas y colores.

Hasta ahora vemos que ha resultado francamente difícil, por no decir imposible, encontrar alguna característica única en el ser humano. Algo que dependa de la cualidad, no de la cantidad, que lo diferencie del resto de animales. Ahora bien, podemos en cambio encontrar características que otros animales poseen de manera única y que no se encuentran en el ser humano. Por ejemplo, los murciélagos tienen una capacidad de orientarse por medio de ultrasonidos. Nosotros carecemos por completo de dicha capacidad natural. 
Otro ejemplo: se dice que si los seres humanos construyen objetos es porque tienen la intención consciente de conseguir una finalidad, pero si otros animales realizan construcciones entonces se añade que es sólo 'por instinto'. Claro. ¿No parece que valoramos estos hechos de forma radicalmente diferente porque asumimos un prejuicio especista que dice que hay que discriminar entre humanos y otros animales a pesar de no podamos distinguir los hechos por otra cosa que no sea la especie?

No vemos pruebas que sostengan la creencia que el ser humano es singularmente especial. Aun si los humanos fueran especiales no lo sería menos que otros animales que también poseen capacidades singulares, que los humanos no tenemos. En todo caso, son los individuos quienes existen como entes reales, y quienes serían únicos. La especie como tal no deja de ser un concepto taxonómico inventado por nosotros.

En la conducta de los otros animales encontramos cultura, encontramos lenguaje, encontramos que usan herramientas, incluso encontramos también que algunos poseen un cierto sentido moral. Probablemente lo que parece ser único en el ser humano es su pretensión de diferenciarse del resto de animales. 

Los defensores de la excepcionalidad humana, como el señor Gaganizza, desean creer que el ser humano es único y especial, y no está claro si le parece relevante que tal creencia sea cierta, puesto que esa creencia ya le resulta gratificante y satisfactoria por sí misma independientemente de su veracidad. Ese tipo de pensamiento es lo que fundamenta también el prejuicio moral de la superioridad humana.

Sin embargo, el supuesto hecho de que los humanos fuéramos seres excepcionales no justificaría que discriminemos y explotemos a otros animales. La única característica relevante para incluir a otros seres en la comunidad moral es la sintiencia.

Si un ser está dotado de sensación entonces es un individuo consciente, es un sujeto, que tiene valor moral intrínseco y, por tanto, merece ser incluido en la comunidad moral como persona; sin importar ninguna otra característica.

Por cierto, en el propia programa de Redes ya se había ofrecido una entrega anterior en la que se rebatía precisamente la pretensión del excepcionalismo humano.

La ciencia muestra que las acusaciones de 'antropomorfización', en el caso de los animales, estaban equivocadas. El verdadero error de base era el antropocentrismo. Los humanos nos creemos especiales pero no lo somos. Los demás animales también sienten, sufren, piensan, desean,… Tienen una vida subjetiva que les importa tanto como a nosotros nos importa la nuestra.

1 de abril de 2011

La verdad y la objetividad de las normas morales

Existe la extendida creencia de que la moral es real —por ejemplo, que ciertos valores morales son verdaderos— solamente si existiera un dios. Estoy sorprendido de que alguien pueda realmente creer esto. Por eso considero que debo exponer ciertos argumentos, que son en realidad bastante antiguos ya, acerca de este trascendental asunto. No me atribuyo ninguno de los argumentos que voy a presentar. En particular, me baso principalmente en mis lecturas de la obra de pensadores que se plantearon esta cuestión, entre ellos, Platón, Guillermo de Ockham, Jean Meslier y Bernard Williams.

Se dice que los requerimientos morales, expresados en la forma de "estás obligado a X" o "la moral exige que X" solamente serían verdaderos si hay un dios que fundamentara esas obligaciones morales. Tal y como Platón expuso en su diálogo Eutifrón, parece muy dudoso que un dios pudiera tener tal función.

Supongamos que un dios nos mandara X —por ejemplo: no matar. Nosotros podríamos preguntar por qué el dios nos manda X, y que función cumple el mandato divino respecto de nuestro obligación de X. 

Dos opciones se nos presentan como respuestas. O el dios nos ha ordenado X porque seguir X es obligatorio de acuerdo a fundamentos objetivos, o seguir X es obligatorio porque el dios nos ha ordenado X.

La primera opción hace al dios superfluo. Si nuestra obligación hacia X está basada en fundamentos objetivos, entonces el dios no está jugando ningún papel respecto de nuestra obligación y de la verdad/objetividad de la obligación moral en cuestión.

La segunda opción convierte el fundamento de la moral en algo arbitrario. Si estamos obligados a X simplemente porque el dios lo ordena, y no hay una explicación independiente de por qué debemos X, entonces la moral pierde toda su fuerza. ¿Cómo puede ser que estemos obligados a hacer algo simplemente porque un ser nos lo ha dicho sin ninguna razón. Recordemos: si nos ha ordenado X por una razón, por ejemplo, que X es objetivamente correcto y debido, entonces el dios resulta superfluo.

La mayoría de la gente que quiere creer que un dios fundamenta los valores morales comprende que la primera opción socava inmediatamente su postura. Por tanto, cuando se presenta este problema intentan alegar la segunda opción, argumentando el por qué si dios exige X eso nos obliga a X, a pesar del hecho de que su demanda es arbitraria.


Por ejemplo, ellos dicen que tenemos un incentivo para cumplir X, porque si no lo hacemos —si desobedecemos sus órdenes— entonces seremos castigados por el dios. Pero esta es una idea completamente absurda. Si la razón última de mi obligación respecto de X —por ejemplo, mi obligación de no torturar o mi obligación de no secuestrar, y otras— es que si incumplo X esto implica que seré castigado, entonces no estamos hablando de una obligación moral.

Esto nos deja sin ninguna explicación de por qué estaría mal desobedecer las obligaciones morales; de ese modo, actuar inmoralmente resulta simplemente imprudente desde una perspectiva puramente egoísta. Y explicar esto con el argumento del castigo divino es enteramente arbitrario, porque su mandato ya era arbitrario en primer lugar. Este dios es un matón abusador que nos castiga sin ninguna razón, literalmente.


En un intento de solventar este problema, algunos aducen que es cierto que la exigencia del dios es lo que nos obliga a X, pero dicen que el dios es un ser bondadoso que nos impone mandatos porque nos ama. Pero esto, por sí mismo, no nos explica tampoco nada. Porque si eso quiere decir que el dios en cuestión nos ordena X porque hacer X es bueno para nosotros, por el bien de la humanidad, o de quien sea, entonces esto resulta un versión modificada de la primera opción. Y recordemos que la primera opción presenta al dios como superfluo. Si hacer X es algo que yo debo hacer independientemente del mandato del dios, entonces el dios no cumple ninguna función respecto de la obligación moral.

Por otro lado, si no hay ningún sentido en que yo deba hacer X independientemente del mandato del bondadoso dios, entonces no está claro por qué el mandarme X tiene algo que ver con su amor por mí. En otras palabras: si no hay ninguna razón objetiva para mí de hacer X, entonces ¿por qué alguien que me ama me exige X?


Esta conclusión nos retrotrae al primer punto planteado. El resultado es que no hay ningún papel que un dios pudiera cumplir respecto de las obligaciones morales, y del fundamento de la verdad y objetividad de los valores morales. Si un dios nos ordenara actuar según una regla que nosotros mismos podríamos comprender de manera autónoma entonces su presencia es superflua. Y si un dios nos ordenara actuar según una reglas que no tuvieran sentido lógico entonces dichas reglas serían totalmente arbitrarias.

No solamente no se necesita de un dios para fundamentar la moral sino que no hay siquiera ninguna posibilidad lógica de que un dios pudiera fundamentar la moral.


Asimismo, rechazar la noción de divinidad no implica refutar la objetividad. Las matemáticas y la lógica demuestran que existen ámbitos de conocimiento objetivo. Y es precisamente en la lógica —base necesaria de la realidad y de todo conocimiento— de donde obtenemos el fundamento objetivo de la moral.


21 de marzo de 2011

Especismos

Esta ilustración puede eventualmente diferenciar en las especies a la que pertenezcan sus protagonistas no humanos, dependiendo de la zona cultural.

Por especismo yo considero, en un sentido básico, el prejuicio que consiste en discriminar moralmente a unos animales frente a otros por la especie a la que pertenezcan. La forma más habitual de especismo es aquella que señala que sólo los humanos merecen consideración moral, mientras que excluye a todos los demás animales de la comunidad moral. A esta clase particular de especismo —que es sin duda la más presente y extendida en nuestra cultura— la denominamos antropocentrismo.

Sin embargo, no necesariamente el especismo discrimina siempre a todos los demás animales frente a los humanos. Esto es, no siempre nos encontramos con un antropocentrismo intransigente o absolutista. A veces sucede que se decide que algunos animales no humanos merecerían ser incluidos en la comunidad moral; ya sea porque se asemejan mucho a los humanos —como ocurre con los primates no humanos— o porque tienen una inteligencia destacada —como ocurre con los elefantes o los delfines— o porque se siente un fuerte afecto o inclinación sentimental hacia ellos —como puede ocurrir con perros y gatos.

Aunque hemos cosificado a los otros animales, resulta posible sentir afecto por un animal no humano igual que podemos sentir afecto por nuestra casa que nos cobija o por nuestro coche que nos sirve para trasladarnos. Sentir afecto por un individuo concreto no tiene que ver con la ética. El afecto es una elección personal. En cambio, la ética tiene que ver con nuestras obligaciones morales hacia los demás, y hacia nosotros mismos, y está fundamentada en la empatía y el respeto, no en el afecto ni en ningún sentimiento en general.

Hay quienes consideran, bajo un criterio especista, que habría que reconocer moralmente los derechos de perros y gatos, o los derechos de los simios. Por ejemplo, el Proyecto Gran Simio defiende la extensión —más allá de los humanos— de ciertos derechos básicos para ciertos animales: algunos primates no-humanos. Esta iniciativa es especista porque discrimina arbitrariamente al resto de animales, y también porque establece un criterio especista para la asignación de derechos: la semejanza genética con la especie humana y la similitud de capacidades cognitivas con los humanos. A esto lo podemos denominar como antropocentrismo inclusivo. Esta forma de antropocentrismo acepta que otros animales puedan ser incluidos en la comunidad moral si comparten algunas características relevantes que se consideraban propias o exclusivas de los humanos.

Por otra parte, dentro del especismo existe también una extensión denominado especismo de preferencia que sería aquella forma peculiar de especismo que, dentro del ámbito de discriminación especista, crea clases o niveles separados en las que clasificar y jerarquizar a los individuos según su especie. Por ejemplo, el especismo de preferencia considera correcto que los perros puedan ser explotados para servir de compañía pero no considera aceptable que puedan ser usados para servir de comida

En el especismo de preferencia, a unos animales se les cataloga en la clase de comida y a otros se les clasifica como compañía. Sin embargo, todos ellos son igualmente explotados. Se les valora exclusivamente por la utilidad y el beneficio que nos aportan a los humanos, pero no se les respeta como individuos. Si se les respetara entonces no sería considerados como meros recursos para nuestro uso y disfrute, sino que se les consideraría como individuos que merecen consideración moral. Esto es lo que significa el respeto en sentido moral.

Teóricamente, el especismo no tiene por que ser antropocéntrico, pero en la práctica cualquier tipo de especismo resulta ser alguna forma específica de antropocentrismo. Incluso la misantropía sigue colocando a la especie humana en una posición especial.